Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Un libro y toda la soledad

23/09/2020

Golpeo la aldaba, una pequeña mano de Fátima de hierro muy gastada, tres veces. Al poco, detrás de la puerta, se oye un rumor quedo de pasos.
-¿Quiénnnn?
-Soy yo, doña Benita- me identifico.
Y doña Benita, la maestra, abre una ventana de al lado y se agarra a los barrotes de la reja con firmeza, la mascarilla es demasiado grande en su cara menuda y la goma le pone orejas de soplillo. Entre el blanco del pelo y el blanco de antifaz unos ojos vivos color castaña. El olor a su colonia de limón me llega a pesar de la distancia de seguridad y el embozo. La semana pasada cumplió 95 y sigue tan terne, como de costumbre. La felicito y le paso el libro de regalo en una bolsa.
-Gracias, hijo, gracias; no me hago con este dichoso trasto, parece un cuévano de vendimia -asegura mientras trata de acomodársela con poco éxito.
- ¿Cómo está?
- Cómo voy a estar, galán, mal. Y no me refiero a que me pase nada, ¡eh! Porque de salud estoy bien, gracias a Dios, como una rosa. Cada día más avellanada, eso sí, pero hago sola todas mis cosas, nadie me tiene que aturar, que no es poco a mi edad… Es por la situación, hijo, de esta incertidumbre que no se acaba y que me da miedo por vosotros. Ni puedo salir ni podéis entrar. Ya ves… hablando en la reja como los novios de antes, las monjas de clausura y los presos. ¿Qué te parece?
Me río de la ocurrencia. Doña Benita, la maestra, sigue hablando de la epidemia, de que por suerte no está en una residencia, de lo considerados que son los vecinos del pueblo con ella, de que menos mal al patio y las plantas para el entretiene y de lo mala que es la soledad, muy mala, y de que ella, que por circunstancias ha vivido sola la mayor parte su vida, asegura que solo ha conocido la soledad ahora, justo en estos últimos días que ha empezado a llover y  agita las manos entre los barrotes para enfatizar su cavilación como dos pájaros de pergamino que quisieran escapar de una jaula
Me despido, subo la calle, me vuelvo al llegar a la carretera y veo su mano haciéndome señas de adiós y me viene a la cabeza la frase que eligió Camilo José Cela para su ex libris: «Un libro y toda la soledad». A veces un libro no es suficiente.