Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


El atardecer

29/06/2021

Es costumbre generalizada creer que el año comienza y termina el 31 de diciembre, cuando suenan las campanadas y al personal le da por atragantarse de ugüas. Pero hay otros alfa y omega con los que medir el tiempo en esta vida. Más que en el día del confeti y las matasuegras, hay quienes creemos que el año comienza y termina con un atardecer de verano en la cima del monte Calderico, en la hermosa crestería de Consuegra.
Resulta también costumbre extendida, considerar un atardecer en La Mancha toledana, como una de las vistas más fascinantes que se pueden disfrutar estos últimos días de junio. Y contemplar ese espectáculo, más que una sugerencia o recomendación, debería ser una obligación estival. Y no habría que tener perdón de Dios si, al menos una vez en la vida, no se concede a la vista tal goce y plenitud de horizontes y espacios.
Es, en ese instante lady Halcón, cuando hay que descolgar la última hoja del calendario y contener el aliento. El segundo eterno en el que, el abrasador sol desaparece por la lejana línea de horizonte, y los brillos de la luna se abren en el despejado cielo. Cuando el ocaso y la luz se funden en la llanura manchega en un espectáculo cromático inimitable. Ese momento sublime que retumba en la cabeza como doce campanadas, y se prolonga en la memoria una eternidad.
Hay que buscar ese instante en el calendario, en estos días en los que el sol y la luna pelean como nunca por abrir y cerrar la tierra. Perpetuados en un parpadeo de ojos en tal inabarcable extensión. Ese segundo bíblico hace que la mente emule el campo que divisa, y rompa todas las fronteras y barreras. Y testigos de ese momento, los doce imponentes molinos que como los doce meses del calendario, son testaferros y guardianes del paso del tiempo.
Los espectadores de ese espectáculo nos sentimos insignificantes ante tanta grandeza. Somos los que pasamos las hojas del calendario, y nada más. Los que vamos de un molino a otro guiados por las aspas que nos llevan en la vida, en los destinos de sus vientos. Dejándonos jirones de aliento en cada atardecer.
Quizá, solo seamos eso. Juguetes de barro que lleva el viento sobre la tierra. Sobre la extensa llanura manchega castigada por un sol de justicia y unos atardeceres cósmicos. Esos atardeceres que atrapan las pupilas y que sirven de frontera de un año a otro.
El año que se nos va en este mes de junio, se ha llevado a muchos amigos. A mucha buena gente. Y nos ha dejado muchas mentiras, promesas incumplidas y traiciones de una buena parte de la clase política.
Los doce molinos que nos vienen, prometen ser el escenario de más infamias e ignominias. De reproches y venganzas. De vientos, en definitiva, que pensamos y nos dijeron, no volverían a empujarnos en la vida.
Pienso en el atardecer de dentro de doce meses, y cierro los ojos. Que los vientos y los molinos nos sean leves.