Miguel Ángel Dionisio

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Miguel Ángel Dionisio


La tumba de Portocarrero

09/03/2022

La pasada semana, al hilo del Miércoles de Ceniza, les hablaba del epitafio del cardenal Portocarrero en su tumba de la catedral de Toledo. Hic iacet pulvis, cinis et nihil. Probablemente no hay un solo visitante de la Dives Toletana, ni mucho menos ningún TTV (Toledano de Toda la Vida, como simpáticamente nos denomina el libro de Juan Andrés López-Covarrubias), que ignore la existencia de tan peculiar autodefinición, y mucho menos, del nombre de quien se halla sepultado bajo la misma. Otra cosa es que se conozca algo de una de las figuras más importantes de la vida política, religiosa y cultural española en el tránsito de Austrias a Borbones, de la que fue particular protagonista.
Pero, antes que nada, conviene señalar que la célebre inscripción, que ha hecho pasar a la posteridad al cardenal como pocos de los que yacen bajo las bóvedas –y los capelos- de la catedral primada, tampoco es original. Quienes hayan visitado en Roma -de nuevo los paralelismos entre la capital del catolicismo mundial y la que lo fue del hispano-, ese peculiar lugar que es la cripta de los capuchinos, decorada con los esqueletos de los frailes, habrán podido encontrar en la iglesia, donde se conserva el espléndido San Miguel Arcángel de Guido Reni, la tumba del cardenal Antonio Marcello Barberini, hermano del papa Urbano VIII, con idéntica inscripción. Fallecido en 1646, es muy probable que nuestro protagonista, que compatibilizó el deanato toledano con el capelo cardenalicio, recibido a los treinta y cuatro años, visitara dicha tumba durante alguna de sus estancias romanas, antes del nombramiento, cuando era virrey de Sicilia, como arzobispo de Toledo.
La humildad del epitafio oculta –o no- uno de los linajes más ilustres de su tiempo. Luis Manuel Fernández Portocarrero Bocanegra y Guzmán, que así se llamaba nuestro protagonista, era hijo del conde de Palma del Río, lugar donde nació, y de Leonor de Guzmán, hija de los condes de Teba. A los catorce años pasó a ser miembro del cabildo toledano, iniciando una meteórica carrera eclesial, que enlazó con la política, formando parte del Consejo de Estado, desempeñando el cargo de virrey de Sicilia, y tras su regreso a la Corte, otras tareas de gobierno, siendo decisivo en la designación de Felipe de Anjou como heredero de Carlos II. Lugarteniente del reino en los últimos meses de vida del rey, tras fallecer el monarca –cuya injusta, errónea y falsa leyenda negra convendría superar ya- don Luis colaboró  en el gobierno de Felipe V, actuando como gobernador general de la Monarquía en 1701-1703, durante el viaje del rey a Italia. Alejado del gobierno en 1705, se retiró a Toledo, falleciendo en 1709.
Protector de las artes, empapado del ambiente barroco de la exuberante Roma finisecular, donde vivió en el Palazzo de Cupis, en Piazza Navona, piadoso, modesto, pater pauperum, es uno de los grandes personajes de la historia de España.