Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


La luz de Moisés

02/02/2022

En una luminosa y suave tarde romana, cuando los rayos del sol comienzan a decaer, besando con destellos anaranjados los viejos monumentos, penetro en la basílica de San Pietro in Vincoli. Sumida en la oscuridad, en su transepto derecho, no obstante, refulge, material y simbólicamente, una de las expresiones máximas de la creatividad humana, el Moisés de Miguel Ángel, ubicado, y desplazando el protagonismo de su ocupante, en la tumba de Julio II. Un capolavoro, una escultura tan extraordinaria, casi viva, que hace palidecer la perfección de las otras con las que el artista adornó el sepulcro de un papa, Giuliano della Rovere, pontífice mecenas y guerrero, émulo de su homónimo, César.
Me siento en un rincón para contemplar, sin prisas, la hermosura que emana del rostro, de los gestos, de las texturas que Miguel Ángel extrajo de la prisión marmórea que encerraba, como antaño a David, al legislador de Israel. Observo el sepulcro, verdadero arco triunfal para Moisés. Sobre él, protegido por una Madonna con el Niño, yace recostado el papa della Rovere, flanqueado por un profeta y una sibila, evocadores de los bellísimos que Buonarroti plasmó en la bóveda de la Sixtina. A un lado de Moisés, la escultura de Raquel, orante y mirando al cielo, representa la vida contemplativa, mientras que al otro, Lía, personifica la vida activa, resumiendo los dos modos de alcanzar la salvación y la vida eterna.
A realzar, si cabe, el conjunto, viene a ayudar la espléndida iluminación recientemente instalada tras la restauración de 2019, que reconstruye la original y natural proyectada por el genio miguelangelesco. En efecto, al final de su vida, influido por una intensa espiritualidad nacida del contacto con el círculo de Vittoria Colonna y los spirituali, Buonarroti jugó en sus obras con el simbolismo de la luz, estudiando su reflejo en la tumba. Perdidas las ventanas originales, que permitían este diálogo entre el mármol y la luz del sol, la actual iluminación va reconstruyendo estas variaciones, recorriendo las diferentes etapas del día, que culminan al atardecer, cuando los rayos solares se posaban sobre el rostro de Moisés, y que hoy, de nuevo, evocan la gloria de Dios impresa en el profeta tras la teofanía del Sinaí. El artista, para conseguir dichos efectos, empleó diferentes técnicas de trabajo en el mármol, con grados y terminaciones distintas, con el fin de exaltar la relación de la luz con la materia.
Es difícil expresar con palabras lo que evoca tanta belleza. Se cumple lo que el propio Miguel Ángel, también poeta, escribió: «Mis ojos, que codician cosas bellas/ como mi alma anhela su salud,/ no ostentan más virtud/ que al cielo aspire, que mirar aquellas».
Envuelto en la música del órgano, que comienza a sonar; acariciado por los últimos rayos del sol que bañan la nave de la basílica, silencioso, contemplo, lleno de serenidad, la sublime perfección de lo Bello encarnado en mármol.

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