Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Diamante de Sangre

22/08/2019

Las largas tardes de verano invitan a ver películas. Ayer elegí un clásico: Diamante de sangre. Quizá porque esperamos, con visión idealista, a que la nueva Comisión Europea logre un acuerdo sobre migración para la UE y protocolos con el resto del mundo, y la película ilustra, con  enfoque realista, la relación de la violencia organizada y las crisis migratorias con las teorías estructurales de la dependencia internacional.
Dirigida por Edward Zwick y protagonizada por Leonardo di Caprio y Jennifer Connelly está ambientada en la guerra civil que vivió Sierra Leona entre 1991 y 2002. Dibuja un escenario de conflicto interno post-colonial con reparto y trazado de fronteras sin contar con las comunidades afectadas. La debilidad de la organización sociopolítica favorece la lucha por el poder y el mercado negro de los diamantes les provee dinero y armas para la guerra entre los bandos.
El Frente Revolucionario Unido somete a su  pueblo, secuestrando en los poblados a los hombres, para trabajar en las minas de diamantes, y a los niños, para entrenar como soldados asesinos que odien su origen y su familia.  El Gobierno, a su vez, mantiene el conflicto y recurre a mercenarios, ante la inoperancia de su ejército, para recuperar las minas que los rebeldes han conquistado por la fuerza. Los mercenarios, oficiales blancos expertos en contrainsurgencia, viven de la guerra. Es particularmente revelador el comentario de uno de ellos: «…hay 11 guerras en el continente. Estamos ocupados».
Los compradores de diamantes, holandés y judío: Van de Kaap y Simmons, no financian la guerra pero hacen que sea rentable al comprar todos los que pueden para controlar su precio. Liberia participa en el contrabando clandestino para financiar su guerra civil, certificando los diamantes como suyos, sin tener minas, para poder sacarlos al mercado mundial.
Los nativos, mutilando y asesinando a sus compatriotas, alimentan el odio y la lucha por los diamantes y el poder. La brutalidad y la violencia se legitiman al considerarse una fatalidad inevitable. El conflicto interno y la violación de los derechos humanos escapa a cualquier tipo de control en el marco del derecho internacional, ante la indiferencia de la ‘sociedad mundial’, a pesar de la sanción de Naciones Unidas y los campos de refugiados en Guinea: «Acoge un millón de personas, todo un país sin techo…», que no van a la raíz del problema.
La violencia se estructura y la población intenta sobrevivir asumiendo que es un círculo inalterable. Incluso el protagonista, al acusarle la periodista americana de ‘conformismo’, responde con escepticismo: «¿Y cuando no se está viniendo abajo el mundo? EEA: Esto es África». Le presenta esquemáticamente el círculo: «los de las fuerzas de paz se quedan hasta que ven que no sirve para nada. El gobierno quiere estar en el poder hasta haber robado lo suficiente para poder exiliarse y los rebeldes no están seguros de querer hacerse con el poder porque tendrían que gobernar este desastre…».
En 2002, con el apoyo de la ONU, los bandos llegaron a un acuerdo de paz tan firme como los problemas socioeconómicos permiten.