Enrique Sánchez Lubián

En el Camino

Enrique Sánchez Lubián


‘La Catedral’, de nuevo

12/05/2022

Siempre me ha llamado la atención que una mayoría de cuantos escritores han contribuido a crear la imagen literaria de la ciudad de Toledo no fueran nacidos en ella. Si nos ceñimos al ámbito del último siglo y medio, en toda bibliografía esencial toledana, obras firmadas por Bécquer, Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Carmen de Burgos, Mauricio López-Roberts o Félix Urabayen son imprescindibles. Frente a ellas, la calidad y trascendencia de la producción autóctona ha sido menor. Además, mientras muchos de los autores locales han apostado por el tipismo, como expresión de los valores toledanos, los primeros nos han trasladado una visión más crítica, y en ocasiones muy ácida, de cómo era el tiempo y la sociedad que aquí conocieron.
Uno de esos títulos indispensables es 'La Catedral' de Blasco Ibáñez, aparecida en 1903 y que desde entonces no ha dejado de ser publicada una y otra vez, contando con gran acogida entre sus lectores. Ayer, en la Sala Capitular del Ayuntamiento, se presentó una nueva reedición, afrontada por la editorial 'El Perro Malo' y comentada por Juan Carlos Pantoja, doctor en Filología Hispánica. Además, por primera vez, incluye algunos de los dibujos que Blasco encargó al pintor José Segrelles para ilustrar una edición de esta novela que, por causas diversas, no llegó a ver la luz.
'La Catedral' nos sumerge en el mundo de Las Claverías, ese microcosmos de viviendas mandadas construir por el cardenal Cisneros en el claustro alto para tener 'recogidos' a los canónigos y que terminaron por convertirse en morada para los trabajadores catedralicios. De la mano del derrotado, enfermo y perseguido revolucionario Gabriel Luna, Blasco Ibáñez nos sitúa en el devenir diario de aquella gente, sus mezquindades, las intrigas y envidias entre clérigos y, de paso, en la historia de la ciudad y del propio templo, su arquitectura y las obras de arte allí conservadas. Adentrarse en sus páginas es una invitación tanto a conocer mejor aquel Toledo finisecular y los albores del siglo XX, como a disfrutar con la prosa de este autor torrencial, cuya obra y personalidad aún apabullan a cuantos nos acercamos a ellas. Así es que, si todavía no ha leído esta novela tan social y tan toledana, aproveche que estos días la plaza de Zocodover está tomada por los libros y hágase con ella. Merece la pena.