Editorial

El juicio a Ana Julia Quezada y el papel de los medios de comunicación

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El jurado popular consideró ayer a Ana Julia Quezada culpable de un delito de asesinato por la muerte del pequeño Gabriel. Este veredicto puso punto y final, a la espera de la sentencia y los posibles recursos, a un juicio oral que se ha caracterizado por la brutalidad de algunos testimonios y por la expectación mediática que ha generado. No era para menos después de que la búsqueda del menor paralizara a todo un país que poco tiempo después se estremecería al conocer tanto su muerte, como la forma en la que esta se produjo y el hecho de que fuera la pareja de su padre, una de las personas más activas en la búsqueda del pequeño, la que había acabado con su vida.

Resuelto el veredicto por parte del jurado, por unanimidad después de apenas 24 horas de deliberación, resta por conocer la pena que impone el juez a la acusada, que puede ser la primera mujer condenada a prisión permanente revisable dado que los miembros del tribunal que la juzgó entendieron que cometió el asesinato con alevosía, aunque sin ensañamiento. La decisión final del magistrado va a ser escrutada por el foco mediático, como ha sucedido en todo el proceso, por la conmoción general que provocó la acción tan vil de Ana Julia Quezada y por el turbio pasado que salió a relucir apenas unas horas después de que fuera detenida por la Guardia Civil cuando trasladaba el cadáver de su víctima.

Pero una vez que se cierre el tema judicial conviene abrir una profunda reflexión sobre la forma en la que los medios de comunicación afrontan un caso de estas características. Resulta evidente que por encima de cualquier otro asunto prevalece el derecho de los ciudadanos a estar informados, pero es conveniente dilucidar los límites entre lo que es información y lo que solo puede calificarse como morbo o espectáculo. Pese a la súplica de los padres de Gabriel, las sesiones del juicio oral han supuesto un relato minucioso de lo que allí sucedió, multiplicando el dolor de los familiares y exponiendo a los ciudadanos a una sobreinformación que en nada ayuda a adoptar la necesaria distancia ante tan brutal crimen.

No ha sido este el único caso, ni será el último, en un país en el que la información de sucesos ocupa cada vez más espacio de la parrilla televisiva. Donde es un padre el que tiene que pedir a una presentadora de la mañana que no emita las imágenes de la reconstrucción del asesinato de su hija para que no se agrande su penar. Lo tenemos muy reciente también con la desaparición de Blanca Fernández Ochoa y el hallazgo de su cadáver, pero lejos de reflexionar, en cada nuevo suceso se da un paso más en la dirección equivocada.