Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Rubalcaba

20/01/2021

Leo estos días la biografía que sobre Alfredo Pérez Rubalcaba ha escrito el antiguo director de El País, Antonio Caño, publicada en Plaza&Janés en noviembre del pasado año. Un texto que nos aproxima a una de las figuras claves de la vida política española de las últimas décadas, un personaje que nunca dejó indiferente a nadie y sin el que no se pueden comprender muchos de los sucesos importantes que hemos vivido en los últimos años.
El libro está escrito desde una indudable admiración por el protagonista, que en ocasiones roza casi la hagiografía; pero yendo al fondo, nos descubre un político que tuvo una indudable vocación de servicio público y un sentido de Estado al que supeditó cualquier otra consideración, incluso el interés de su partido. Quizá sea esta la nota característica de su actividad política y su principal legado, en un contexto, como el que vivimos actualmente en España, de honda crispación, de partidismos excluyentes y de olvido del interés común. El autor va, a lo largo de las páginas, contraponiendo lo que considera un ideal de figura política con otras, aunque hay una que, por su vacuidad y egolatría, se convierte en la antítesis del protagonista, mostrando como una aparente bella fachada puede ocultar tan sólo ambición y soberbia.
Más allá del juicio que cada uno se pueda hacer sobre Alfredo Pérez Rubalcaba, juicio que necesitará, para ser ponderado adecuadamente, de la distancia que exige la historia, el libro creo que nos ofrece la oportunidad de reflexionar acerca de cómo es la política actual en nuestro país, y como debería ser. Por mis lecturas de los clásicos y la fascinación que siempre me ha producido uno de nuestros mejores hombres de Estado, el cardenal Cisneros, considero que el objetivo prioritario de la actividad política ha de ser el servicio al bien común; para ello es preciso tener sentido de Estado, altura de miras, capacidad de sacrificio y una formación adecuada. Todo lo contrario a lo que vemos generalmente hoy día, con mediocres cargados de ambición personal, intereses exclusivamente individuales y mezquinos, lagunas intelectuales y humanas evidentes; gente que, por lo habitual, ha ido escalando puestos en la estructura interna de los partidos, convertidos en máquinas electorales con el exclusivo objetivo de alcanzar el poder, y que fuera de ellos no tienen aspiraciones ni perspectivas profesionales.
El panorama político es desolador. Cada día observamos una mayor degradación, una creciente intolerancia. Se ha instalado la dialéctica, tomada de Carl Schmitt, de amigo/enemigo, imposibilitando así el pacto, la transacción, el acuerdo. Se impone, no se dialoga. Las instituciones se prostituyen al servicio de intereses que no son los del Estado. La táctica, inmediata, se impone a la estrategia a largo plazo. La ‘nueva política’ ha adquirido con rapidez los vicios y defectos que criticaba a la ‘vieja’.
Necesitamos recuperar el denostado espíritu de la Transición. Y que surjan verdaderos estadistas, servidores de la ciudadanía.