Curanderismo y hechicería en la provincia de Toledo (y X)

José García Cano
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En el Sínodo Diocesano del Arzobispado de Toledo de1682 se dice que por tierras toledanas había una ingente cantidad de hechiceras, agoreros, sortílegos, encantadores y ensalmadores

Rincón de Toledo - Foto: Archivo Wunderlich IPCE Ministerio de Cultura

Terminamos con esta entrega el repaso histórico a algunos de los casos de magia y hechicería con los que cuenta tanto la ciudad como la provincia de Toledo y que nos demuestran la importancia de estas artes y sabidurías populares, que, en muchos lugares, aún hoy siguen practicándose. Personajes ha habido -y los hay- que han dominado perfecta y maravillosamente el arte de la magia, la curación y la adivinación; si hay uno que fue famoso por dominar estas cuestiones y algunas otras más extrañas, fue Enrique de Villena, conocido como el marqués de Villena, muy relacionado con la magina negra, la alquimia y los grimorios medievales, quien quizá simplemente fue un adelantado a su tiempo y estudió la física y la química de aquel momento, lo que acrecentó su leyenda negra. Vivió en su palacio ubicado en el actual parque del Tránsito y la fama que ganó parece ser que provenía de su alto conocimiento en las artes mágicas; se dice de él que se cambiaba de camisa cada diez días y 'de vestido cada tres', mostrándose ante los demás siempre limpio y aseado, cosas no demasiado de moda en aquel siglo XV. Su biblioteca sin duda, debió ser la mayor colección de libros sobre magia, hechicería y alquimia que existió en Toledo, desde hace siglos desgraciadamente desaparecida, a la que seguiría en importancia la biblioteca de la Escuela de Traductores de Toledo, donde no solo se estudiaron las siete artes liberales (divididas en el trívium y el cuadrivium) sino también otra serie de conocimientos mágicos y esotéricos vertidos desde la cultura árabe y la greco-latina, y traducidos en Toledo. 

Una prueba más de que las prácticas mágicas y hechiceriles eran de lo más habituales en las calles de Toledo y de decenas de pueblos de nuestra provincia, la encontramos en el Sínodo Diocesano del Arzobispado de Toledo que tuvo lugar en el año 1682, donde se dice que por estas tierras toledanas había una ingente cantidad de hechiceras, agoreros, sortílegos, encantadores y ensalmadores, y también un gran número de personas que llevaban habitualmente encima lo que se denominaba nóminas, es decir pequeños papeles con textos sagrados o ensalmos que se suponía curaban determinadas enfermedades. Este tipo de prácticas siempre estuvieron en el punto de mira de la iglesia que no veía del todo bien que hubiera personas que sin intercesión divina pudieran curar o sanar a los demás. Ya en el III Concilio de Toledo celebrado en el año 589 se vigila todo aquello que sonara a superstición y hechicería, que eran practicadas por todo el reino; se llamaba la atención sobre ciertas prácticas, como la profanación de tumbas y la utilización de cadáveres para predecir el porvenir o lo que es lo mismo, las prácticas nigromantes, penadas con diversas multas pecuniarias. 

De hecho, a mediados del siglo XV, Hernando de Talavera dijo que los hechiceros, adivinos y encantadores pecaban contra el primer mandamiento si no utilizaban palabras sagradas en sus curaciones e igualmente cometerían pecado aquellos fieles que usaran nóminas que no formaran parte del Evangelio, intentando dar un sentido cristiano a estas prácticas entre mágicas y prohibidas. Sorprende a veces la fina línea que separaba la hechicería, de la religiosidad y las creencias populares; son decenas las oraciones en las que encontramos a Santa Águeda, a Santa Lucía, a San Juan, a San Miguel o a Santa Marta, quien aparecía en una oración que recitaba María de Vargas en 1631, una vecina de Toledo que estuvo amancebada con un sacerdote, la cual recitaba lo siguiente: «Señora Santa Marta, digna sois y santa; de mi señor Jesucristo querida y amada, en el monte Olibete entrasteis, con la tarasca encontrasteis, con la cinta de vuestra santísima cadena la atasteis, con vuestras palabras santas la conjurasteis y la ligasteis, así como esto es verdad mi otorguéis mi necesidad». Tal era la relación de la hechicería con la vida religiosa, que los propios sacerdotes y frailes muy de vez en cuando practicaban conjuros y curaban a sus feligreses; conocemos el caso del clérigo toledano Juan Martínez Torres, experto en conjurar la langosta, quien realizaba una particular procesión a la que acudían decenas de toledanos, mientras rezaba una antífona y una oración, en la que llevaba una cruz de oliva bendecida el Domingo de Ramos. También recurría a diversas oraciones y letanías, para completar su conjuro, el cual completaba con la siguiente frase: «Adjuro te, langosta, que cualquier manera que seays y comays, estragays e mal hazeys los panes, y viñas y ortalizas, y frutas…» Otro religioso que estuvo mezclado en un turbio asunto de hechiceras fue Miguel Ruiz, quien junto a las hermanas Francisca de Ávila e Isabel Bautista regentaron una casa situada en la toledana plaza del Salvador, donde recogían mujeres y beatas, lugar que testigo de episodios increíbles, como levitaciones, arrobos, éxtasis diversos, aumentados cuando se sumó un cuarto personaje llamado Juan de Dios, afamado taumaturgo que sanaba con su saliva y posiblemente con alguna patología mental a tenor de las macabras visiones que aseguraba tener. 

Lugares mágicos en Toledo los hubo, como por ejemplo la famosa cueva de Hércules, donde la tradición popular ubica mil y una historias increíbles y fantásticas o la legendaria Escuela de Nigromancia toledana donde todos estos conocimientos tendrían cabida para aquellas personas iniciadas que desearan profundizar en lo que también la historiografía llama la Scientia Toletana, o artes mágicas. En fin, multitud de historias, razones y motivos se conjugan para hacer de nuestra provincia de Toledo un lugar mágico y donde sin duda todavía hoy, podemos rastrear esas tradiciones mágicas que sin duda forman parte de la idiosincrasia de esta tierra.