La frustración suele devenir en melancolía, pero no siempre; otras veces cursa en una rabia sin límites ni contornos. Tal es lo que parece haber sucedido con los dirigentes del Partido Popular, quienes, habiendo alimentado durante cinco días la secreta esperanza de perder de vista al presidente del Gobierno, han sido incapaces de asimilar la frustración de su retorno flamígero, agitando las banderas contra la miserabilización de la política, y se han entregado a un furor hiperbólico de insultos, procacidades y amenazas que, sobre dar la razón al íncubo en su denuncia de la existencia de ese furor precisamente, pudiera provocarles efectos indeseables en la salud, ora a consecuencia de una subida drástica de la presión sanguínea, ora por algún otro tipo de congestión.
Tras la reaparición de Pedro Sánchez se esperaba del PP, ya que no un poco de cordura o siquiera de modulación de las invectivas, la intervención señera de su desaforada portavoz, o ideóloga, habitual, Isabel Díaz Ayuso, que habiendo llamado hijo de puta al presidente del Gobierno en el ágora de la democracia, el Congreso de los Diputados, había acreditado sobradamente merecer esos títulos, pero he aquí que ha saltado al ruedo un espontáneo haciendo gala, encima, de una gran espontaneidad, el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, que se ve que ese día se había levantado con un hambre terrible de carne cruda.
Y terrible fue, en efecto, cuanto dijo en el salón de sesiones del Ayuntamiento de un Madrid que de rompeolas de todas las Españas ha pasado a serlo de todos los bulos y todas las mentiras. El espontáneo, determinado a disputarle a Ayuso el dudoso oro del energumenismo verbal y conceptual, empezó llamando "coro de plañideras" entregado a un "ejercicio de histerismo sin precedentes" a los ciudadanos, militantes y simpatizantes socialistas, que habían manifestado ante la sede de Ferraz su apoyo al presidente desaparecido, para seguir después difundiendo el bulo de que éste se había burlado de los "pringaos" marchándose en su Falcon a pasárselo bomba en Doñana. El broche de su deposición, habiendo sido ésta tan elevada, no era cosa fácil, pero Almeida lo bordó calificando a Pedro Sánchez de "jefe de una trama corrupta que abarca su casa, la Moncloa y el PSOE".
¿Alguien podía dar más? Sí, Feijóo, que le dijo al presidente: "Nos vemos en la calle". Lo dicho, sin límites. Y sin contornos.