David Mora asciende a los cielos

Álvaro de la Paz
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El torero de Borox corta dos orejas a un excelente toro de Alcurrucén en su regreso a Las Ventas. Unánime petición de trofeos y multitudinaria salida a hombros, segunda en su carrera

Pasaban cinco minutos de las siete de la tarde cuando la plaza irrumpió en una ovación unánime. El héroe, aquel que estuvo camino del martirio dos años atrás, volvía a la arena que regó con su sangre. Saludó desde el tercio y recogió un cariño que viene desde sus primeros años de luces. Madrid, alfa y omega, principio y (casi) fin de quien se curtió en las capeas y a quien Borox acogió. Bienvenido a tu casa, David Mora.

Porque la que firmó ante el segundo será su obra cumbre. Ante Malagueño, que así se llamaba el toro, rubricó el resucitado la faena con la que soñó durante su larga ausencia, la que probablemente hayan dibujado en su mente todos los que se visten de luces. El de Alcurrucén, un ejemplar extraordinario, permitió la mejor versión del toledano. Ya fueron bonitas cuatro verónicas, lentas, de mano baja, y emocionante el quite por espaldinas, replicando al desafiante Roca Rey. Sí, flotaba que era fía grande y tocaba no dejarlo escapar.

Brindó al doctor Máximo García Padrós, deuda vital, y citó en los medios. De medio pecho y con la muleta planchada. Pero en el último segundo y con la res galopando, Mora cambió la orientación de la tela y la sacó por detrás de la espalda. Besó la arena después de que los pitones del alcurrucén lo levantarán al cielo. Pero volvió. Volvió otra vez porque de aquello iba la tarde. Y pintó un inicio hermoso por bajo. Cuatro tricherazos ganando los medios, planta erguida y postura relajada, pusieron los tendidos boca abajo.

Mejores, ¿podían serlo?, fueron dos tandas por la diestra. El borojeño ligó cuatro, cinco, seis, siete. Largos, con su oponente besando la tierra y sin más afán que el de volver a embestir. Y para coronar aquellos derechazos, lentos y unánimes, un remate por alto y otro por abajo. Sí, eso tenía que ser el paraíso.

El viento era el único elemento que podía distorsionar. Flambeaba la muleta cuando su titular la prendió con la mano zurda. Un par de pasadas sin apretarse, probando el viaje por ese pitón y si el aire era molestia, y tres, cuatro naturales a cámara lenta. Éxtasis colectivo en Madrid y Mora, caminando hacia las tablas para recoger la espada.

Por la izquierda cerró. Montó el estoque y lo enterró arriba. Sepultó el acero y meses de miedo. Se llenaron tendidos, gradas, palcos y andanadas de pañuelos blancos. Cayeron las dos orejas y la vuelta al ruedo a un maravilloso burel. Puerta grande, la segunda de su carrera después de aquella con valdefresnos en 2012. Daba gracias a dios, lo engrandecía y le cantaba su omnipotencia.

Poco pudo enseñar en el quinto. El colorado se desplazó sin gracia, sin poder. Nada que ver con el anterior. Dejó Mora un par de verónicas y varios naturales templados. Sobresalió su cuadrilla, como en el segundo. Brindó al Nobel Mario Vargas Llosa y concluyó sin demora.

Roca Rey, único torero a pie que había descerrajado la puerta grande hasta ayer, exhibió testosterona en su tercera competencia en San Isidro. Nada nuevo en el peruano: valor, terrenos del toro y emoción. A su primero le hilvanó una faena con pasajes de trazo largo y otros de cercanía. Con el que cerraba plaza sólo pudo arrimarse. Y brindar al paisano escritor.