Crónica de una construcción simbólica

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Nicos Hadjinicolaou revisó las aportaciones sobre el Greco realizadas por los principales responsables de su historiografía desde comienzos del siglo XX

Nicos Hadjinicolaou es catedrático de la Universidad de Creta. - Foto: JUAN LAZARO

Adolfo de Mingo Lorente

«Ni fue un paradigma del misticismo ni de la identidad española». Nicos Hadjinicolaou, catedrático emérito de la Universidad de Creta y organizador de los congresos internacionales que desde comienzos de los años noventa organiza el Instituto de Estudios Mediterráneos de  Retimno, explicó el proceso de construcción simbólica del Greco en España y lo contextualizó desde comienzos del siglo XX hasta nuestros días. El investigador griego contrapuso el hecho de que José Pijoán, en una carta al historiador alemán del arte August L. Mayer, considerase en 1930 que «solo el Greco es auténticamente español» (por delante de Velázquez y de Goya) con la circunstancia de que la documentación toledana conservada se refiera recurrentemente a él como un extranjero. «Así fue. Fue extranjero desde el momento de su llegada a esta ciudad hasta su muerte. Hay pruebas fehacientes de que el Greco vivió aislado con respecto al resto de la sociedad toledana, a excepción de un pequeño círculo».

Lejos han quedado ya las especulaciones que llevaron a los noventayochistas, encabezados por Azorín y Unamuno, a considerar al Greco esencia del misticismo y del alma castellana. El descubrimiento de documentos sobre los inicios artísticos del pintor por parte de Mertzios o Constantoudaki-Kitromilides -por los que sabemos que era ya un maestro reconocido antes de abandonar Creta- más el hallazgo de las anotaciones manuscritas realizadas por el Greco sobre sendas ediciones de Vitruvio y de Vasari que Javier de Salas, Agustín Bustamante y fundamentalmente Fernando Marías realizaron a finales de los setenta, han desmontado por completo los discursos iniciales.

Paralelamente, Nicos Hadjinicolaou analizó la evolución de los estudios sobre el Greco en España, destacando la intuitiva calidad del catálogo de Cossío y los trabajos inmediatamente posteriores de su alumno Francisco de Borja San Román en comparación con diversas aportaciones realizadas durante las décadas siguientes por autores como Francisco Javier Sánchez Cantón, José Gudiol y Enrique Lafuente Ferrari. La fascinación por Goya, Velázquez y los pintores barrocos por parte de la historiografía española motivaron, para el conferenciante, un escaso alcance investigador y una falta de visión integral del artista por su parte. La excepción, añadió Hadjinicolaou, fue si acaso José Camón Aznar, cuyo Doménico Greco de 1950 sería después duramente criticado por Harold Wethey, y dos décadas después volvería a ser rechazado por José Álvarez Lopera.

A partir de los años ochenta, continuó, se produciría un salto cualitativo de gran importancia, pese a que en los momentos iniciales de la década aún no se hubieran asumido las aportaciones griegas de los últimos años. Tampoco las conclusiones derivadas de las notas manuscritas del Greco, que descartaron por completo la noción de pintor místico. Ni siquiera interesado por la pintura religiosa, por mucho que abundasen sus encargos con esta temática. Algo parecido podría decirse de sus lazos con Toledo. Hadjinicolaou, en este sentido, comparó la postura de Richard L. Kagan en 1982 -cuando tuvo lugar la gran exposición del Museo del Prado- a propósito del contexto del artista en la ciudad con su planteamiento veinte años más tarde, momento en el que matizó que «la relación con Toledo fue más problemática de lo que yo supuse».

La ponencia, en la que fueron recordadas las aportaciones de José Álvarez Lopera (1950-2008), concluyó con una reivindicación de nuevos enfoques relacionados con la etapa romana del artista.