Ambisexualidad. La moda femenina y masculina se acercan

Jorge Fraguas
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Son varios los años en que las propuestas de diseñadores y firmas de moda plantean prendas con escasas diferencias entre el estilo femenino y masculino

La moda no existe sólo en los vestidos. La moda está en el cielo, en la calle, la moda tiene que ver con las ideas, la forma en que vivimos, lo que está sucediendo (Coco Chanel (1883-1971)», quizás por eso son cada vez más los estilismos y las propuestas de los diseñadores que sirven tanto hombres como para mujeres, en lo que se ha dado en llamar ‘moda ambisexual’. Y es que, por fortuna, las diferencias entre sexos, al menos en países como el nuestro (aunque no en todos los aspectos...), son cada vez más tenues, algo que también se refleja en el mundo de la moda, donde las grandes marcas sacan cada temporada prendas casi idénticas en sus secciones de mujer y hombre.

Hoy mismo una compañera del trabajo llevaba puestos unos pantalones vaqueros en tonos degradados que he visto en una franquicia de una de las marcas con más tirón en el mercado nacional para chicos. Otra llevaba unos zapatones tipo castellano que tengo prácticamente idénticos. Y es que la ‘reivindicación’ de la sexualidad no debería estar marcada por lo que uno se pone o deja de ponerse. Lo que uno sienta que es tiene poco que ver con la ropa que se lleve, si bien es cierto que cómo vestimos es nuestra seña de identidad y son muchos los que quieren evitar ser catalogados por la manera en que se visten.

En el caso de las tribus urbanas estas diferencias son aún más escasas. En estos casos, es tal la necesidad de reivindicar un modo de vida, una forma de pensar, que quienes se adecuan a ese estilo concreto ponen lo que quieren transmitir por encima de si las prendas que lucen son más ‘aptas’ para hombres que para mujeres. Pero para la gente que viste ‘normal’, también esas diferencias, salvando el uso de faldas o de zapatos de tacón o prendas muy concretas, se van difuminando.

Miuccia Prada, tras su último show masculino en Milan Fashion Week, declaró que «cada vez que hago un desfile para hombre, pienso que sería fantástico también para mujer –o al menos para mí–. Por eso, es más instintivamente correcto trasladar una misma idea a ambos géneros». No en vano, la contención en lo que se lleva o no está muy ligado a la cultura. En Escocia, el traje de gala de los hombres pasa por su tradicional kit (falda), y nadie duda de la hombría de los escoceses por el hecho de llevar esa prenda.

Las mujeres son mucho más desenfadadas en este aspecto y las hay que no dudan en colocarse un traje de chaqueta de corte masculino, sin renunciar por ello a su feminidad. Con los hombres es otro cantar. Los diseñadores lo saben y por eso, pese a ser pioneros en llevar la igualdad también al mundo de la ropa, no dejan de quizás autocensurarse en sus diseños, muestra de lo cual es que la paleta de colores de que pueden disfrutar los varones y los cortes de las prendas están mucho más limitados que en las mujeres.

El paso del tiempo, la modernización social y la aparición de los ‘metrosexuales’ han abierto un camino para aquellos que quieren vestir como les apetece sin por ello renunciar a su masculinidad. Recuerdo que hasta hace bien poco era poco menos que impensable que un hombre llevase, en según que entornos (obvio), unas simples chanclas de dedo. El género masculino siempre ha necesitado que haya algunos pioneros que abran el camino para ciertas modas que les gustan, pero con las que no se atreven. Ahora bien, ‘si lo lleva ese, yo también lo puedo llevar’. Y si bien no deja de resultar un tanto triste que tengas que ver una prenda que te gusta en alguien para animarte a llevarla, al final son estas imitaciones las que en muchos casos suponen una evolución, no sólo en este mercado sino en tantos otros sectores.

Estos últimos años está siendo tendencia el estampado floral en las prendas masculinas. Una sudadera de flores, por mucho corte masculino que tenga, era ‘improcedente’ para un hombre hasta hace muy poco tiempo, y ahora son pocos los que no cuentan con alguna prenda en la que el estampado sea el protagonista, o con pantalones de diferentes colores, aunque los tonos clásicos sigan siendo los más demandados y los en mayor medida ofertados por las empresas de moda.

Huelga decir que, por su puesto, habrá tanto mujeres como hombres que defiendan un estilo más diferenciado no por una cuestión de reivindicación sexual, sino por gustos que, por otro lado, suelen ser los más comunes. Pero que en el mundo de la moda las diferencias cada vez son más escasas es todo un hecho. Porque se puede tener un armario muy parecido al de tu chica o tu chico sin que ello suponga renunciar a tu personalidad. Cuán sexys nos parece una chica con una camisa de hombre y las piernas al aire, por ejemplo. Quizás un hombre con tanga no resulte tan atractivo para las féminas, pero cada vez son más las que se sienten atraídas por un hombre que sin renunciar a su virilidad se atreve a adentrarse en los terrenos que hasta ahora les han sido propios a ellas.

«Los diseñadores proponemos cosas y es la gente la que las transforma en moda, cuando las acepta», ha dicho Adolfo Domínguez, así que más que reivindicar un género, es una cuestión de aceptación de esas propuestas, aunque en un principio puedan parecernos chocantes. El paso de los años ratificará o no esta últimamente fina línea que diferenca lo que es una prenda de hombre y una de mujer, pero viendo lo visto en las últimas épocas, es más que probable que esta tendencia siga al alza, tal vez, sobre todo, cuando unas y otros nos demos cuenta de que el vestir no es más que lo que cubre el interior, y si el interior se tiene claro, por mucho que se cubra con prendas que a priori no encajan con nuestro sexo, no va a variar. Que a ti te gusta vestir muy masculino y a ti muy femenina, adelante. Lo importante es estar a gusto con la imagen que se proyecta, pero también es fundamental que se vaya cómodo con el estilo, porque la moda es arte, creatividad, incluso locura en algunos casos; pero nunca debe ser un motivo de frustración por falta de atrevimiento. Recordemos: el hábito no hace al monje.