Mozart intenso en la Catedral

Sandra Redondo
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Ivor Bolton nos brindó un Requiem de Mozart apasionado y rebosante de energía: la música sublime de un genio homenajeando la partida de otro genio

El Coro Titular delTeatro Real estuvo a la altura de la cita y sonó poderoso. / DAVID BLÁZQUEZ-FUNDACIÓN EL GRECO 2014

Las obras maestras del arte lo son porque tienen el poder de permitirnos experimentar emociones con renovada intensidad cada vez que las revisitamos. Así ocurrió con el Requiem que pudimos disfrutar ayer en concierto en la Catedral: como teñida con una nueva luz, la energía del testamento musical mozartiano nos sacudió el alma y los sentidos, invitándonos a reflexionar sobre la muerte -Recordare fue un bálsamo delicioso- en clave de oración.

En 1791 Mozart recibió el encargo de componer un Requiem con el que el conde Walsegg –quien posteriormente se atribuiría su autoría– quería homenajear a su difunta esposa. Con tan solo 35 años, el compositor se despidió de la vida antes de concluirlo, circunstancia que despertó la imaginación de los románticos y dio lugar a leyendas misteriosas. Süssmayr, su discípulo, asumió la difícil tarea de rematar la obra a partir de borradores del compositor.

Como si de un cuadro del Greco se tratara, la música de Mozart se nos reveló llena de pasión y contrastes, algo muy de agradecer al Maestro Bolton, flamante nuevo director musical de Teatro Real, que nos brindó una versión rotunda y vigorosa -magníficos Dies irae y Confutatis- a la vez que conmovedora en sus momentos de máxima elevación espiritual -Lacrimosa exquisito-. La perfección de la música de Mozart radica precisamente en ese chiaro-oscuro, refleja en toda su complejidad la relación del ser humano con la muerte: el dolor desgarrado y la serena paz, el temor del juicio y la esperanza en la indulgencia divina. Los contrastes, aquí por momentos abruptos, que en tantas interpretaciones se han limado en aras de un equilibrio y mesura pretendidamente mozartianos, nos revelaron la verdadera esencia de su lenguaje y la razón por la que a algunos de sus contemporáneos acusaban a Mozart de "exceso de ímpetu".

Ivor Bolton cimentó este planteamiento sonoro en decisiones tales como contar con instrumentos originales en las partes de viento, mezclándolos con acierto con cuerdas modernas, en la línea de directores como Nikolaus Harnoncourt. El maestro, de gesto amplio y apasionado, escogió tempi llamativamente vivos e imprimió al discurso una potente energía que algunos calificarían de beethoveniana. Muy efectiva la pausa dramática tras el "amén" con que cierra Lacrimosa. Los solos de corno di bassetto (clarinete bajo), instrumento amado por Mozart, nos emocionaron con su llanto en el Introito, y el sonido punzante de los sacabuches (antecesores del trombón) confirió un dramatismo muy interesante al conjunto –fantástico Simeón Galduf en Tuba mirum-.

La extraordinaria calidad de los solistas era uno de los reclamos del concierto, y el resultado no defraudó. Camilla Tilling, soprano sueca de trayectoria internacional, estuvo elegante y comedida. Su compatriota la mezzosoprano Anne Hallenberg, cuya soberbia Agrippina de Händel pudimos disfrutar el pasado año en el Auditorio Nacional, mostró una estupenda articulación. Igualmente acertado estuvo el barcelonés David Alegret, tenor lírico ligero que está desarrollando una carrera fulgurante en los últimos años presentándose en los más importantes teatros de ópera europeos. No se quedó atrás el bajo británico Alastair Miles, que exhibió una gran calidad de fraseo.

La acústica del templo catedralicio planteó a los intérpretes dificultades para calibrar el balance, que se saldaron con ciertos desfases entre orquesta y coro, además de una inevitable ininteligibilidad en los pasajes fugados. A pesar de ello, el Coro Titular del Teatro Real, que en los últimos años ha ganado frescura y solvencia, compensó el exceso de reverberación con una marcada articulación en las consonantes. Estuvo a la altura de la cita y sonó poderoso en los muchos momentos en que la partitura exige darlo todo.

En definitiva, ayer pudimos disfrutar de la música sublime de un genio homenajeando la partida de otro genio, filtrada por intérpretes de altura y en un marco imponente. Es un placer degustar de cuando en cuando manjares tan exquisitos, como quien acude a un restaurante de lujo, aunque no por ello debemos olvidar lo saludable que resulta comer a menudo. Los oídos de Toledo merecen seguir alimentándose de música de calidad y en directo.

        Sandra Redondo. Cantante y pianista. Profesora en el Conservatorio Profesional de Música Jacinto Guerrero de Toledo.