«Esta exposición cierra el año Greco, pero mantiene vivo el pulso de futuras investigaciones»

Adolfo de Mingo Lorente
-

Entrevista a Leticia Ruiz, comisaria de la exposición 'El Greco: arte y oficio'

«Esta exposición cierra el año Greco, pero mantiene vivo el pulso de futuras investigaciones» - Foto: Víctor Ballesteros

La historiadora del arte Leticia Ruiz Gómez (Santander, 1961), responsable del Departamento de Pintura Española del Renacimiento en el Museo del Prado, es la comisaria de la exposición El Greco: Arte y Oficio, instalada en el Museo de Santa Cruz hasta el próximo mes de diciembre. Con esta muestra finalizarán las grandes citas del programa cultural organizado por la Fundación El Greco 2014 para conmemorar el cuarto centenario del pintor, aunque la exposición no ha sido concebida ni mucho menos como cierre, sino como ventana a la que asomarse -quizá por alguno de los característicos huecos del montaje, obra del arquitecto Juan Alberto García de Cubas- a nuevas preguntas relacionadas con el taller del Greco, la comercialización de su obra y la dimensión histórica de figuras como Jorge Manuel Theotocópuli, Francisco Preboste y Luis Tristán. «Nadie tiene la última palabra, por mucho que hayamos evolucionado enormemente en nuestra manera de entender al Greco desde el anterior centenario. Lo bueno de los grandes maestros es que siempre mantienen vivas lecturas nuevas. No se terminan nunca».

> Esta exposición ha sido calificada desde diferentes ámbitos como la más especializada y compleja de cuantas han sido organizadas este año sobre el Greco en España. ¿Está de acuerdo?

Solamente en parte. Hemos trabajado mucho para conseguir una exposición que fuese bella y al mismo tiempo científica, que tuviera sentido como concepto, como hecho en sí mismo. Pero, al mismo tiempo pretendíamos que fuese didáctica, permitiendo lecturas que puedan servir a todos, no solamente a los historiadores. Prueba de esta doble aspiración, rigor sin renunciar a la divulgación, es el audiovisual de cinco minutos que se muestra en el crucero y que nos permite -después de haber invertido muchas horas de trabajo en su elaboración-  transmitir conceptos no siempre sencillos de entender, como la elaboración de los retablos y el día a día en el taller. En resumen: creo que se trata de una exposición muy especializada que está pensada para todos.

> No obstante, habrá sido especialmente difícil transmitir al público elementos que generan controversia entre los propios especialistas, museos, coleccionistas…

Toda exposición tiene sus dificultades, aunque la experiencia que proporciona trabajar en un museo como el Prado te concede cierta ventaja a la hora de organizar los contenidos, secuenciar las obras de manera coherente, presentar las cartelas... Otra ventaja es la posibilidad de conocer la obra en el taller. Soy consciente de ello porque yo misma soy restauradora de formación [por la Escuela Superior de Restauración y Conservación de Madrid, donde también ha sido profesora] y sé lo importante que puede ser el penetrar en la propia estructura de la obra. No es que los informes técnicos sean siempre concluyentes, pero la posibilidad de sumarlos a la metodología empleada por los historiadores del arte brinda un material que sin duda es muy interesante y con el que no contaban nuestros abuelos en esta profesión. Los resultados de todo eso quedan plasmados en la exposición, que es el medio natural de quienes nos dedicamos a los museos y trabajamos con la historia del arte a través de las obras.

> Da la sensación de

que la parte final de esta exposición, que se inicia remarcando las diferencias entre la producción de mano del Greco y las intervenciones del taller, consiste en una serie de flecos abiertos a futuras investigaciones. Uno de ellos sería el encaje del taller del Greco con Luis Tristán y otro con Jorge Manuel Theotocópuli, a quien por cierto se recuerda en el catálogo a través de un artículo escrito por José Álvarez Lopera en 2007.

Para la exposición que se celebró en Atenas, sí. En ese texto no solamente se refirió a Jorge Manuel, sino también a lo que constituyó el taller de Jorge Manuel, destacando los nombres de varios pintores que formaron parte de su entorno en el Toledo del siglo XVII. Yo quería que ese artículo de 2007 formase parte de esta exposición como homenaje al gran maestro que fue Álvarez Lopera porque creo que sus conclusiones son válidas y por el momento no han sido superadas. ¿«Flecos» como fondo de esta exposición? Estoy de acuerdo. Con esta muestra se cierra el Año Greco, pero mi intención era dejar abiertas muchas cosas, desde Tristán hasta esa figura mucho menos conocida que fue Francesco Prevoste y que sin embargo permaneció junto al Greco durante tantos años, participando de su pintura y de su total confianza.

> También el análisis de Jorge Manuel permanece abierto. ¿Cree que llegará por fin algún estudio que proponga una dimensión integral del personaje, en donde se abarque su triple faceta como arquitecto, pintor y escultor?

Eso sería muy interesante y estoy convencida de que con el tiempo habrá nuevos resultados. ¿Por qué no? Este cuarto centenario ha puesto el acento sobre la gran cantidad de documentación con la que ahora contamos en comparación con 1914. Probablemente no haga falta esperar tanto tiempo para que aparezca nuevo material en los archivos. Y con Preboste o Prevosti -parafraseando el título del texto de Fernando Marías para el catálogo-, sucederá lo mismo.

> Hablando del catálogo, se cierra con un texto dedicado a Giraldo de Merlo, artista de gran importancia en el territorio que hoy se corresponde con Castilla-La Mancha y al que se han dedicado recientemente investigaciones importantes. ¿Se debe a alguna razón en especial?

Realmente no, aunque fue alguien muy vinculado a Jorge Manuel y en este sentido podría parecer, efectivamente, una forma de referirnos a lo que se abre más allá del Greco. Ese texto, escrito por Miguel Arias, subdirector del Museo de Escultura de Valladolid, forma parte de una serie de voces a las que reuní para que escribieran sobre personalidades del entorno del cretense. Giraldo de Merlo ocupa el último capítulo del catálogo, pero lo mismo podría haber sucedido con Diego de Astor (sobre el cual han escrito María Cruz de Carlos Varona y José Manuel Matilla), Luis Tristán (Luis Alberto Pérez Velarde) o el propio Prevoste.

> Volviendo a la exposición, ¿cree que en ella se resuelven satisfactoriamente las diferencias entre originales

y versiones de taller?

Bueno, esa es la razón de que la primera parte de la muestra, la que recibe al visitante nada más acceder al Museo de Santa Cruz, se denomine ‘De la mano del Greco’ y esté compuesta por pinturas de gran importancia. Su calidad salta a la vista en comparación con la producción del taller: se aprecia la mano del maestro en la rotundidad del dibujo y en la profunda belleza de los colores, que un ojo bien entrenado puede apreciar en diferentes detalles. Pero es que en el caso del Greco no hace falta ser un experto para darse cuenta. Basta con dedicar cinco segundos a contemplar sus diferentes Magdalenas en comparación con la que se conserva en Kansas City. Creo que hemos cotejado con claridad esos conjuntos, lo mismo que hemos procurado explicar que los artistas del Renacimiento, entre ellos Tiziano, no solamente realizaban grandes retablos, sino también pinturas devocionales que requerían la colaboración del taller.

> ¿Hay alguna obra de la exposición que desee destacar especialmente?

Estoy bastante satisfecha por haber conseguido reunir el Apostolado de Almadrones, ya que había ciertas reticencias por parte de alguno de los prestadores. Muy agradecida también al Obispado de Cádiz por haber autorizado la exposición del San Francisco con el hermano León del Hospital de Nuestra Señora del Carmen, que se incluyó en el catálogo de las grandes monográficas de Nueva York y Londres en 2003, aunque sin salir de su ciudad. Es una obra excepcional que mostramos enfrentada a la Anunciación del Museo del Prado, cotejo que me parece de una intensidad muy emotiva. También son muy especiales los dibujos. Es emocionante recordar el momento de recepción de las cajas, la coordinación del envío, las conversaciones con los propietarios... Como a la prestadora suiza le había llegado la noticia de que iba a ser una exposición centrada exclusivamente en el taller del Greco, hubo que explicarle que el proyecto iba más allá y que suponía un acierto cotejar obra autógrafa del pintor con la de su obrador. En definitiva, muy contenta y especialmente agradecida por el apoyo de varios prestadores, buenos coleccionistas que entendieron la importancia de esta exposición a pesar de tener que rebajar la etiqueta de sus obras. Ha habido momentos mejores y peores, pero el resultado es el que es y eso es lo que cuenta.

> Diversos especialistas

han apuntado, durante los últimos años, la necesidad

de acotar el catálogo de

este pintor...

Es un fenómeno que siempre sucede con los grandes maestros. Pasó con Tiziano y en la actualidad lo estamos viendo con Rembrandt. Lo bueno de ellos es que siempre mantienen lecturas vivas. No se terminan nunca. Nadie tiene ni tendrá la última palabra sobre el Greco -¡estaría bueno!- por mucho que hayamos crecido enormemente en nuestra manera de entenderlo. Una de las personas que mejor demostró conocer esa sucesión de nuevas miradas al pintor a lo largo del siglo XX fue precisamente Álvarez Lopera, a cuyo catálogo razonado, que quedó interrumpido por su muerte, me estoy dedicando en la actualidad. Está previsto que se presente en el 2016. No me puedo colocar a su altura (ya me gustaría...) y es una grandísima responsabilidad el continuar con su trabajo, pero, como sucede con esta exposición, es al mismo tiempo un tremendo placer.

> Sin embargo, no sea modesta, ha dedicado varias  monografías importantes al Greco durante los últimos quince años, como por ejemplo el catálogo de su obra en el Prado...

Quince años no son más que la mitad que Álvarez Lopera le había dedicado cuando su inesperada muerte interrumpió sus trabajos. Los cuales se encontraban, precisamente, en su mejor momento de madurez. Pero no voy a negar que llevo mucho tiempo trabajando sobre el Greco y también sobre pintura toledana del siglo XVI. Recuerdo que trajimos a Santa Cruz la exposición sobre Correa de Vivar y también le dediqué una en el Museo del Prado a Juan Bautista Maíno. Es imposible estudiar al Greco sin tener presente el entorno pictórico toledano.

> Y muy necesario, para dotarle de un contexto.

¿Verdad? Creo que abusamos demasiado de esa consideración de que el Greco vino a esta ciudad a regañadientes y permaneció en ella porque en algún lugar tendría que estar... El Greco no fue ningún extraterrestre en Toledo. En su pintura, sin perder nunca de vista su formación veneciana, hay elementos que indican un gran conocimiento de su entorno. Cuando hace más o menos un año se presentó El Expolio en el Museo del Prado yo destaqué que por mucho que pudiera parecernos que recurre a una fórmula de la pintura bizantina, extraña a la tradición española, Correa de Vivar ya había representado este tema, y lo había hecho en Toledo.

> ¿Cuándo comenzó su interés por el siglo XVI

y por qué?

La segunda respuesta es fácil. El siglo XVI es una etapa fundamental dentro de la pintura española, porque en él coincidieron al mismo tiempo varias escuelas capaces de desarrollar una potencia creativa enorme. Una de ellas fue la de Toledo, pero también las de Sevilla o Valencia, sin olvidar la Corte de Madrid. Con respecto al interés, este se ha desarrollado mucho, obviamente, si te dedicas a trabajar en un departamento relacionado con la pintura del siglo XVI y el desarrollo del primer Naturalismo en España.

> Cómo historiadora del

arte y restauradora, ¿qué consejos podría ofrecer a

los recién llegados a esta profesión?

A los restauradores yo les recomendaría, con independencia de su campo de especialización, los dos principios básicos del oficio: buena cabeza y buena mano. Con respecto a los historiadores, mi consejo sería -y ojalá se apostara mucho más por ello en la universidad- que se interesasen más por el patrimonio histórico español. Los museos pueden ayudar a los jóvenes, pero creo que es desde la universidad desde donde se les debe proyectar hacia esta especialización y que instituciones como el Prado puedan ser la prolongación natural de su ámbito de estudio. La Universidad de Castilla-La Mancha, por ejemplo, acaba de demostrar este compromiso con el patrimonio a través del último congreso del CEHA (Comité Español de Historia del Arte), que se ha reunido recientemente en esta ciudad.