Al abrigo de Cáritas

M. G.
-

Tres beneficiarios del centro de acogida de esta entidad en Toledo cuentan su historia personal y su agradecimiento a la esta entidad social y caritativa por el apoyo prestado. La motivación y la esperanza ayudan a la inclusión

Al abrigo de Cáritas - Foto: Yolanda Lancha

«Si lo bueno es vivir aprende a sonreír». «El camino para que los sueños se hagan realidad». «Cree en ti». «Paciencia». «Sentirse protegido»... En el albergue de Cáritas ya hay árbol de Navidad en el patio, aunque éste no tiene bolas ni espumillones, luce con mensajes positivos que dejan sus huéspedes para motivarse a pesar de las dificultades y de la falta de un hogar.

Cada palabra tiene su historia y ninguna de ellas es fácil. «Duermo en la calle todos los días». Lo dice Isaac, un joven de 30 años de Alcázar de San Juan, que lleva tiempo intentando conseguir un empleo, pero no lo encuentra a pesar de su edad. «Llevo tres años sin trabajar y me quedé en la calle», explica,con un gesto que mezcla esperanza y resignación.

Isaac pasa a menudo por el albergue de Cáritas ‘Cardenal Gonzalo Martín’ porque atiende a personas que lo necesitan las 24 horas y  existe la posibilidad de una estancia diurna, pero le gustaría trabajar de camarero y pagarse un piso en alquiler para ir colocando su vida, desmoronada desde hace tiempo por el consumo de cannabis. «Lo he dejado hace prácticamente un año», confiesa, y deja caer que su familia no le ayuda y le dejó solo por su adicción, que le ha obligado a vivir de albergue en albergue para no quedarse en la calle.

A Isaac no le asusta la noche, tampoco el frío del termómetro que anuncia el invierno. La calle es dura y hostil cuando se va el sol, pero este joven alcazareño busca resguardo en un cajero todas las noches y se tapa con una manta para no perder calor.

Llegó a Toledo en mayo tras los informes de Servicios Sociales, estuvo seis meses alojado en este albergue, el tiempo de estancia máxima, e incluso entró en el programa de reinserción de Cáritas para  intentar acceder al mercado laboral. Pero el tiempo se agotó e Isaac dejó su cama a otro beneficiario, aunque acude regularmente al centro y está muy agradecido con el personal y los voluntarios que lo gestionan. «Se está muy bien. Son muy amables, la comida está caliente y buena».

En el centro trabajan once personasl, entre ellos una trabajadora social, una psicóloga y un educador social, y 48 voluntarios acostumbrados a lidiar con las problemáticas que suelen enquistarse en la exclusión social.

A Isaac le está costando reengancharse de nuevo a la rutina laboral, aunque lo ha intentado. «Me queda poco tiempo en Toledo porque me voy a ir a otro sitio». No tiene un objetivo claro y puede que el siguiente destino sea Aranjuez, Salamanca o cualquier otra ciudad que tenga un albergue para evitar pasar las noches al abrigo de un cajero automático.

el caso de martín. Sentado en un banco en el patio, llama la atención por su gorra roja, su bastón y su buen porte. Martín, un cubano de 82 años está en el albergue de paso, hasta que se tramite toda la documentación para regresar lo antes posible a su país. No se encuentra en una situación de exclusión social, pero su mujer le engañó y él se quedó ‘con lo puesto’ de un día para otro en La Coruña.

«Llevo quince días aquí. Mi esposa quiso venir a España y me dejó tirado, me montó un complot junto a una amiga y desapareció». A Martín quizá le alivia hablar de ello, pero todavía está sorprendido por lo que le ha ocurrido y nunca pensó que su mujer podría traicionarle de esa manera a pesar de que llevaban juntos poco más de un año.

Martín se sienta otra vez a ver un rato la tele con la paciencia de quien sabe que la espera tiene recompensa. En pocos días volará de nuevo a Cuba gracias a su familia y a la mediación de Cáritas, que le ayudó cuando conoció su historia. Él sonríe al personal del centro y agradece desde el primer día la ayuda. «Es un centro maravilloso para la gente que lo necesita». Resulta complicado no cruzar palabra con Martín y lo mismo piensan algunos beneficiarios  en el centro, a los que les hace gracia ese marcado acento cubano que tanto le rejuvenece.

por su hija. A media mañana se almuerza en el comedor y Nidia comparte charla con dos huéspedes de este albergue que gestiona Cáritas desde hace más de treinta años. Su cara irradia optimismo, aunque sólo ella sabe los momentos duros que ha pasado desde hace tiempo, agravados por la falta de empleo.

«Me vine de Madrid para estar más cerca de mi hija, que vive en Mora», recalca, convencida de que  la vida terminará acercándola a su sueño. «Quiero trabajar», repite varias veces y no pone condiciones ni reparos. «De lo que sea, de camarera, de externa o interna en una casa...» Mientras espera esa oportunidad para engancharse de nuevo a la rutina que aleja de la exclusión cuenta con el asesoramiento del programa de inserción laboral que mantiene Cáritas en este centro.

Nidia le debe mucho al albergue. Fue su única salida tras pasar tres semanas en casa de familiares cuando decidió dejar atrás Madrid. Y puede que en muy poco tiempo tenga que mirar el reloj para no llegar tarde al trabajo.