«No basta con cambiar de partido, hay que reformar el sistema»

J. Monroy | TOLEDO
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Entrevista al político suizo Daniel Ordás, que fue miembro de la ejecutiva de la Federación del PSOE Europa y miembro del Comité Federal del PSOE

«No basta con cambiar de partido, hay que reformar el sistema» - Foto: Víctor Ballesteros

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A través del hahtag #Reforma13, Daniel Ordás ha presentado una propuesta para reformar la Constitución española con el objetivo de introducir un sistema de democracia directa similar al que se practica en Suiza. En su libro España necesita...  Democracia Directa recoge las claves de un cambio que a su juicio la sociedad está pidiendo a gritos, y que está siendo requerido hasta por algunos políticos atrapados en el sistema.

¿Cuáles son las propuestas de #Reforma13 y de su libro?

Queremos modificar básicamente seis cosas en el sistema político español. Queremos introducir una democracia directa, listas abiertas, un sistema de político milicianos a nivel Parlamento, reformar el modo de elegir al Gobierno, reformar el Senado y reformar la fórmula de elección del Congreso. Todo esto se puede hacer sin modificar la Constitución, salvo en lo relativo a la democracia directa. La reforma del senado es algo que exige la actual Constitución, y hoy sólo es un premio de consolación para quienes no puedes colocar en otro sitio.

¿Qué es la democracia directa?

La democracia directa tiene dos pilares fundamentales. Uno es la iniciativa y el otro es el referéndum. Con la iniciativa, los ciudadanos tienen la posibilidad de proponer una ley o una modificación de la Constitución que el Parlamento no ha hecho y después se celebra una votación popular sobre eso. Ahora mismo tenemos la ridícula situación en España de que teóricamente existe la iniciativa legislativa popular, pero luego decide el Parlamento. Precisamente esa instancia a la que no se le ocurrió legislar sobre este tema, recibe la iniciativa y decide si la tramita y si la aprueba o no. Es absurdo, una iniciativa popular tiene que llevar a una votación popular. El segundo pilar es el referéndum. El Parlamento legisla una ley, y cuando se publica en el BOE o los boletines de las comunidades, los ciudadanos tienen la posibilidad de recoger firmas en contra de ella, y si alcanzan el número necesario, pasa también a votación popular. Esto no pasa con mucha frecuencia, porque el mismo hecho de que exista esa posibilidad hace que ya en el trámite parlamentario los partidos políticos se pongan de acuerdo, y nadie ‘se pase de chulo’, porque saben que está ahí esa espada de Damocles, la amenaza de referéndum en contra, y ya buscan una ley más consensuada, templada y equilibrada.

Estas iniciativas ¿se pueden presentar sobre cualquier cuestión o tienen límites?

Hay que acotar los Derechos Humanos fundamentales. Son inviolables, y no los puede tocar ni el rey, el Gobierno, el Parlamento, o el mismísimo pueblo. Es una cosa que nosotros proponemos en #Reforma13. De hecho, en Suiza antes no lo ponía en la Constitución, porque había una confianza absoluta en que a nadie se le ocurriría una barbaridad semejante. Yo tengo una confianza absoluta tanto en el pueblo suizo como en el español, pero por si acaso yo podría una pequeña reserva sobre estas cuestiones. Pero sobre todos los demás temas, los ciudadanos podemos gestionar nuestro país sin ningún problema.

¿Y la democracia directa no puede perjudicar a las minorías?

En absoluto. En España se cree que la minoría es una cuestión estática. Se cree que una persona que es minoría lo va a ser siempre. Y no es así. Por ejemplo, en el tema del matrimonio homosexual, los gays son minoría, pero esa misma persona a lo mejor en una votación sobre una cuestión de tráfico o urbanismo pertenece a una mayoría. Y como las mayorías y las minorías siempre son variables, se trata a al gente con mucho más respeto, porque tú nunca sabes si el que en este referéndum está en la trinchera de en frente, en la próxima va a estar en tu cama. Así es como se crean coaliciones variables. Aquí si propone algo el PSOE, el PP inmediatamente tiene que decir que es malo. Allí se da con muchísima frecuencia que en una iniciativa haya gente de un partido en el comité a favor y gente del mismo partido en el comité en contra. Si un diputado el PP está en el comité a favor del aborto con gente del PSOE e IU, va a tener un trato mucho más cordial y razonable con ellos, a pesar de que en la próxima votación sobre subida de IVA estén en posiciones opuestas. O puede haber gente del PSOE en el comité del referéndum por fumar en los bares, y se enfrenta a gente de su propio partido en ese tema específico, y la próxima vez vuelve a coincidir con él. Y así es como las minorías siempre buscan coaliciones.

Para eso hace también falta listas abiertas.

Las listas abiertas es otra gran diferencia entre Suiza y España. Mucha gente habla de las listas abiertas, pero no sabe cómo funcionan. Por supuesto, las proponen los grupos políticos y las asociaciones. Presentan a quienes les da la gana y en el orden que les da la gana. Pero el ciudadano luego tiene tres opciones. Puede coger una de las listas y meterla en el sobre, como se hace ahora en España; elige uno de los menús que le presentan. La segunda opción sería a la carta. Puede coger la lista de un partido, pero tacha de ahí dos de esa lista que no le gustan y pone dos veces el nombre de alguien que está en la misma, o el nombre de alguien de alguien de otra lista, que a lo mejor le ha convencido en otra iniciativa, no quiere votar a su partido, pero sí a esa persona. Y la tercera opción sería el bufet libre. A nosotros siempre nos presentan una lista más de los partidos que nos presentan. Está vacía, y se puede poner, por ejemplo, a dos del PP, unos del PSOE, uno de IU y dos de UPyD. Eso me parece a mí mucho más razonable que el que me tenga que tragar una lista exclusivamente porque coincida con sus siglas.

¿Y no hay problemas de logística en la democracia directa?

Para nada. En #Reforma13 proponemos que en España haya cuatro domingos al año en el que se celebren todas las iniciativas y referéndums que se hayan solicitado. Se juntarían las autonómicas, locales y nacionales. No estamos pidiendo un asamblearismo o una democracia líquida, en la que se esté todo el día votando. Pido que tengamos la posibilidad de proponer leyes y que tengamos la posibilidad de bloquear leyes que elabora el Parlamento. Una vez que el sistema se adapte, no va a ser prácticamente necesario.

Lo que en Suiza se lleva haciendo históricamente, aquí suena bastante revolucionario.

No es revolucionario, es evolucionario. Es seguir la labor que nos encomendaron los padres de la Constitución. Porque en el momento en el que se hizo la Carta Magna no se podía ir más allá. Pero una vez que se consolidó la democracia, había que seguir desarrollando esa Constitución, en la que están ya todas las semillas para hacer una democracia participativa.

¿No le dicen que esto en España sería idílico, que los españoles votarían por subir sueldos, aumentar vacaciones y bajar los impuestos?

Entonces, arruinaríamos el país. ¿Quién cree que la gente es tan tonta? Yo creo que no. La gente también podría tirar la casa por la ventana, y no lo hace. En época de vacas gordas, compras tres zapatillas a tu hijo, y en vacas flacas quizás las zapatillas tienen que aguantar un poco más. Lo mismo ocurre en política. Cuando haya más dinero se puede gastar más y cuando hay menos, se gasta menos. Yo creo que los ciudadanos españoles son tan sensatos como los suizos, tan responsables como los suizos y inteligentes como los suizos.

¿No puede ocurrir paradojas como la de California? Allí la democracia directa ha puesto unos impuestos muy bajos. El estado está den déficit y los mecanismos democráticos dificultan subir los impuestos.

Ellos tendrán que corregirlo. En España tenemos el país arruinado y no fue por culpa de los ciudadanos. Al fin y al cabo, la política no va a cambiar radicalmente, lo que va a cambiar es la forma de hacer política y el concepto de hacer política, porque la gente se va a sentir más partícipe y a asumir mucho mejor los resultados. En Suiza la política, desde un punto de vista español, es muy aburrida, porque sale todo muy templado y muy equilibrado. En Suiza lo apasionante es el camino y el desarrollo de la política. De eso aquí, ni os enteráis. El viernes por la noche os enteráis de los últimos diez decretazos del Gobierno. No veis cómo se desarrolla el debate, y no participáis en el desarrollo del debate. Lo apasionante de la política tiene que ser el cómo se hace, no tanto luego el resultado. Eso puede ser interesante para llenar portadas y darse de hostias en la televisión, pero la política no tiene que se divertida, ni un entretenimiento. Para eso están el fútbol y las telenovelas.

¿Cómo se ve a España desde Suiza?

Sería injusto juzgar a España por sus políticos. Lo que más me asusta a mí es que nadie, ni en Suiza, ni en Alemania, ni en Holanda, se escandaliza y se sorprende. Que en España la corrupción forma parte del sistema es una cosa que se daba completamente por hecho.

¿En Suiza hay corrupción?

Hay una parte de la corrupción que es inevitable, cuando hay gente que son simplemente criminales, chorizos. Pero eso lo hay en todas las profesiones, lo hay entre los taxistas, ginecólogos, panaderos, periodistas y abogados como yo. Esa corrupción la hay en todo el mundo, y lo único que se puede hacer es meter a la gente en la cárcel cuando se la pilla. Pero en Suiza hay muchísima menos corrupción sistemática, por varias razonas. Primero, porque hay mucho más control. Segundo, porque los políticos tienen mucho menos poder. Y tercero, porque los políticos no se convierten en víctimas de su propio sistema. Es decir, hoy en España un político se tiene que agarrar a un clavo ardiendo y seguir en la política toda su vida, o seguir viviendo de alguna cosa que dependa de ella. Porque el 99 por ciento que entra en política lo hace con muy buena voluntad y vocación de servicios. Pero llega un momento en el que si tú estás dos o tres legislaturas en política no puedes volver a la vida normal. Y es cuando empiezan a inventarse los premios de consolación, como los cargos de confianza, senadores, eurodiputados o sueldos en diferido. Ahí es donde empieza la corrupción que el propio sistema provoca. Por eso yo digo que no basta con cambiar los partidos, no basta con cortar cabezas; no basta con hacer unas elecciones absolutas y poner al PSOE. Si no cambias el sistema, es como tener una bota de vino con agujero, no servirá de nada por mucho que se meta un vino mejor.

¿Cómo transformamos entonces el sistema en España?

Se transforma desde dentro gracias a la crisis, gracias a que los ciudadanos se han concienciado de que las políticas les conciernen. Hasta hace cinco años la gente creía que la política es una cosas que sucedía en Madrid, muy lejos, y no tenía que ver con ellos. Se va a solucionar gracias a que los ciudadanos. Se han dado cuenta de que la política tiene mucho que ver con ellos, pero ello no tienen que ver con la política, no tienen ni la más mínima influencia, ni el más mínimo control. Eso va a generar una gran presión. Y los propios políticos van a estar encantados de la democracia directa, porque gracias a ella van a compartir la responsabilidad, y gracias a las listas abiertas pueden mantenerse en la vida civil, y pueden ser reciclables en la vida laboral. Eso va a llevar a que dentro de los propios partidos la gente vaya a aportar por estas reformas. De hecho, estamos acelerando ahora muchísimo el segundo libro, porque de repente todo el mundo empieza a hablar de lo que nosotros proponemos. Lo que hace dos años era utópico y de perroflautas, ahora lo piden Esperanza Aguirre, y el presidente de Extremadura, que son del PP. La reforma del Senado la pide el PSOE. Los referéndums los pide Convergencia i Unió. Los políticos milicianos los pone a lo bestia Cospedal. Todo esto se ha convertido en una bola de nieve.  Hay que cambiar el modelo de cómo se hace política.