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El arqueólogo Juan Manuel Rojas, el arquitecto y profesor de Arquitectura José Ramón de la Cal y el presidente de la Real Fundación Juan Ignacio de Mesa explican cuál debería ser el camino a seguir con el abandonado yacimiento

Vega Baja: un Bien de Interés Cultural que debe ser tratado como tal

Por Juan Manuel Rojas. Arqueólogo. responsable del control arqueológico de los viales de Vega Baja

La Vega Baja parece haberse convertido en sinónimo de abandono, de desidia, de incapacidad de gestión, de falta de ideas.... Sin embargo, desde mi punto de vista, la Vega Baja no es más que el reflejo del bajo nivel de sensibilidad que hasta ahora ha habido en Toledo hacia la conservación y revalorización de su patrimonio arqueológico. Con excepción de intervenciones llevadas a cabo por el Consorcio de Toledo, existe una mayoría de casos en los que el patrimonio arqueológico queda oculto o desaparece tras la realización de obras.

Es lamentable que, por parte de las administraciones públicas, la Vega Baja no haya sido nunca objeto de un interés real en conocer su riqueza patrimonial y su verdadero potencial como recurso turístico-cultural, porque yo estoy convencido que es grande, al igual que lo es el potencial del Circo Romano y del Cerro del Bu. Y esto es algo que ninguna ciudad debería permitirse el lujo de perderlo, máxime si uno de los pilares de su economía es el turismo, como en el caso de Toledo.

En los últimos años ha habido mucha gente que me ha preguntado sobre la Vega Baja, sobre su supuesto interés arqueológico y sobre las posibilidades de sacar ese espacio de la lamentable situación en que se encuentra. Mi respuesta siempre se centra en los mismos argumentos. Sobre el interés arqueológico digo que siguen vigentes los valores que se argumentaron para su declaración como Bien de Interés Cultural (situación legal que no se debe olvidar). Y sobre las posibilidades de sacarlo de esta situación sólo me limito a exponer, al igual que ya hice en 2011 con el Ayuntamiento de Toledo y con la Consejería de Educación, Cultura y Deportes, que es necesario acometer un proyecto con un plan director que comprenda las distintas fases de actuación que se deberían llevar a cabo en diferentes anualidades, aunque es cierto que también se podría iniciar la revalorización y apertura del yacimiento con no demasiados medios.

De manera muy resumida, se puede decir que al igual ya estamos haciendo en el conocido yacimiento de Guarrazar, bajo el patrocinio del ayuntamiento de Guadamur, se trataría de un modelo basado en realizar una gestión privada del yacimiento con el patrocinio y tutela de la Administración o administraciones públicas correspondientes.

En cualquier caso, es evidente que la Vega Baja, como parte del Patrimonio de la Humanidad que es Toledo, necesita de una apuesta seria por parte de las administraciones que ostentan su propiedad para que este espacio se dignifique y, aunque sea en diferentes fases, pueda pasar a formar parte del uso y disfrute de los ciudadanos. Fórmulas hay muchas, pero es imprescindible tener voluntad e interés para buscarlas y ponerlas en marcha.

Vega Baja, diagnóstico.

Por José Ramón González de la Cal. Arquitecto. Profesor de Taller de Proyecto de Arquitectura y Urbanismo. Escuela de Arquitectura de la UCLM

En la Vega Baja de Toledo hay un circo romano del siglo primero. A su espalda está el colegio Carlos III, por encima, atravesando la calle del mismo nombre, encaramada, la Venta de Aires; allí asoma el arco central del circo conviviendo con contenedores de basura y un centro de transformación, más abajo está la ermita del Cristo de la Vega, los restos de un camping abandonado, también el río Tajo, ahí al lado, oculto, pareciera esconderse de la vergüenza de ir sucio y desnudo de agua, una senda que lo recorre; la Fábrica de Armas, hoy campus universitario, un puente que cruza al parque de los Polvorines, los viveros forestales, un conjunto de viviendas con una clínica, San Pedro el Verde aislado en una península, el Poblado Obrero, la plaza de la Calera y una escuela de amplios porches; a oeste, las traseras del barrio de Santa Teresa, una iglesia de hormigón, aparcamientos tiznaos de negro que disuaden, el colegio de las Carmelitas sobre los restos de un teatro romano y terminada la vista de 360º, el Campo Escolar con sus pinos carrascos centenarios.

Todos estos elementos rodean un espacio vacío que custodia en su suelo un suburbium, parte de la explicación a esa etapa oscura de la historia de la ciudad, el alto medievo, donde la cultura clásica fue reemplazada por la imposición y pugna de las dos grandes religiones monoteístas que acabarían dando forma a la ciudad.

Si alzamos la vista, aparecen cortando el cielo los tejados enlutados del Hospital de Tavera y los amarillos de las casas sobre la muralla, de Bisagra al Cambrón; los conventos uno detrás de otro en lo alto, el Nuncio y San Juan de los Reyes; al fondo otro paisaje, el verde seco, encendido por los cigarrales dispersos. A los pies de la muralla una zigzagueante calle-escalera cose en Recaredo la ciudad vieja con la vega.

Hay personas que al atardecer hacen la terapia del paseo por la avenida Más del Rivero, otros running por la senda ecológica, más de cuatro mil estudiantes van y vienen a la universidad atravesando rotondas y descampados, unas alambradas impiden cruzar de un lado a otro, otras no dejan acercarse al río, los conductores noveles arrancan donde estuvo la arena del circo.

De noche los macroaparcamientos se transforman en vacíos inhóspitos como los de un hipermercado cerrado. También hay ausencias: los campos de maíz, el campo de futbol del Santa, los campos de tenis, la piscina y las caravanas de turistas en el camping del Circo. Otras aún viven en la memoria: los cines de invierno y verano, las películas de James Bond, los rondines y sus tiros de sal, durante los días laborales de la semana la sirena de la Fábrica de Armas poniendo hora a la ciudad.

La ciudad es el mejor de los inventos de la civilización, un conjunto de hombres y mujeres organizados en un proyecto de inteligencia colectiva para estructurar, construir y compartir un espacio común. Por eso, son erróneos y han fallado los intentos recientes de explicar y hacer ciudad tan solo como una suma ponderada de alturas, volúmenes, densidades y aprovechamientos en manos de especuladores. De este tipo de ciudad ya tenemos bastante y si no lo cree haga el ejercicio de subir por las escaleras de Recaredo y desde arriba, en el mirador, observar la misérrima mala vista de la ciudad nueva; una montonera de hipotecas apiladas. El desafío que se nos presenta es, después de años de incuria, ¿qué hacer con la Vega Baja? ¿Qué hacer con este sorprendente y complejo espacio vacío de oportunidad que ya quisieran para sí otras ciudades?

El trabajo del arquitecto es en primer lugar de observación, mirar y ver, ver lo que se ve. La buena arquitectura tiene la virtud de hacernos visible lo invisible, sencillo lo complejo. En la Vega Baja el grueso del trabajo ya está construido por el tiempo, el arquitecto de los lugares, tan solo hay que desvelar lo que ya hay y construir lo imprescindible: limpiar la herida, coser los abundantes tejidos urbanos y de la memoria y evitar los excesos. Hoy la arquitectura, también el urbanismo, que son lo mismo, deberían ir en Vega Baja y en toda la ciudad por un camino nuevo: pensar en las personas, pensar más y hacer menos, recomponer con inteligencia el espacio común, el paisaje urbano.

En el aniversario de la paralización de la Vega Baja

Por Juan Igncio de Mesa. Presidente de la Real Fundación Toledo

El 26 de julio de 2006 se paralizó la urbanización de la Vega Baja y con ello se abrió un horizonte de esperanza para la salvación de este espacio de alto valor patrimonial. Pero hace ya nueve años y poco se ha avanzado en la planificación de la zona acorde con su importancia histórica, paisajística y urbana. A lo largo de este tiempo la Fundación le ha dedicado una atención constante, ha denunciado, informado, alegado, debatido y discutido, ha propuesto medidas y soluciones basadas en los siguientes criterios.

 Trabajar con la totalidad del territorio que conforma la unidad histórica Vega Baja, dándole un tratamiento integral que tenga en cuenta sus valores patrimoniales y urbanos.

Aplicar una protección legal que integre la Vega Baja jurídicamente en el Conjunto Histórico-artístico de Toledo declarado en 1940, porque esta categoría legal es la que mejor articula sus muy complejas circunstancias.

La Real Fundación de Toledo seguirá defendiendo un futuro para la Vega Baja sin otro fin que el interés general de la ciudad y de sus ciudadanos y la conservación y gestión adecuada de su patrimonio y su paisaje. En estos momentos en que la ciudad comienza una nueva etapa y con el profundo conocimiento y compromiso con la ciudad de sus responsables, la Fundación expresa su esperanza de que la Vega Baja por fin encontrará el futuro que sus valores patrimoniales merecen y exigen.