¿Tomaba el Greco hachís?

Adolfo de Mingo
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Sí, para Arturo Perera, que dedicó a esta hipótesis un artículo en la prestigiosa revista Arte Español en 1953

«Alos que me pregunten (y no habrán de faltar) que quién me da voz en este pleito quiero responderles: Tengo el mismo derecho a hablar del Greco que cualquiera». Con estas palabras de Gregorio Marañón comenzaba en 1953 otro doctor, Arturo Perera, la formulación de una de las hipótesis más insólitas de cuantas han sido planteadas sobre el Greco. Apareció publicada en la revista Arte Español, de la Sociedad Española de Amigos del Arte, y planteaba que las pinturas del artista habían sido realizadas bajo la influencia del hachís.

Perera basaba sus conclusiones tanto en investigaciones médicas como en los textos de autores literarios «que habían experimentado las sensaciones de estos mal llamados ‘paraísos artificiales’», como Thomas de Quincey, Théophile Gautier y sobre todo Charles Baudelaire y Los paraísos artificiales (1860). Sostenía percibir en los supuestos autorretratos del pintor -tanto el conservado en el Metropolitan Museum de Nueva York como el rostro que mira al espectador en El entierro delConde de Orgaz- las consecuencias de un supuesto consumo de drogas: «Ambos, pero en particular el primero, ya de más edad, ofrecían la facies característica de los habituados a los estupefacientes. Aquel rostro alargado, pálido, consuntivo, con ojos un tanto apagados en el fondo de sus cuencas hundidas, correspondía, mutatis mutandis, a los que vemos en morfinómanos o cocainómanos». ¿Podría estar allí la clave que buscábamos...?».

Consciente de las críticas que provocaría su planteamiento, escasamente consistente, Arturo Perera advertía desde un primer momento que su texto no tenía «pretensiones de una historia clínica retrospectiva» y que era consciente de algunas de las extravagantes teorías que acabamos de recoger en las páginas anteriores: el supuesto astigmatismo (había leído a Germán Beritens) y la alienación (citó específicamente a Juan Vinchón, que en 1926 había publicado en Madrid su ensayo El arte y la locura). El mito del Greco como consumidor de estupefacientes apenas había generado debate en comparación con las otras dos propuestas, pero en 1953 tampoco llegaba a ser novedoso por completo. Incluso un cineasta como Sergei Eisenstein había sugerido entre sus reflexiones a propósito del Greco, basándose en su conocimiento de artistas como el pintor turco Abidin Dino (1913-1993), que determinados autores se valían de las drogas para alcanzar una visión extática y deformada de la realidad.

Desde un punto de vista médico, Arturo Perera creyó haber encontrado en el consumo de drogas la respuesta a sus preguntas sobre el cromatismo, la luz y la distorsión anatómica en el pintor. Le llamaba la atención especialmente el abigarrado colorido de sus pinturas,«de gama simple, criards, que dicen los franceses; chillones o metálicos, decimos nosotros». Basándose en las conclusiones de otro doctor, el francés Moreau, que había experimentado consigo mismo los efectos de las drogas durante los años veinte (y que había expresado detalladamente «la riqueza de imágenes y la coloración abigarrada en el delirio, confirmando que las concepciones fantásticas pueden estar influidas por el medio ambiente»),  Perera proponía contemplar desde este prisma los paisajes del Greco.

También atribuyó al consumo de drogas la percepción de personajes de escalas diferentes en pinturas como San Mauricio y la Legión Tebana, así como la particular manera de expresar el éxtasis religioso. El doctor, que rehuyó realizar un análisis místico del Greco, comparó en su artículo el «deliquio místico» de la Oración en el huerto de los olivos (Catedral de Cuenca) con la representación de San Bernardo realizada por José de Ribera y conservada en el Museo del Prado. Tildó a la primera de «desenfrenada» y, a la segunda, obra de un «pintor normal», lejos de «los ojos del hombre embriagado por el haschisch» y sus «formas extrañas o deformadas».