«Creo que nos seguimos lamiendo las heridas de la crisis»

Álvaro de la Paz
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Carmen Díaz-Mora, profesora de la UCLM, analiza el desarrollo de la crisis económica desde su origen y evalúa el impacto de la misma en Castilla-La Mancha y Toledo.

La crisis comienza en 2008. ¿Cómo impacta en la región?

La crisis tuvo efectos muy virulentos sobre la economía de Castilla-La Mancha. Uno de los datos más llamativos es que mientras que en España la crisis tuvo forma de W, con dos caídas sustanciales en 2009 y 2012, en la región se dio un tercer pico, con una bajada adicional en 2014. La caída de 2009 fue más leve que la española, la de 2012 más pronunciada que la media nacional y la de 2014 se produjo cuando la economía española ya se recuperaba. Si cogemos como periodo de crisis los años transcurridos entre 2009 y 2014, observamos que mientras que el descenso de la actividad productiva en España fue del 7%, en Castilla-La Mancha llegó al 10%. Es una cifra muy fuerte: en apenas cinco años nuestra capacidad para producir bienes y servicios mermó un 10%. Fue una caída brutal. ¿Qué ocurrió tras la crisis? En 2015 y 2016 nos recuperamos con tasas similares a las españolas, alrededor del 3,5%. Pero en 2017 la economía castellano-manchega ralentizó su crecimiento. Las previsiones para 2018 son también de ralentización comparativa.

La evolución muestra las debilidades de la economía regional. ¿Qué pasa en el tejido productivo?

El diagnóstico tiene que ver con los sectores. La crisis inicialmente, aunque financiera, la provocó una burbuja inmobiliaria. El tejido productivo de un área económica concreta repercute en la incidencia de la crisis: eso explica la mayor virulencia de la misma en Castilla-la Mancha y su incidencia en áreas concretas de la región, como La Sagra, la comarca de Talavera o Villacañas en el caso de Toledo. Los dos sectores que más sufren la crisis son la construcción y los servicios financieros. En 2008, el peso de la construcción en la estructura productiva era del 14%, una cifra inusualmente alta. Tras la crisis, la actividad en el sector ha caído a la mitad, también su peso en la economía regional. La destrucción de empleo es del 60%. Observen el impacto brutal de corrección. Y el ajuste ha arrastrado a sectores muy dependientes, como cerámica, cemento y madera. Hemos adelgazado todo lo engordado en este sector. Nuestro hinchamiento había sido aún mayor que el de la media nacional.

En el sector de la actividad financiera la caída fue del 30% entre 2008 y 2014. Como el peso en el PIB no era tan grande, se aprecia menos. En el sector de la industria el descenso es más suave. Pero en actividades como textil y confección, cemento y cerámicas, caucho y materias plásticas o material de equipo electrónico se observan reducciones del 50% hasta 2014, coincidiendo con el tercer pico de caída.

El inicio de las turbulencias cerró un periodo positivo e inauguró un largo lapso de recesión. ¿Cuándo regresó el crecimiento?

Veníamos de un periodo de crecimiento mayor al de la media nacional que nos había permitido recortar muchas diferencias. En 2008, el PIB per cápita regional estaba en el 81,1% [datos nacionales en tasa 100]. Cerramos 2017 en el 78,7%.

La recuperación viene de la mano de dos sectores. La industria manufacturera ha aumentado su capacidad de producción un 18% entre 2014 y 2017; también los servicios a las empresas han crecido un 18%. Otro sector que sorprendentemente está tirando mucho es el agrario. Su tamaño productivo ha crecido un 14%. La agricultura en Castilla-La Mancha gana peso. Ya en 2008 partíamos de una marcada especialización que ahora se ha incrementado. Su peso en el PIB regional entonces era más del doble que la media española; hoy es el triple. Es un rasgo llamativo: impropio de una economía avanzada, pero sí de una que emplea sus recursos.

¿Cómo definiría la economía de regional antes del crash?

La fotografía de la economía regional en 2008 mostraba a una comunidad que acortaba distancias con la media nacional, reduciendo el retraso tradicional tanto en capacidad productiva como en renta per cápita, pero que tenía una excesiva especialización en el sector agrario y una burbuja muy significativa en el de la construcción. Se trataba de una economía todavía cerrada. La vocación exportadora de nuestras empresas era pequeña y aquel era uno de los principales problemas. El mercado laboral tenía tasas de actividad y empleo por debajo de la media nacional, especialmente para las mujeres. Ambas tasas siguen siendo menores que en el conjunto de España. Teníamos algunos rasgos de mejora, especialmente en los ámbitos de exportación, incorporación de la mujer al mercado laboral y en la propia estructura productiva para hacerla menos basada en agricultura y construcción.

¿Qué imagen le sugiere hoy?

Creo que nos seguimos lamiendo las heridas de la crisis. Hay recuperación, un crecimiento sólido en 2015 y 2016, pero, y como ocurre en el conjunto nacional, afrontamos una desaceleración. Me preocupa volver a una etapa en la que no podamos reducir diferencias con la media nacional. Habíamos convergido de manera notable en el periodo previo a la crisis. Pero aquella equiparación estaba muy basada en el crecimiento de la construcción y el sector financiero. Hemos retrocedido cuando ambos han reducido su peso a una dimensión normal. Necesitamos crecer por encima de la media nacional si queremos seguir reduciendo diferencias, pero en el conjunto de la crisis hemos caído más (2008-2014), en los años de recuperación lo hemos hecho al mismo nivel (2015-2016) y en 2017 hemos desacelerado más fuerte. Las posibilidades de seguir acortando distancias disminuyen.

La economía de Castilla-La Mancha en 2018 está aún más basada en el sector agrario: ha corregido su especialización en la construcción, pero la ha acentuado en el sector primario. La exportación es la mejor lección que hemos aprendido durante la crisis. Nuestra economía es hoy mucho más abierta. Aquella imagen estática del 2008 ha cambiado. Nuestras empresas han buscado nuevos mercados. La demanda interna estaba apática. Hemos pasado de vender por valor de 3.200 millones de euros en 2008 a facturar 7.000 millones en 2017. Se ha más que duplicado. Si entonces había 3.200 compañías exportadoras hoy sumamos 5.500.

Las exportaciones son la principal diferencia de la economía castellano-manchega respecto a 2008. Eliminando el factor de la construcción, ya corregido, en la estructura de la producción se mantienen los tres mismos grandes sectores: industria, servicios públicos y comercio, transporte y hostelería.

¿Cómo cabe prever la economía regional dentro de diez años?

El reto para 2028 es mantener y seguir incrementando la apuesta exterior. El Gobierno regional está bastante centrado en este aspecto. Y el IPEX [Instituto de Promoción Exterior de Castilla-La Mancha] hace una labor maravillosa, un mundo con los fondos que tienen. Las cifras son alucinantes. El sector agroalimentario ha sido fundamental, principalmente con el vino. Estamos entrando en mercados complejos. Apostamos por la diversificación, aunque concentramos el 75% de nuestras exportaciones en la Unión Europea. Hacemos esfuerzos en mercados emergentes, especialmente los asiáticos.

¿Una de las soluciones pasa por incrementar el comercio exterior?

Es fundamental el tamaño empresarial. El 99% de nuestras empresas son pymes, el 95% micropymes. Tenemos campo para seguir ampliando la base de sociedades exportadoras. Los datos nos dicen que hay acompañar mucho a la pequeña empresa y ahí la actuación de las administraciones públicas y de instituciones como Cecam, Fedeto o ICEX son muy relevantes: hay que llevarlas de la mano porque necesitan asesoramiento.

Lo importante es mantenerlo en el tiempo. En el comercio internacional hay una tasa de entrada muy fuerte, pero convive con una tasa de salida, de mortalidad, también muy alta. Hay firmas que lo intentan, fracasan y dejan de exportar. De todas las que venden fuera, un tercio son los que llamamos exportadores regulares, empresas que lo ha hecho habitualmente en los últimos cuatro años. Hemos tenido un incremento brutal pero hay que preguntarse cuántas se van a quedar. La exportación depende del tamaño de la empresa. Las pequeñas tienen muchas trabas para hacerlo y si el mercado local se sigue recuperando muchas de ellas intentarán sobrevivir otra vez por la demanda interna.

¿Cómo valora la respuesta de las administraciones estatal, regional y de ámbito local? ¿Reaccionaron bien?

El margen de actuación de las administraciones públicas es muy limitado y lo es más cuanto mayor sea la descentralización: la capacidad nacional es escasa, más baja la regional y aún más la municipal. Y esa limitada capacidad de maniobra para revertir o paliar los efectos negativos de la crisis tiene que ver con dos razones básicas. La primera es que inicialmente el origen estuvo en Estados Unidos y nos equivocamos, también los economistas, en el diagnóstico: pensamos que por su carácter global no tendría mucho que ver con nosotros. Negamos los problemas en el sector financiero y retrasamos la respuesta. La segunda explicación está en las grandes políticas económicas, monetaria y fiscal, nos vienen dirigidas por Europa Europa. La monetaria porque los tipos de interés los fija el Banco Central Europeo y la fiscal porque tenemos esa camisa de fuerza que es el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que nos obliga a rendir cuentas por el déficit y la deuda pública. Ese margen pequeño también se da en política de rentas.

Sí vemos más margen de actuación en la apuesta por la internacionalización de las empresas y en las políticas públicas de empleo. Tenemos que hablar del mercado de trabajo: la tasa de abandono en la enseñanza media es muy alta. Hay que seguir apostando por la formación. Además, contamos con un elevado número de desempleados de larga duración. Nuestra población está envejecida. Ganamos población por la entrada de población inmigrante y con el boom inmobiliario, pero ahora está estancada.

El paro es la secuela más visible, ¿sigue siendo un grave problema?

Nuestro PIB está en un nivel similar al de 2008, la renta per cápita es prácticamente la misma -algo por debajo en términos relativos-, pero en términos de ocupación estamos peor. La tasa de empleo en 2008 estaba en el 52%. Era una tasa baja, unos tres puntos por debajo de una media nacional ya baja respecto a Europa. En 2013, el peor momento de la crisis en el mercado laboral, llegamos al 41%. Ahora estamos en el 48%. En el ámbito del empleo no nos hemos recuperado.

Respecto al paro, la tasa era del 9,6% en 2008, similar a la nacional. En el momento álgido, primer trimestre de 2013, llegamos al 31%. Se ha mejorado, pero nos mantenemos en un porcentaje del 19% que duplica el del inicio de la crisis.