Los libros, la mejor bandera

F. J.Rodríguez
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El acto de inauguración de la Biblioteca de Castilla-La Mancha estuvo plagado a partes iguales de menciones a los nacionalismos y guiños a la hermandad entre armas y letras

Han pasado 20 años desde el 16 de octubre de 1998. Un día histórico. El momento concreto en el que las armas y la literatura se unieron para formar una institución que hoy en día es imprescindible en la capital de Castilla-La Mancha. Sin duda el motor cultural de la ciudad.

El camino a recorrer antes de ese viernes 16 de octubre de 1998 no fue sencillo. La propuesta del gobierno del socialista José Bono no fue del todo bien aceptada en un primer momento por algunos de los estamentos más conservadores, tanto de la ciudad como del ejército. Algunos lo veían como una especie de ataque al pasado reciente del edificio. Su simbología durante la Guerra Civil lo hacía una pieza delicada. Pero la iniciativa estaba condenada a llevarse a cabo. Suele pasar con las grandes ideas. 

Superados los trámites, permisos y reformas, la magnífica Biblioteca de Castilla-La Mancha estaba preparada para abrir sus puertas en un día en el que primó la cultura y la cordialidad, pero en el que también hubo espacio para pequeños desencuentros.

El expresidente del Gobierno Felipe González y el entonces presidente autonómico José Bono pronunciaron sendos discursos sobre el sentido de España. Parece que no hemos avanzado mucho en estos 20 años.

Más de 200 invitados acudieron al acto, abarrotando la impresionante sala de lectura del edificio. Tanto González como Bono se refirieron a la situación política de España y a dialéctica entre nación y nacionalismos.

González, concretamente, reivindicó su derecho a buscar sus señas de identidad como español en una España que calificó de «diversidad identitaria en un proyecto común fortalecido en la globalidad».

Parece un trabalenguas, pero tiene mucho sentido. Lo tenía entonces y es perfectamente válido para nuestros días.

Y es que, el expresidente del Gobierno se refirió en su discurso a que «España es una identidad de sentimientos y afectos», un eje discursivo aún vigente y en boga que le llevó a ir más allá, manifestando que «no me gustaría que me cuestionaran una identidad en la que creo, ni volver al nacionalismo homogeneizador y excluyente», para concluir con un «sí a una nación de naciones, no a una nación de nacionalismos». Toda una declaración de intenciones de la que muchos deberían tomar nota hoy en día.

Y es que, la inauguración de la Biblioteca de Castilla-La Mancha se vio eclipsada por los problemas del nacionalismo, más el vasco en aquellos años, pero ya con una incipiente presión de la cuestión catalana tan de moda ahora.

José Bono tampoco se quedó atrás en su exposición. Poniendo como ejemplo la tolerancia de ese romántico Toledo de las Tres Culturas, pidió que se usara la cabeza «para ceder, no para topar». Ya que aunque son lógicos los sentimientos de orgullo como pueblo también hay que tener cuidado «porque la búsqueda en el pasado de la identidad también tiene sus riesgos, porque la memoria no es un bien absoluto».

Por ello, Bono, como hizo esta misma semana 20 años después en el acto de homenaje a la Biblioteca, recordó que el éxito de la Constitución se basó en la capacidad de olvidar. «Una nación tiene que ser comunidad de memoria y de olvidos», señaló para apuntillar que ese era precisamente el punto de sabiduría que falta en España.

Sin embargo, Bono mostró también firmeza contra la falsificación de la memoria, porque en ella no se puede encontrar lo que no existe, «como no existen derechos previos de ningún pueblo ni de ninguna persona».

Así, con ese circunloquio, Bono llegó finalmente a la cuestión que allí les reunía un 16 de octubre de 1998. «No han podido hacer naufragar la recuperación del Alcázar», manifestó para destacar las dificultades de su empresa en un acto de inauguración con el que quiso trascender las fronteras de la región por el carácter simbólico de reunir a dos presidentes del Gobierno, el citado Felipe González y Leopoldo Calvo-Sotelo.

El que no estuvo fue el presidente por aquel entonces, un José María Aznar cuyo partido, el PP, solo estuvo representado en el acto por el alcalde Agustín Conde, que no dudó a las puertas del acto en atender a los medios de comunicación congregados para manifestar su desagrado con hacer coincidir la fecha inaugurar con un el Consejo de Ministros de los viernes. «Me ha disgustado la actitud del presidente Bono al organizar la apertura de una de las bibliotecas más importantes de España impidiendo precisamente la presencia de los ministros de Educación y Defensa». «No hay mejor manera de conseguir que alguien que no quieres no esté presente que citarlo cuando tiene otro compromiso», sentenció.

La acusación tuvo respuesta 24 horas después, cuando Bono manifestaba que «lo único que desentonó en la apertura de la Biblioteca fue Conde».

Con todo, al margen de las pullas políticas, lo cierto es que la inauguración de la Biblioteca del Alcázar reunió a un gran número de personalidades de la época. Por citar a algunos de los más conocidos no hay que olvidar al director de la Academia de la Lengua, Lázaro Carreter, que calificó la obra como «catedral de los libros». Tampoco hay que pasar por alto la presencia de Arturo Pérez Reverte, Miguel Bosé, José Borrell, Enrique Múgica, Joaquín Leguina, el compositor Luis Cobos, el jugador de baloncesto Fernando Romay, el futuro presidente autonómico José María Barreda, el presidente de Andalucía Manuel Chaves, el rector de la UCLM Luis Arroyo, el exjefe de la Casa Real Sabino Fernández Campo, el líder de UGT Cándido Méndez y el presidente del Grupo PRISA Jesús de Polanco, entre los más destacados. Una autentica fiesta de la cultura en la que se demostró que la mejor bandera son los libros.