Los otros griegos de Toledo

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El historiador Miguel Gómez Vozmediano, jefe de Referencias en la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, explica los motivos de su presencia en la ciudad

Gómez Vozmediano es también profesor de la Universidad Carlos III de Madrid. - Foto: David Pérez

Adolfo de Mingo Lorente

El historiador Miguel Gómez Vozmediano, jefe del área de Referencias de la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional (Hospital Tavera) y profesor en la Universidad Carlos III de Madrid, pronunció hace escasos meses una conferencia sobre la comunidad helénica de Toledo durante la época del Greco. «Los griegos tenían una reputación infame», destacó entonces. «Eran cristianos ortodoxos, no católicos, a quienes se consideraba unánimemente pedigüeños y de quienes se creía que cambiaban de aliado según soplaba el aire. Estuvieron bajo la continua sospecha de la Inquisición y también de la de sus propios convecinos, que no entendían su manera de expresarse ni sus vestimentas, consideradas orientalizantes y por tanto extrañas para la España del momento».

Toledo no contaba a finales del siglo XVI con una nutrida colonia, «ni mucho menos un ‘barrio griego’, como diríamos en nuestros días». Sin embargo, apellidos como Carcadil, Zuqui, Iconomo o Trechello son viejos conocidos de los especialistas en el estudio de la época gracias a la documentación conservada en los archivos de la ciudad. Los motivos de su presencia en Toledo fueron diferentes. Los hubo humildes como el joven ateniense Michel Rizo Carcandil, a quien el Greco sirvió de intérprete en 1582 al ser acusado de prácticas moriscas por el Santo Oficio. Los hubo cultos como Antonio Calosynas, copista de textos griegos vinculado al círculo helenista de los Covarrubias y de la entonces pujante Universidad de Santa Catalina. Ninguno de ellos se hizo rico.

Los investigadores que han dedicado sus esfuerzos al estudio de la comunidad helénica en el Toledo del siglo XVI, como el fallecido Gregorio de Andrés, se han visto obligados a enfrentarse a un «material ambivalente, dividido entre la consideración de los griegos como ideal, como ejemplo del conocimiento clásico, y los griegos de carne y hueso, que solían vivir a salto de mata debido a la turbulenta situación en el Mediterráneo». Según Gómez Vozmediano, la ofensiva turca (contraatacada en hechos de armas como la célebre batalla de Lepanto, en 1571) trajo consigo numerosos desplazamientos y movimiento de refugiados, siguiendo la terminología actual, procedentes de las numerosas islas griegas y del sur de los Balcanes. Hubo desde religiosos ortodoxos hasta militares caídos en desgracia. Llegaban a la Península Ibérica en pequeñas oleadas tras realizar escala en Italia, donde abandonaban la fe ortodoxa, abrazando el catolicismo y obteniendo a cambio beneficios por medio de limosnas y de credenciales que les permitían gran movilidad. Muchos se instalaron en las prósperas ciudades de Levante. Otros se adentraron en el reino de Castilla, cabeza del poderoso Imperio. «Varios fueron a parar a Toledo -aunque la mayoría de ellos no llegó a establecerse en la ciudad-, atraídos por las limosnas de su rica Catedral y de su enorme archidiócesis».   

Algunos, como Calosynas, a quien la narrativa de ficción y el cine convertirían en amigo íntimo del Greco, permanecieron en Toledo durante décadas. «Quienes limosneaban, sin embargo, no tenían ningún interés en integrarse. Conservaban sus vestimentas típicas -estampas populares de la época los representan acompañados de grandes rosarios- para diferenciarse y seguir haciendo dinero, por mucho que eso les acarrease mala fama». Era así desde hacía mucho tiempo, desde que los griegos se habían presentado en occidente como los grandes damnificados por el avance musulmán tras la caída de Constantinopla en 1453. «Ni las autoridades ni el pueblo se fiaban de ellos. Eran cristianos, sí, pero de base ortodoxa y vecinos demasiado cercanos de los turcos».

El Greco mantuvo relación probada con varios de ellos, bien como intérprete, bien como testigo o parte por poderes en trámites diversos. Su propio hermano, Manoussos, llegó a la ciudad en 1603, junto con un pequeño grupo que acabaría recalando en la zona del arrabal de Santiago. «Sabemos que algunos se vincularon a corporaciones gremiales y es posible detectar su presencia en los registros parroquiales». Sin embargo, se pregunta Gómez Vozmediano, «¿cómo era su vida cotidiana? ¿A quién compraban? ¿Se hacían préstamos entre ellos? Muchas de estas cuestiones siguen siendo un misterio, aunque no tengo ninguna duda de que la documentación conservada en archivos como el Municipal y el Diocesano seguirá deparando sorpresas». Otros, como la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, contribuyen a enriquecer y matizar la mirada sobre estos extranjeros. Allí se conservan desde cartas relacionadas con la ciudad de Candía hasta mapas del Mediterráneo oriental, desde antigua literatura de cordel hasta fotografías de los aristócratas españoles en la Atenas de finales del siglo XIX. Por no hablar de una ingente cantidad de documentación relacionada con la época del Greco y sus protagonistas (como la pintora Sofonisba Anguissola, cuyas capitulaciones matrimoniales, ahora en proceso de restauración, también están entre los anchos muros del Hospital Tavera).