La sacristía de Tavera recupera su atmósfera de luz original

c.m. | TOLEDO
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El proyecto ha corregido los problemas de humedad, en la cubierta y en una zona de relleno, provocados por el uso de materiales poco adecuados en una intervención anterior

En la sacristía se han saneado los yesos, los revocos y las cornisas. - Foto: David Pérez

Apenas se percibe la intervención, tan sólo el olor de las ceras naturales propicia el pensamiento de una posible actuación en la sacristía del Hospital de Tavera. Porque este proyecto «silencioso» dirigido por el arquitecto José Ramón González de la Cal y colaborado por el arqueólogo Jorge Morín, ha tenido por objeto habilitar el lugar para reubicar las obras del Greco que existían en el Hospital y permitir, así, una visita conjunta dentro de un espacio que es coetáneo al tiempo del Greco. En este punto, aprecia el director del proyecto, «en algunos libros se dice que, incluso, acaba trabajando en la última época su hijo como arquitecto del Hospital».

El encargo -auspiciado por la Fundación Greco 2014 y la Casa Ducal de Medinaceli - ha subsanado las patologías de humedades, provocadas por ascensión por capilaridad, relacionadas con una intervención de los años 50 u 80 centrada en las cubiertas y en unas zonas de relleno. En esta restauración se utilizaron nuevos materiales que «acabaron perjudicando» al edificio y no sólo en la zona de cubiertas, ya que «el espacio de relleno concentró la humedad que se estaba transmitiendo a las fábricas».

Por ello, y con la premisa de devolver el edificio casi a su estado original, las labores realizadas en las cubiertas se han fijado en los trabajos ejecutados en origen apostando «por la eliminación de los rellenos y por el saneamiento de los muros de alrededor». De esta manera, se ha permitido una ventilación correcta de la sacristía «a través de unos sótanos que estaban tapados y cegados», lo que propiciaba la transmisión de esa humedad por capilaridad a los muros.

Durante los trabajos, como viene siendo habitual, ha habido sorpresas en la aparición de dos pequeñas vidrieras decoradas que, asegura González de la Cal, «nos hablan un poco del colorido que había en el interior». Tapadas hasta ahora, y una vez recuperadas y saneados los yesos, los revocos y las cornisas, esta devolución sustenta esa idea de la pintura del Greco «colorista, veneciana, de finales del XVI y principios del XVII» que está «también en el espacio, en la forma en la que entra la luz en Tavera».

Porque esta es, al fin y al cabo, «la única muestra que se conserva de lo que puso ser la atmósfera del edificio», ya que igual que existe aquí existiría en la iglesia y en todos los elementos de iluminación pensados para «un templo de unas dimensiones generosas, de una arquitectura bien trazada».

Por tanto, y con el fin de «recuperar un poco esa atmósfera de luz original que tenía el edificio», se han mantenido los ventanales que sí estaban abiertos pero a los que faltaban un trozo de vidriera más contemporáneas, reproduciendo la parte ausente sin inventar nada.

También han aparecido dos puertas originales que estaban ocultas y vuelven a ser acceso de comunicación con la zona de arriba. La labor realizada en este punto ha tenido que ver con un proceso en el que se han eliminado los barnices, las pinturas y esmaltes contemporáneos, para recuperarlas con acabados naturales. Además se ha hecho lo propio con las cajoneras ubicadas en el espacio que, aunque más contemporáneas, estaban deterioradas por la humedad», y con los suelos, a los que se les ha devuelto a su estado original.

Tres meses de trabajado han finalizado un proyecto en el que su artífice ha escuchado al edificio. Es justo apreciar, en este aspecto, que es labor esencial de cualquier arquitecto saber cómo y con qué intervenir a partir de las necesidades de un edificio que lleva años en pie. Esto es, de un espacio bien ejecutado en el que se han utilizado los materiales, técnicas y procesos adecuados. Por ello, asegura haber dado «un paso atrás» prestando su experiencia a lo que el edificio pedía. Esta decisión, todo hay que decirlo, no siempre es tenida en cuenta por unos profesionales que, en ocasiones, se olvidan de lo bueno contenido y conservado en los espacios que intervienen.

En este caso, José Ramón González de la Cal ha pretendido devolver «la atmósfera inicial conseguido en esta arquitectura del renacimiento, ya desvinculada del manierismo, que comienza a fijarse en los órdenes clásicos». De ahí que se sienta satisfecho de que «no se note ni que hemos intervenido», de que no pierda de vista la relación visual que hay desde la entrada del jardín, el zaguán, el doble patio, la vuelta al zaguán, y la entrada a la iglesia.

Porque Tavera alberga «una secuencia espacial interesante hasta llegar aquí», lugar en el que se encuentras el tabernáculo en el que está expuesta la escultura del ‘Cristo resucitado’. Así, y ubicada en el mismo espacio que ideó y construyó el Greco, este espacio «ayuda a entender la pintura dentro de su contexto no sólo artístico y pictórico, sino del contexto arquitectónico, del momento y la época». Percepción singular que, recuerda, «e da únicamente en Toledo» porque no se puede obtener al visitar un conjunto de obras reunidas dentro de un museo. En estos casos no hay que olvidar que se opta por la percepción contemporánea de una obra que no fue pensada para exponerse así. No ocurre, por fortuna, en este Espacio Greco.