El olvidado museo de los 15 grecos

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La iglesia de San Vicente acogió una destacada colección de arte sacro entre 1929 y 1961. Hoy forma parte del Museo de Santa Cruz

El olvidado museo de los 15 grecos

Adolfo de Mingo Lorente

Toledo

La iglesia de San Vicente posee una larga hoja de servicios. Por si no fueran suficientes la gran antigüedad de su entorno -estructuras romanas (opus africanum) bajo el ábside y un pequeño friso con roleos en su fachada principal a modo de expolia-, ni sus muchos siglos de existencia como templo, SanVicente ha desempeñado también las funciones de aula universitaria, sala de exposiciones, café-concierto y sede polivalente de la asociación cultural Círculo de Arte. Muchos usos a los que sería posible sumar, entre 1929 y 1961, un museo de arte sacro que, pese a haber formado parte de los principales destinos culturales de la ciudad, junto con la Catedral y la Casa del Greco, permanece hoy completamente olvidado.

Su historia comenzó cuando el Cabildo de Párrocos y el Arzobispado de Toledo acordaron reunir en una misma colección una significativa parte del patrimonio religioso reunido por parroquias tan destacables como San Nicolás, Santa Leocadia, la Magdalena y San Pedro (incluida dentro de la propia Catedral). El conjunto incluía esculturas como el San Francisco de Pedro de Mena, piezas de orfebrería, libros (el Misal mozárabe del cardenal Cisneros) y tapices flamencos de gran antigüedad.

Su principal atractivo, sin embargo, era una quincena de pinturas del Greco -o consideradas del Greco en aquellos momentos, cuando los criterios para la atribución eran mucho menos sistemáticos-, entre ellas algunas que habían permanecido durante más de tres siglos en el interior de la propia iglesia, como la Inmaculada Oballe. No en vano, allí fue visitada en 1912, cuando San Vicente no era aún museo, por el poeta Rainer Maria Rilke.

También serían de destacar el San José de pequeño formato (probablemente un ricordo o réplica que perteneció a la parroquia de la Magdalena y que hoy permanece expuesto en la Catedral), la Inmaculada conSan Juan del Museo de Santa Cruz (depósito de la parroquia de Santa Leocadia, procedente de San Román) y las representaciones del Salvador, San Agustín y San Francisco que formaban originariamente el retablo de San Nicolás. Hoy la mayor parte de estas pinturas -incluidas la Sagrada Familia del Hospitalito de Santa Ana y la Despedida de Cristo a su madre- se encuentran depositadas en el Museo de Santa Cruz.

El museo de arte sacro de San Vicente abrió solemnemente sus puertas el 29 de abril de 1929, con la bendición del arzobispo de Toledo, cardenal Pedro Segura. Crónicas como la del periodista Ángel María Acevedo, publicada en Toledo. Revista de Arte, describen la iglesia «decorada con el mayor gusto y luz abundantísima, en el centro de la ciudad, próxima a Zocodover y en la ruta que de ordinario llevan los turistas» (la plaza de San Vicente poseía parada de taxi en aquel momento). Su horario era de 10,00 a 17,00 horas (hasta las 19,00, en verano), y su precio de entrada una peseta. El 19 de julio de 1935, por cierto, un tal Miguel Fernández protestaba en las páginas de El Heraldo de Madrid (entonces periódico de referencia del republicanismo de izquierdas, con tiradas diarias próximas al medio millón de ejemplares) por el hecho de tener que pagar una entrada y que ésta contribuyese «a sostener un culto que no profeso», dado que la colección debería ser propiedad del «Estado laico».

Su primer director fue el sacerdote conquense Antonio Sierra Corella, doctor en filosofía y Letras, más recordado por su labor como archivero. Poco después lo sustituirían los también sacerdotes Nicolás Rodríguez Madridejos y Gerardo Pérez-Hita Navarro. Su último responsable antes de la Guerra Civil fue el capellán Pedro Santiago Gamero, profesor del Seminario.

El número de visitantes que recibió el nuevo museo durante los siete años comprendidos entre la fecha de su inauguración y el inicio de la contienda fue considerable. Especialmente, visitas institucionales como la del primer ministro francés Aristide Briand, que lo conoció el 12 de junio de 1929, acompañado por el general Miguel Primo de Rivera. En la próxima doble página mostramos, por cortesía de Eduardo Sánchez Butragueño (responsable del blog Toledo Olvidado), una fotografía del acto en la que es posible contemplar el interior de San Vicente en aquellos momentos. Otras personalidades que visitaron el museo y que merece la pena destacar fueron el primer presidente de la Generalitat catalana, Francesc Macià (1931), el aspirante al trono de Italia Humberto II de Saboya (1948) y nada menos que un secretario general de la Sociedad de Naciones, el sueco Dag Hammarskjold, quien lo conoció en 1960, ya en el tramo final de su andadura y solamente un año antes de cerrar.

Los mejores testigos del gran impacto que tuvo el Museo de San Vicente durante estos primeros momentos fueron periodistas como Santiago Camarasa y Ángel María Acevedo, quienes publicaron reportajes sobre la colección en medios nacionales como El Imparcial, Blanco y Negro y La Esfera. Gracias a la creación del museo, destacaba Acevedo a finales de 1929, los párrocos «salvaron para siempre estas preciosidades, expuestas a las insaciables codicias de los chamarileros, explotadores perpetuos de la penuria de las pobres y viejas iglesias, cada día con mayores necesidades y más escasez de recursos». Casi un año después, el 7 de septiembre de 1930, Camarasa señalaba en La Unión Ilustrada, en un artículo elocuentemente titulado ‘Un nuevo museo del Greco’, que los bienes artísticos alojados en San Vicente merecían estar a la altura de la fundación impulsada por el marqués de la Vega Inclán.

El impacto del nuevo museo no solamente fue destacable en los medios locales y nacionales, sino también en la prensa especializada internacional. En Francia, por ejemplo -donde Sierra Corella había publicado apenas cinco meses después de la inauguración un pequeño artículo en la revista Mouseion-, el Journal des débats politiques et littéraires recogía su apertura en diciembre a través de su corresponsal en España, Hubert Morand. Apenas dos semanas más tarde, el 31 de diciembre de 1929, el diario madrileño La Época era ya consciente del interés de la prensa francesa por el Museo Parroquial de San Vicente. No es de extrañar, ya que la revista Formes había anunciado asimismo la apertura en el primero de sus números a través del secretario general de la Oficina Internacional de Museos de la Sociedad de Naciones, Euripide Foundoukidis. Eugenio d’Ors se haría eco de ello en un espléndido artículo publicado en Blanco y Negro a comienzos de 1930 bajo el seudónimo de ‘Monitor estético y grande museo del mundo’.

La colección reunida dentro de la vieja iglesia no sufrió daños durante la Guerra Civil gracias a la labor del Comité de Defensa del Patrimonio de Toledo, según recogió La Tribuna en la entrega monográfica sobre el Greco publicada el pasado 31 de agosto. Gracias a la colaboración de un técnico de Madrid (a quien la sucinta documentación rescatada por Rafael del Cerro Malagón se refiere como «el camarada delegado del Ministerio») fue posible trasladar la mayoría de las pinturas «bajo una bóveda maciza al lado del presbiterio», en donde permanecieron a salvo durante la voladura del Alcázar. La Inmaculada Oballe no pudo ser desalojada de su retablo en tan poco tiempo, por lo que se tomó la decisión de protegerla in situ: «La Asunción de la Virgen 323/167 hemos dejado en su retablo, que es fijo en la pared, levanta un tablero de la mesa del altar a fin de que el aire pueda circular libremente. La capilla donde se haya [sic] este lienzo es debajo de la torre». Dos años después, aún en guerra pero bajo el control franquista de la ciudad, Luis Muguruza, comisario de la Segunda Zona Central, ordenaría el traslado temporal de parte de la colección de San Vicente junto con diversas piezas procedentes de otros museos toledanos para adecentar el estado de los bienes culturales de la ciudad en aquel momento. El motivo, según explicó con gran ironía José Álvarez Lopera, era la necesidad de convencer a un observador internacional, Michael W. Stewart, conservador del Victoria and Albert Museum de Londres, de que el nuevo régimen hacía los esfuerzos necesarios en ese sentido.

Una vez finalizada la Guerra, las pinturas continuaron en el Museo, aunque algunas de ellas fueron trasladadas a Madrid y restauradas en el Museo del Prado, junto con otros cuadros procedentes del Hospital Tavera. En 1946, recogió el diario ABC, «cinco magníficos cuadros del Greco» procedentes de Toledo habían sido forrados y permanecían «expuestos hace varios meses» en la pinacoteca madrileña, que ese mismo año había adquirido varias pinturas procedentes del Apostolado de la iglesia de Almadrones (Guadalajara).

Durante los años posteriores, el Museo Parroquial de San Vicente continuó siendo un espacio frecuentado por los visitantes de la ciudad, aunque su protagonismo fue declinando en comparación con los primeros años de andadura. Sin embargo, probablemente sea excesivo considerar -como hizo en 1961 el periodista Luis Moreno Nieto desde las páginas de El Alcázar para justificar su absorción por parte del recién creado Museo de Santa Cruz-, que el de San Vicente era el museo «menos visitado de Toledo». El 27 de marzo de 1948 formó parte de la visita que realizó a la ciudad Humberto II de Saboya y tres años más tarde sería conocido por el pintor francés Yves Klein, aparte de numerosos testimonios personales por parte de visitantes como los pintores José Manaut Viglietti y Pedro Antequera Azpiri.

A partir de los años cuarenta, por otra parte, contribuirán a difundir el edificio y su colección tanto tarjetas postales como sellos de correos. Dentro de las primeras sería posible destacar la representación tipista de Gómez Díaz para la Heliotipia Artística Española, así como la reproducción de San José y la Encarnación. Esta última, por cierto, sería puesta en circulación como sello de una peseta en Guinea Ecuatorial junto con la representación del Bautismo de Cristo del Museo del Prado.

Sería precisamente a finales de la década de los cincuenta, quién sabe si como revulsivo para dotar al edificio de mayor publicidad, cuando se dieron algunos pasos para hacer más visible la colección. En 1958, Julián Torremocha realizaría un documental en color específicamente centrado en el museo, El museo de San Vicente de Toledo, con guión de Luis Serrano Vivar y la voz en off de Matías Prats. En 1959 sería editado un breve folleto de información al visitante, publicado en Toledo por Librería Rofi.

Paradójicamente, el Museo Parroquial de San Vicente tocaría a su fin dos años después. La decisión de orquestar el traslado de sus fondos al Museo de Santa Cruz fue adoptada por la Dirección General de Bellas Artes, cuyo titular era Gratiniano Nieto. Escasos años antes se había celebrado en el antiguo Hospital de Mendoza la primera de las dos grandes exposiciones celebradas en honor a Carlos V.

Los trámites debieron de realizarse sin excesiva publicidad, dado que la mayoría de los toledanos conoció la clausura del Museo Parroquial de San Vicente a través de la prensa. El 25 de mayo de 1961 se publicó en El Alcázar que la «integración», que había aprobado ya el arzobispo, Enrique Plá y Deniel, sería inminente después de haberse producido la reunión de Gratiniano Nieto con las autoridades toledanas: «El Museo de Santa Cruz abrirá sus puertas al público en las próximas fiestas del Corpus, y no será inaugurado oficialmente hasta que esté integrado con las obras pictóricas y escultóricas del parroquial de San Vicente». Una semana después, el periodista Luis Moreno Nieto aplaudía el traslado manifestando, con excesivo seguidismo ante la decisión, que el Museo que se clausuraba «era, forzoso es decirlo, el menos visitado de Toledo. No importa ahora señalar las causas. Lo cierto es que, gracias a su nuevo emplazamiento, estas obras serán ahora más y mejor admiradas. No hay que lamentar pues que desaparezca el museo de San Vicente, puesto que no desaparece algo que mejora de emplazamiento. Y, de paso, el culto cuenta con una iglesia más en Toledo».

No sería así. Él templo de San Vicente no volvería a desempeñar esa función. Sí que serviría como edificio auxiliar para la celebración de trámites universitarios y exposiciones (como la del pintor y grabador Lucio Muñoz entre el 25 y el 28 de junio de 1981) antes de ser arqueológicamente excavada a comienzos del siglo XXI y convertido en café-teatro y sede de la asociación cultural Círculo de Arte. Un festivo destino para un edificio cuyo artístico pasado bien merecería recordarse mejor.