Prosa convertida en música

Ana María Jara*
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Improvisaciones musicales basadas en el Edén bíblico y el Quijote formaron parte de un programa musical en el que también se escucharon autores indispensables del barroco

Cuatro organistas se dieron cita anoche en una nueva edición de la Batalla de Órganos, cuatro organistas que se conocen bien y que han podido formar escuadrón en batallas anteriores. Músicos que desde sus ciudades ayudan a que la música de órgano esté presente en conciertos de gran calidad como el que se desarrolló anoche en la Catedral.

Se inició el concierto con la Batalla Imperial Primer tono de Joan B. Cabanilles, el músico valenciano permitió que se escucharan los cuatro órganos. en una pieza que auguraba las sonoridades que se iban a percibir en la Catedral.

A continuación, Concerto para dos órganos de Johann Ludwig Krebs, autor menos conocido que contó con el apoyo y los elogios de su maestro en Leipzig, Johann Sebastian Bach.  Anoche quedó demostrado que el que fuera un joven estudiante merece un lugar en el repertorio para tecla al escuchar su complicado concierto que resolvieron con maestría Oreni y Salvini. Un tema de engañosa sencillez,  sonó complejo y repleto de dificultades, resueltas en la buena elección de los registros  de los órganos.

Un año que merece ser señalado como imprescindible es el de 1685. Año en el que nacieron Johann Sebastian Bach, Domenico Scarlatti y Georg Frideric Haendel, autores que sonaron en la catedral. El concerto Op.4 de Haendel se interpretó en los realejos por Marle-Ouvrard y Montero. Dos músicos que mostraron su complicidad en los movimientos rápidos de melodía grácil y en un delicado adagio con el que crearon un ambiente de recogimiento.

La fanfarria de Oreni desde el Emperador inició una majestuosa improvisación en la ‘Entrada de Alfonso X’.  El ritmo recreaba el cabalgar de un jinete en una entrada triunfal, una pieza arriesgada en la que el Emperador resonó en todo su esplendor.

El ‘jardín del Edén’. Ese jardín convertido en el origen del pecado se armonizó desde los cuatro órganos de la catedral. Los organistas conocían la Catedral y las posibilidades de los órganos, y quedó patente en una interpretación que se inició alejada de la tonalidad con cierta ensoñación  hasta que se configuraron los parámetros sonoros en un tensión creciente que culminó con referencias a los sonidos iniciales.

 El Caballero de la triste figura se convirtió en obra musical por el organista francés Marle-Ouvrad, conocedor de la técnica de improvisación, arte por el que ha sido galardonado. Cervantes, quien recibió como herencia una vihuela de su padre, fue conocedor del contexto musical que le rodeaba. Desde Roma apreció la calidad de Petrarca y los madrigalistas;  en España incorporó versos embebidos de Guerrero y Garcilaso. Lo que no pudo imaginar es que desde la Catedral, su personaje más leído se convertiría en partitura. Una pieza con toques épicos y amalgama de sonoridades contrapuestas  como reflejo de un personaje de múltiples lecturas y percepciones.

Los realejos volvieron a sonar en el Concerto BWV 1060 de J. S. Bach con Salvini, Oreni y Montero  Un concierto conocido y versionado que exigió un toque articulado y limpio que los músicos realizaron con elegancia y precisión.

Retomando referencias bíblicas del Edén, una improvisación en la que la serpiente recreada desde el Sagrario por Montero, sonó disonante y tentadora en un juego de sonoridades nunca antes percibida. Aunque Marle-Ouvrard llamaba a la cordura como Árbolde la Ciencia desde el Emperador, no pudo evitar que Adán cayera en la tentación.

Cuenta la leyenda que Scarlatti se retó con Haendel como organista, en Roma, con incierto resultado. El napolitano  gozó de los privilegios reales en la corte española gracias a su alumna, Bárbara de Braganza, consorte de Fernando VI. En Madrid coincidió con Farinelli y Boccherini, compitiendo con Soler . Aires del entorno español, agilidad en la melodía y dificultades técnicas en una sonata concebida para clave, que Salvini interpretó en el Sagrario con la agilidad y la articulación que exigía la pieza.

Aguilera de Heredia volvió a reunir a los cuatro órganos con su Tiento de Batalla, en  una interpretación depurada, fluida y enérgica que exigió la sincronización de los músicos en una coreografía meditada y rigurosa.

Llegaron las consecuencias del pecado con la ‘Expulsión del Paraíso’. La melodía pentatónica en referencias al Edén se transformó en ráfagas acórdicas descendentes de gran ampulosidad que resonó en cada piedra de la catedral.

Final apoteósico para una batalla en  la que gana siempre la cultura. Batallas que son un ya referente musical internacional. Unas batallas solamente posibles en la Catedral Primada.

*Ana Mª Jara es musicóloga y profesora en el Conservatorio Profesional de Música Jacinto Guerrero de Toledo.