La Guerra Civil acabó con el urbanismo medieval del entorno del Alcázar

J. Monroy | TOLEDO
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Horno de los Bizcochos, más estrecho. Si el vial hoy mide 6,3 metros de ancho, antes de la Guerra no pasaba de los dos. Julián García Sánchez de Pedro encontró los muros de la antigua manzana bajo la calle

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El 18 de julio se cumplen ochenta años del inicio de la Guerra Civil, un conflicto que, en lo local, se enmarca sobre todo en el asedio del Alcázar, entre julio y septiembre. Fueron dos meses de contante y machacón bombardeo que no sólo acabaron con la antigua Academia de Infantería, sino también con buena parte de los viales de su entorno, incluida la plaza de Zocodover. Durante estos días Toledo recuperó también su protagonismo internacional. Se dice que el fotoperiodismo nació en la Guerra Civil, y en concreto, en la lucha por el Alcázar. Hasta Toledo llegaron reporteros de todo el mundo. Las fotografías y los continuos reportajes televisivos son testigos de la lucha, y también de forma indirecta de la transformación que los obuses, bombas y minas hicieron en el urbanismo de esta parte de la ciudad.

Porque la Guerra Civil acabó con el urbanismo medieval del entorno del Alcázar. La destrucción de inmuebles y el destrozo de viales permitió que, una vez concluido el conflicto, «las manzanas que había antes de la Guerra Civil más tarde se eliminaron por una cuestión de adecuación urbana más moderna de la ciudad, para que el tráfico urbano pudiera hacer un giro mucho más amplio; aunque no fue algo que se hizo de inmediato, se terminó de urbanizar casi en los años sesenta», como apunta el arqueólogo toledano Julián García Sánchez de Pedro. «Si bien dicha batalla se centró en el edificio del Alcázar, que quedó totalmente destruido, también fue afectado todo el entorno urbano del centro de la ciudad, ocasionando la destrucción de gran cantidad de inmuebles hoy desaparecidos debido a la posterior adecuación de este espacio urbano a una serie de necesidades más modernas, que llegaron, en algunos casos, a una verdadera transformación del mismo», afirma.

Desde 2010, García Sánchez de Pedro ya había comenzado a buscar documentación para estudiar los cambios que la Guerra Civil produjeron en el entorno del Alcázar. Desde los años noventa, en obras de zanjeado, estaba detectando impotantes cambios urbanísticos en todo este espacio. Comenzó a mirar planimetrías antiguas, que le confirmaron la importante transformación. Hay que tener en cuenta que hoy en día no se publicado nada sobre estas transformaciones. De ahí su interés en seguir investigando y aportar datos de los inmuebles medievales. A la postre, las obras de zanjeado para la canalización del gas en Horno de los Bizcochos le permitieron hacer una investigación arqueológica, en la que se incluye un sistema de fotogrametría que ha sido permitir ubicar el conjunto de hallazgos de forma exacta en el subsuelo de la calle. También cuenta con una importante aportación gráfica, sobre todo, de la Guerra.

La intención del arqueólogo es ahora aprovechar el aniversario del conflicto para dar una muestra de cómo había cambiado el entorno urbano de la ciudad a consecuencia de la Guerra Civil. Está elaborando un amplio trabajo sobre esta transformación.

Sánchez de Pedro recuerda que uno de los barrios más afectados en Toledo por la Guerra fue el  de la Magdalena, situado al oeste del Alcázar, entre la cuesta de Carlos V y Barrio Rey. Por la proximidad al asedio, la parte alta del barrio, concretamente la calle Horno de los Bizcochos y la cuesta «quedaron reducidos a una escombrera fruto de los intensos combates y, fundamentalmente, por la explosión de una de las minas en septiembre del 36». También quedó reducida a escombros la parte baja del barrio, la actual plaza de la Magdalena y su iglesia, que tuvo que ser reconstruida. De allí se eliminaron una manzana de casas que se adosaba al conjunto de la iglesia y que hoy se ha transformado en espacio abierto en la plaza. Se ha perdido, no obstante, el entramado de calles que se unía a la Sierpe y el Corral de Don Diego.

Importante retranqueo. La calle Horno de los Bizcochos, tras el edificio de los sindicatos, es el lugar por el que se meten los taxis para dar la vuelta y ponerse a mirar cuesta abajo, hacia Zocodover. Se trata de un estrecho callejón, que entre los coches aparcados y los siempre presentes peatones, obliga casi siempre a circular en primera, despacio y vigilando a veces que ningún turista se cruce. Sin embargo, el vial hoy en día es tres veces más ancho de lo que ha sido durante siglos.

En la restauración urbana que sufrió la calle a mediados del siglo XX, se amplió la anchura de la calle de los dos a los 6,3 metros. Para hacerlo, se retranqueó la fachada de los edificios del lado este de la calle, los correspondientes a los sindicatos. Los muros antiguos quedaron incluidos en el subsuelo de la calle, algo que fue posible al subir la altura de la calle con los escombros un metro.

García Sánchez de Pedro ha constatado que la manzana que hoy alberga los sindicatos y el túnel, situado entre Carlos V y el Horno de los Bizcochos perdió volumen tras su completa desaparición y reedificación en posguerra. De esta forma, se retranqueó su línea de fachada en la cuesta, frente al Alcázar, lo que dejó una alineación más ortogonal. Igualmente, la fachada opuesta en calle Horno de los Bizcochos se retranqueó, y permitió que la antigua calle medieval de dos metros de anchura pasara a los 6,3 actuales. La calle, que antes llegaba hasta la puerta del Alfonso VI además perdió longitud, gracias a la reducción de la antigua manzana, lo que ha permitido la creación de una pequeña plaza.

García Sánchez de Pedro participó en el control arqueológico de la ampliación de la zanja única de red para el suministro de gas en el número 9 de la calle Horno de los Bizcochos en agosto de 2015. Durante el control de los movimientos de tierra de esta obra se detectaron hasta diez estructuras arqueológicas. En concreto, se  localizaron ocho machones, muros y sillares de granito y dos posibles niveles de suelo.

El estudio arqueológico dejó claro que todos estos restos estaban construidos de mampostería y ladrillos trabados con mortero de cal, de mejor o peor calidad, sobre los que se disponen, al menos en un caso, un cuerpo de tapial encofrado.

La calidad de los materiales, el sistema constructivo empleado y anchura del muro, afirma García Sánchez de Pedro, parecen indicar que se trata de técnicas de construcción medieval. Su presencia aquí, continúa, «indica la existencia de al menos edificaciones antiguas, reutilizadas en épocas posteriores». De momento, los estudios han sido capaces de establecer una cronología segura de estos hallazgos, dado que los materiales utilizan un amplio marco cronológico. De forma hipotética se puede situar entre los siglos XII y XIV. Tampoco hay elementos suficientes para establecer una hipótesis sobre el uso de los recintos.

Aunque ninguna estructura se ha podido excavar por completo, por la imposibilidad de ampliar la zona de excavación, el estudio arqueológico parece indicar que se trata de un conjunto de estructuras relacionas entre si. Parece que formarían parte un mismo complejo de edificios, todos ellos con orientación suroeste-noreste.

García Sánchez de Pedro también apunta que la actual calle se encuentra un metro por encima de la que existía hasta 1936. Todas estas estructuras están cubiertas por un potente nivel de derrumbe muy compacto. No se llegaron a retirar todos los escombros, lo que originó esta elevación de un metro. El espacio entre los cimientos aparece colmatado por una gran cantidad de tapial. Se trata de un derrumbe muy compacto, que también incorpora una gran cantidad de fragmentos de ladrillos y mortero de cal. Al limpiar estos rellenos asociados a los muros, los arqueólogos hallaron múltiples elementos tipo de cerámica (loza blanca, porcelana, etc.), junto a cristales o restos de tuberías, que permiten concretar el momento del derrumbe.