Balaguer, un espacio en la historia

J. Monroy
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Las pasadas navidades cerraba Balaguer, una librería anticuaria histórica, que llevaba nada menos que 72 años frente a la puerta de los Leones

Cuando las pasadas navidades cerraba la librería anticuaria Balaguer, se desprendía una hoja del libro de historia de Toledo, que desde el siglo XX se extendía muchos siglos atrás. Hablar de Balaguer en Toledo es hablar de antigüedades; es un apellido íntimamente ligado con la profesión que ya ha quedado grabado no sólo en los álbumes de historia, sino incluso en su callejero.

Curiosamente, la familia había perdido el apellido varias generaciones atrás. Esta es una historia de mujeres. Porque Balaguer era una anticuaria que montó su negocio en el pasadizo situado junto al Ayuntamiento, por finales del siglo XIX y principios del XX. Un negocio que heredó su hija, que se casó en segundas nupcias con un concejal republicano. Uno de sus hijos, Manuel, se quedó con el callejón, y el otro, Mariano Pedraza, decidió independizarse en 1942, y abrir la librería anticuaria en Cardenal Cisneros, frente a la puerta de los Leones.

Allí Mariano estuvo trabajando veinte años, hasta que murió en 1962. En aquel momento, se quedó con la librería su mujer Primitiva Poveda, a la que entonces en Toledo comenzó a conocerse como «la viuda de Balaguer». Primitiva estaba sola en la ciudad, con cuatro hijas pequeñas -la más pequeña, Paloma, con dos años- y sin conocer prácticamente el negocio. Le echó valor, y entre los libreros y los familiares consiguió sacar adelante a las niñas y a la librería. Tuvo siempre, recuerda, grandes amigos que la ayudaron.

Hoy Primitiva, a sus noventa años, se acuerda sobre todo de los cantorales de pergamino, algunos enormes. Además toda clase de libros, tenía también cerámica antigua, postales y obras de arte. Luego también había libros más pequeños, todo de segunda mano. Hasta su tienda acudían muchos turistas. «Tuve una época muy buena, en la que venían a Madrid muchos extranjeros, y yo les vendía cosas de Toledo y de Madrid; venía cada cochazo tremendo», explica. Balaguer tenía mucho renombre en Madrid, y venía gente adrede a Toledo tan sólo a visitarla. A los americanos les encantaba la librería.

Primitiva recuerda que tuvo en su tienda libros incluso desde el siglo XV. Algunos eran manuscritos, y muchos, incunables. El pintor Guerrero Malagón, recuerda, colaboraba con ella. Había hojas de pergamino que quizás tenían mucho espacio vacío, y él las decoraba con frailes en los márgenes. Aquello, recuerda Paloma, la hija de Primitiva, encantaba a los americanos. Hasta sus manos llegaban muchos cantorales de pergamino; había centros religiosos que querían hacer limpieza, por ejemplo los franciscanos de San Juan de los Reyes, y le ofrecían lo que no les servía. También llegó a comprar y a vender a la Catedral. Cuando los cantorales estaban en mal estado, Primitiva los deshojaba y los vendía por separado. Si estaban bien, lo hacía con el tomo completo. También acudía a Madrid, por ejemplo a la calle Huertas, a comprar pergaminos que tenían más salida en Toledo; incluso, en el rastro. Viajaba mucho, recuerda, y a veces «he comprado camiones de libros que me han ofrecido».

Entre los libros que pasaron por Balaguer, Paloma y Primitiva recuerdan un libro de 1420. Tuvieron Las Siete Partidas, un atlas Ortelius publicado en Bélgica en 1548, Quijotes antiguos, o libros de medicina o botánica históricos, que guardaba a clientes que se los tenía encargados. Ella muchas veces compraba sabiendo que se los iba a vender a ciertos clientes. A los toledanos les encantaban los libros antiguos de la ciudad, y algunos incluso se comprometían a pagarlos a plazos. Otros tomos eran simplemente para quien viniera de Madrid. «Los clientes de mi madre eran grandes bibliófilos, que muchas veces venían de Madrid, una clientela culta a la que le gustaba leer y encontrar ediciones agotadas o gravados», explica Paloma. Los domingos por la mañana, la familia siempre abría. Era cuando venían los bibliófilos de Madrid, que a veces se quedaban toda la mañana en la librería, y si eran amigos, se quedaban a comer.

Hoy todavía conservan en su libro de firmas recuerdos de Victorio Macho, gran cliente; Giscard d’Estaing, presidente de Francia; el grupo americano Viva la Gente; la madre de Juan Carlos I o la mujer de Franco y la de Adolfo Suárez, quizás más habituales en la tienda del pasadizo que en la librería.

Fotografías. La librería al principio tenía dos puertas, dos locales. En la parte de abajo estaban los azulejos, cantorales y pergaminos, y arriba los libros. Primitiva tenía los más importantes más a mano, en el mostrador. La tienda era grande, e incluso había libros guardados en el sótano.

Recientemente, ha salido a la luz una fotografía de Francesc Català Roca, que ha recuperado el blog Toledoolvidado. En ella, aparece la librería durante los años cincuenta. En el suelo y las pareces están colgados los cantorales, y sobre un serijo hay más pergaminos. En la puerta, mira curioso un sacerdote. Primitiva todavía se acuerda de él: «era amigo, era vecino, y cuando salía de la Catedral, le gustaba pararse siempre a hablar con mi marido o conmigo». Él fue quien una vez detectó un robo en la librería, denunció a los ladrones, y Primitiva recuperó lo sustraído. Su familia guarda con orgullo la foto, y muestra en un antiguo catálogo de la región otra versión con los mismos protagonistas. Los pergaminos están en idéntica posición, por lo que ambas tomas debieron de ser sucesivas.

En la página de facebook de la librería, la familia también ha colgado varias fotografías de Balaguer. Allí aparece Primitiva de joven, orgullosa, mostrando el negocio. También están sus hijos y nietos. Son ya también retazos de historia de la ciudad, tras el cierre de Balaguer, que hoy se ha transformado en una tienda de bolsos.