Antiguo colegio mayor

Adolfo de Mingo/Toledo
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Aunque muy desvirtuado, el recuerdo del Colegio de San Bernardino perdura todavía en el arranque de la calle de Santo Tomé

Antiguo colegio mayor

Francisco de Pisa (1534-1616), uno de los primeros historiadores toledanos, fue testigo del origen y primeros años de funcionamiento del Colegio de San Bernardino. Su Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo recogía en 1605 cómo sus estudiantes se diferenciaban por vestir «lobas cerradas y becas de paño morado [sotanas con bandas distintivas de ese color sobre el pecho], en la forma que lo usan los colegiales de Cuenca en Salamanca». Gracias a Florentino Gómez Sánchez, que publicó una pequeña monografía sobre la institución en 1982, tras consultar sus fondos documentales en el Archivo Histórico Provincial, es posible conocer su creación, desarrollo y regulación a través de las correspondientes constituciones colegiales.

Sus más de dos siglos y medio de historia se iniciaron en 1568. El Colegio de San Bernardino sería aprobado un año después por bula papal, sin llegar a instalarse en su actual emplazamiento hasta 1581, momento en el que su fundador, BernardinoZapata y Herrera, ya había fallecido. El edificio abarcaba la mayor parte de unas casas que eran propiedad de los Jesuitas y se encontraban en el interior de la manzana comprendida por las calles de Santo Tomé, Aljibillo y Rojas. Transcurrirían alrededor de veinte años hasta que se produjo el encargo del retablo para la pequeña capilla, la cual estaba instalada en la zona interior de la finca. Jorge Manuel Theotocópuli debió de ser el responsable de su instalación, pues le fueron pagadas varias cantidades por el «aderezo nuevo» de la capilla, que incluía «un dosel de brocado y dos alacenas que se hicieron a los lados [del retablo] para su ornato».

La portada del Colegio, aunque sumamente desvirtuada en la actualidad y difícil de contemplar debido a los toldos del establecimiento hostelero instalado actualmente en parte del antiguo conjunto, podría haber sido diseñada originariamente por el propio Greco. En 1607, cuatro años después de realizado el retablo, fue firmado con los canteros Francisco y Miguel del Valle el contrato para la ejecución de la estructura. En este documento, conocido desde tiempos de Francisco de Borja de San Román, se estipulaba que la portada debía realizase según «lo ordenare Dominico Greco, que fue el que dio la traza». Algunos años más tarde, en 1612, el Colegio encargaría al hijo del Greco una escultura «de madera fingida de mármol» destinada al coronamiento de esta portada, pieza que Jorge Manuel no llegó a realizar por tener «ocupaciones que le impedían hacerlo». Sería finalmente el escultor Alonso Sánchez Cotán, tío del famoso bodegonista toledano, el encargado de satisfacer el encargo.

Gracias a la descripción que realizó Sixto Ramón Parro en 1857 es posible conocer algunos detalles sobre la portada, reducida hoy a un sencillo hueco adintelado de granito flanqueado por medias columnas toscanas. No han sobrevivido desde entonces dos escudos de armas de Bernardino Zapata, situados sobre la cornisa -aunque sí perdura disimulado a gran altura un pequeño blasón en la calle Aljibillo-, ni tampoco la «hornacina con estatua de San Bernardino, de piedra tosca y sin mérito alguno», que coronó la portada y cuyo bulto se conserva fuera de contexto en el interior del establecimiento. En el lugar de este remate, roto en fecha imprecisa, en la segunda mitad del siglo XIX o el primer tercio del XX, es posible encontrar en la actualidad un balcón. Tampoco se ha conservado la inscripción latina que recogió Sixto Ramón Parro en su descripción de Toledo en la mano y que estaba relacionada con la función universitaria del Colegio: «Oh, jóvenes, recibid mi enseñanza mejor que el dinero: Elegid la doctrina antes que el oro».

Poco más podemos añadir sobre el viejo San Bernardino, cuyas rentas -procedentes de pequeñas extensiones en localidades próximas a Toledo, como Guadamur, Argés, Cobisa y Pantoja- parecen haber sido escasas desde un primer momento. Parro aseguraba que «el edificio que ocupaba es poco notable, pues ni siquiera por su capacidad se le puede recomendar». Desconocemos si sufrió remodelaciones sustanciales a lo largo de los siglos XVII, XVIII y la primera mitad del XIX, momentos en los que se mantuvo su finalidad original, saliendo de allí «muchos arzobispos, obispos, dignidades y canónigos, togados, catedráticos y doctores, de algunos de los cuales había retratos en su sala rectoral». Desgraciadamente, tras la supresión de la Universidad de Toledo en 1846, el conjunto se extinguió con ella. Su futuro desde entonces ha sido bastante peculiar.

Las rentas y bienes del Colegio, incluida la representación de San Bernardino y otras piezas, entre ellas la pequeña y bella arqueta de taracea con la cual eran votados los cargos de los colegiales, fueron a parar al Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, instalado en la antigua sede universitaria. Once años más tarde, Parro señalaría que un lienzo del Greco, «bastante regular, representando al Santo titular del Colegio», había sido «colgado en una de las aulas del citado Instituto». Las dependencias de San Bernardino se habían convertido en «casa de vecindad», si bien en una de sus estancias permanecía aún «el antiguo archivo del establecimiento y unos mil quinientos volúmenes, poco más o menos, que componían su librería».

A partir de este momento, el vo colegio universitario iniciaría un largo camino de remodelaciones, por mucho que hoy se transmita a menudo a los visitantes del entorno que esta zona de Toledo no ha experimentado cambios desde el siglo XVI. Las distintas tasaciones del edificio realizadas a partir de la segunda mitad del XIX prueban lo contrario. Una de ellas, publicada en el diario La Época en 1861, fijaba en 12.870 reales el precio del conjunto, subastado como parte de los ‘Bienes de Corporaciones Civiles’ de Toledo (el número 28 del inventario): «Una casa sita en la ciudad de Toledo y su calle de Santo Tomé, perteneciente a instrucción pública inferior, y se denomina colegio de San Bernardino».

Es también a partir de este momento, los años sesenta del siglo XIX, cuando el antiguo Colegio se convertiría sucesivamente en teatro, salón de baile y espectáculo de varietés, funciones que en el pasado también acogieron otros espacios de Toledo que nada tienen que ver con las artes escénicas en la actualidad, desde la Casa de Mesa (sede de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas) hasta el Palacio de Fuensalida (Presidencia de Castilla-La Mancha). El 6 de octubre de 1867, según transmitió el periódico El Tajo, la compañía teatral de José Repullés estrenaba en San Bernardino la comedia Oros, copas, espadas y bastos, así como la pieza dramática La fe perdida.

También la denominación del nuevo espacio iría cambiando. La antigua función y el nombre de la plazuela que le daba acceso (posteriormente absorbida por la propia calle de Santo Tomé) se recordaban aún como «Teatro de San Bernardino» en la prensa de la época, sucediéndose en poco tiempo nombres tan significativos como «Teatro Moreto» (con el que aparece recogido en el plano de la ciudad de Reinoso, de 1882) y «Salón de Garcilaso», título que tendrá tanto éxito como para sobrevivir indirectamente a lo largo de casi un siglo y medio, según veremos más adelante. Juan Moraleda y Esteban recogía ya en 1912, en las páginas de otra publicación local, Patria Chica, la existencia del «Salón Garcilaso» entre los «templos del arte escénico» con los que Toledo contaba entonces, junto con el actual Teatro de Rojas, el Salón Echegaray (calle de las Bulas, junto a la Casa de las Cadenas) y el Coliseo Moderno (posteriormente el Cine Moderno, en la plaza de San Agustín con la cuesta del Águila). Todos estos espacios fueron estudiados por el historiador Rafael del Cerro Malagón en Arquitecturas y espacios para el ocio en Toledo durante el siglo XIX (Ayuntamiento de Toledo, año 1990).

«La mayor actividad del Salón de Garcilaso como teatro -explica este investigador- debió de coincidir con la construcción del Rojas, que tuvo lugar aproximadamente entre 1867 y 1877». Las páginas de El Tajo así lo confirman, aunque también las dificultades a las que tenían que enfrentarse las compañías teatrales en aquel entonces. Los primeros momentos fueron los más difíciles. La sección ‘Revista Teatral’ de ese periódico informaba a mediados de noviembre de 1867, entre crónicas de un pésimo Don Juan Tenorio y melodramas de época, como El trovador (el célebre libreto romántico de Antonio García Gutiérrez), de la marcha a Madrid de Repullés y de su sustitución al frente de la empresa que gestionaba el espacio por un tal Segarra.

La situación no mejoró mucho con el cambio, augurando El Tajo «un porvenir poco satisfactorio para el teatro de San Bernardino» por mucho que se contratase para algunas funciones «al conocido primer actor D. Benito Pardiñas, a quien todos aplaudimos ha tres años en el antiguo coliseo de la plaza de las Verduras» (la actual plaza Mayor, donde se habían iniciado ya las obras para el Teatro de Rojas). La situación empeoró todavía más a finales de noviembre, cuando los espectadores que acudieron a la representación de La aldea de San Lorenzo (un melodrama del compositor Juan Molberg) no recibieron el típico programa de mano, sino una irónica esquela en la que podía leerse lo siguiente: «El teatro de San Bernardino ha muerto [en mayúsculas], a consecuencia de una pulmonía fulminante que al terminar la ejecución de El preceptor y su mujer [comedia de Luis Olona] recibió el domingo en el despacho de billetes». La breve información proseguía con el mismo tono de ironía -«Las sociedades dramáticas particulares, los casinos y los cafés presiden el duelo, el cual se despide hasta no se sabe cuándo»- para avanzar a continuación que una nueva compañía «quiere venir a comer con nosotros los turrones de Navidad. No le arrendamos la ganancia». Como alternativa, por cierto, se proponía «el lindo teatrito que en Santiago han formado los oficiales del Colegio de Infantería» (el antiguo Hospital de Santiago de los Caballeros, próximo al Alcázar).

En enero de 1868 la situación cambió y la antigua compañía teatral de La Esmeralda, rebautizada como Garcilaso, permitió la reapertura del espacio «después de haber sufrido algunas importantes mejoras». En aquel entonces, por cierto, otra compañía, la de Vicente Torres, pedía permiso al gobernador civil para celebrar el dos de febrero un baile de máscaras en el palacio de Fuensalida.

Tras la apertura del Teatro de Rojas, el Salón de Garcilaso continuó su andadura, aunque de forma un tanto imprecisa. En 1882 sería subastada, con publicidad en periódicos de tirada nacional como La Correspondencia de España, «una casa denominada colegio de San Bernardino, sita en la calle de Santo Tomé, número 6, compuesta de piso bajo, principal y segundo, espaciosas habitaciones en todos ellos y un gran salón destinado a teatro, en precio de 16.500 pesetas». La prensa de finales del siglo XIX da noticia de varias almonedas celebradas en el entorno.

«Sabemos que el salón permaneció abierto hasta comienzos del siglo XX», añade Del Cerro Malagón. «En él se celebraban bailes los fines de semana y bailes de máscaras en carnaval, así como espectáculos de varietés que convertían a este espacio en uno de los primeros lugares que hubo en Toledo para el cabaret». Se han conservado varias alusiones al tono popular, de carácter algo grueso e incluso blasfemo -según las páginas del periódico conservador El Castellano-, de algunos de sus espectáculos. Incluso llegó a acoger una efímera pista de patinaje en aquellos momentos, cuyo rápido fracaso alimentó en prensa comentarios sobre la escasa apertura de esta ciudad hacia las novedades importadas.

Conservamos varias fotografías antiguas (desgraciadamente, ninguna del interior del establecimiento) que recogen el acceso a la  plazuela de San Bernardino y el lateral del antiguo Colegio desde los primeros números de la calle de Santo Tomé. Algunas de estas imágenes son tan antiguas como la que tomó Charles Clifford en 1853. Quizás una de las más detalladas, tomada ya en la década de los años veinte, sea la de Otto Wünderlich, que muestra parte de una fachada lateral con un trampantojo que todavía se conserva. La reproducimos en estas páginas, por cortesía de Eduardo Sánchez Butragueño (Toledo Olvidado), junto con un pequeño detalle perteneciente a otra imagen más antigua. Fue realizada por Casiano Alguacil hacia 1880 junto a la Posada de la Hermandad, y en ella es posible apreciar un cartel con el anuncio de uno de estos bailes de máscaras en el Salón de Garcilaso.

Anteriormente manifestábamos que esta denominación, Garcilaso, perviviría casi hasta la actualidad. Así se recordaba en los años sesenta, momento en que fue inaugurada la discoteca del mismo nombre (con acceso por la calle de Rojas, en la parte lateral trasera de la manzana con respecto a la posición de la portada). A lo largo de diferentes remodelaciones, este nombre acompañó a esta zona del inmueble hasta 2012, momento en el que sus propietarios sustituyeron el nombre tradicional por el de Sala Los Clásicos. Con respecto a la zona más próxima al antiguo acceso, sería convertida en restaurante en la primera mitad del siglo XX, función que todavía mantiene después de tres generaciones dedicadas a la hostelería. Este conjunto fue reformado hace un par de años sin que se haya hecho público desde entonces el necesario informe arqueológico, cuyas conclusiones serían muy valiosas para conocer la evolución de este espacio de Toledo que llegó a albergar una valiosísima obra del Greco durante casi dos siglos y medio.