El Requiem de Mozart y los falsos mitos

José María Domínguez
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Ni murió envenenado ni fue enterrado en una tumba común. Los musicólogos han reconstruido históricamente las causas de su muerte y las prácticas funerarias de su época. Ivor Bolton interpretará su Requiem el próximo sábado

La interpretación del Requiem de Mozart que tendrá lugar el próximo día 20 en la catedral es una buena ocasión para revisar algunos mitos asociados tradicionalmente con esta última obra del compositor. Son creencias casi universalmente aceptadas que Mozart murió envenenado, solo y pobre, y que fue enterrado en una fosa común. Sin embargo, está demostrado que estas ideas carecen de rigor histórico. El trabajo de los musicólogos con los documentos de la época nos permite tener hoy una imagen más ecuánime de los momentos finales del compositor, coherente con el contexto histórico en que vivió.  El libro más importante, en este sentido, es la monografía de Volkmar Braunbehrens titulada Mozart en Viena, 1781-1791, publicada en alemán en 1986. El autor desmonta con pericia las falsas ideas asociadas con el compositor,  especialmente difundidas en la imaginación colectiva desde el estreno en 1984 de la película de Miloš Forman Amadeus, adaptación de la obra teatral del británico Peter Schaffer. Para algunos se trata de una obra maestra en la que se hace buen uso de una facultad necesaria incluso para escribir la historia: la imaginación. Para otros, sin embargo, el daño que ha causado a la percepción popular de Mozart es irreparable. Quizá la parte del film que menos se aleja de la realidad es la del encargo del Requiem. Hoy sabemos que se debió al estrambótico conde Walsegg, que pretendía hacer pasar la obra como creación suya. De ahí que el encargo se realizara a través de un desconocido para la familia Mozart. La capa y el aire de misterio del mensajero son las únicas adiciones legendarias a este hecho histórico.

Las causas de la muerte. Desde luego, el mensajero no fue Antonio Salieri, como sugiere Amadeus. Su identidad tampoco es un gran misterio. Las investigaciones sobre el entorno de Walsegg señalan con bastante probabilidad a un empleado de su abogado en Viena. Salieri, por otra parte, ha tenido que cargar con la acusación de haber envenenado a Mozart, rumor que él mismo se encargó de desmentir en vida, según un testimonio de su alumno Ignaz Moscheles. Otros personajes han sido también señalados como posibles envenenadores: el marido celoso de una alumna de piano o la masonería indignada. No obstante, esta teoría es indefendible; sobre todo, dice Braunbehrens refiriéndose a la enfermedad final, «porque no hay pruebas de las manifestaciones físicas que inevitablemente aparecen en caso de envenenamiento». Al contrario, los síntomas descritos en las fuentes históricas apuntan a un ataque de fiebre reumática cuyas complicaciones coronarias fueron agravadas por las sangrías aplicadas como cura, de acuerdo con la práctica facultativa de la época.

El entierro. No es cierto que Mozart muriese olvidado, pobre y en soledad. Su catálogo es un indicio de la fama que alcanzó en vida y particularmente durante su último año. Basta con pensar en el éxito que obtuvo su ópera La flauta mágica o los encargos que le llegaron por entonces: una ópera para la coronación de Leopoldo II en Praga (Clemenza di Tito) o el concierto para clarinete K. 622, entre otros. Su muerte, además, fue anunciada en numerosos periódicos en Austria y otros países, como el Wiener Zeitung, que señalaba el día de su entierro que «desde niño ha sido conocido en toda Europa por su excepcionalísimo talento musical». Para Braunbehrens esta no puede ser de ninguna manera una indicación de que fue un «hombre olvidado» al final de su vida. El mito de la pobreza probablemente procede del gusto romántico por imaginar a un ser en la miseria creando las maravillosas melodías de las obras apenas mencionadas.

Pero la creencia más controvertida es la del entierro en una fosa común. Aceptarla demuestra un profundo desconocimiento de las prácticas mortuorias en la Viena de la época. El emperador José II había impuesto en 1784 una rígida normativa en materia funeraria con dos objetivos. El primero era de tipo económico, pues pretendía disminuir los elevados costes de los funerales. Se calcula que, de no haber existido esta regulación, la viuda de Mozart tendría que haber invertido en el entierro la mitad del salario anual del compositor. Por otra parte, está demostrado que éste recibió un homenaje digno de acuerdo con la costumbre de la época, con la asistencia de sus familiares y amigos en el que probablemente se interpretaron algunos fragmentos del Requiem. Días más tarde, un servicio fúnebre en Praga en su memoria reunió alrededor de 4.000 personas. El segundo objetivo de la reforma, vinculado con la mentalidad ilustrada del emperador, era garantizar la higiene urbana, trasladando para ello los cementerios al exterior de la ciudad y obligando a una serie de medidas para acelerar la descomposición de los cadáveres. Entre ellas estaba el uso de tumbas comunes para seis cuerpos que eran enterrados en el orden de llegada. Las sepulturas una vez completas se solían vaciar para ser reutilizadas cada siete u ocho años, ahorrando así espacio. Este es el problema que ha impedido localizar los restos de Mozart, aunque el área aproximada donde fue depositado su cuerpo sí está identificada. Las limitaciones al lujo de 1784, la obligación de conducir los cadáveres a los cementerio de noche y la ubicación lejana de éstos influyeron en que no fuera costumbre acompañar a los difuntos hasta la tumba después de la ceremonia religiosa. De ahí la idea de la soledad final. Mozart, sin embargo, fue enterrado en las mismas circunstancias que el resto de la población burguesa de su época, que eran las habituales por mucho que puedan resultar chocantes en la actualidad.

José María Domínguez (Toledo, 1981) es profesor en el Máster de Musicología de la Universidad de La Rioja