Retrato de un hombre normal

C. S. Jara
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Gonzalo Lago gozaba de un gran afecto ciudadano, que tuvo oportunidad de sentir en repetidas ocasiones

Gonzalo Lago con el bastón de mando en el salón de plenos, el 11 de junio de 2011, tras tomar posesión como alcalde de Talavera. - Foto: Manu Reino

Nunca se amoldó al perfil de político al uso. La noche que hizo historia al conquistar la primera mayoría absoluta que el Partido Popular ha conseguido en la ciudad de Talavera, Gonzalo Lago estaba tan feliz como abrumado. Había alcanzado la meta que con toda llaneza expresó el día que se presentó públicamente como candidato popular a la Alcaldía: «Me llamo Gonzalo Lago y quiero ser alcalde de Talavera».

Ya por la mañana saludaba con normalidad a quienes se le acercaban por la calle, intentaba en vano contestar las innumerables llamadas de felicitación y atendía solícito a los medios de comunicación. «Estoy muy contento, estoy muy satisfecho, y, perdónenme la vanidad, pero me lo merezco», declaró aquel día a este diario, con tanta normalidad como convicción. A un político al uso se le puede definir en sus actos, a Gonzalo Lago, algunas de sus frases le retrataban con una fidelidad literal, propia de quien sabe expresarse con enorme sinceridad. Si la capacidad para la empatía y las relaciones de calle han ayudado a otros alcaldes a llegar y mantenerse en el sillón, a Lago le bastó ser él mismo para derribar en torno suyo cualquier barrera susceptible de alejarle de la gente. Lo dejó claro en su discurso de investidura que cerró con un ofrecimiento de cercanía: «Gracias a Talavera, gracias a los talaveranos, a todos los talaveranos, y gracias a todos ustedes por estar hoy aquí. Aquí tienen mi mano tendida, a su alcalde, para lo que ustedes necesiten. Gracias, muchísimas gracias de corazón».

En esa vocación de cercanía le gustó tener el despacho abierto para aquellos que le reclamaban y llegó a convertirlo en una ventanilla más de la Oficina de Atención al Ciudadano, cuya apertura fue la primera decisión que tomó cuando llegó a la Plaza del Pan. Poco amigo del coche oficial, era habitual encontrarle por la calle y que  hiciera a pie el trayecto que separa su domicilio familiar en la Corredera del Cristo de la casa consistorial. En su proyección pública esa normalidad constituía probablemente su mayor intangible y le granjeó la simpatía de los talaveranos que igual le saludaban por la calle que le pedían fotografiarse con él cuando se le encontraban un mediodía de ferias.  

La mayor prueba de la simpatía y afecto que levantaba en torno suyo la obtuvo el día de San Isidro de 2013. El día anterior el corazón le había dado un aviso, una angina de pecho a la que respondió con la misma normalidad con que afrontaba todas las demás circunstancias; tanta, que un día después de entrar en el hospital por urgencias, se hacía al completo el recorrido del desfile del patrón de Talavera, mientras aseguraba encontrarse en plena forma. Las muestras de quie nes se interesaban por su salud o le manifestaban su apoyo fueron aquella mañana continuas. «No podía imaginar que fuera tan inmenso el cariño que me han mostrado en el cortejo», declaraba.

A menudo las cosas parecían cogerle, en efecto, por sorpresa. Como la cruel enfermedad que le ha segado la vida. Apenas dos meses antes de que se le diagnosticara el tumor resumía en una frase la que se puede considerar como su filosofía de la vida. «Tuve un susto, efectivamente», decía sobre la angina de pecho que había sufrido pocos meses atrás, «pero yo vivo sin miedo, y quiero vivir sin miedo toda mi vida y quiero vivir al cien por cien».  Ha vivido como él mismo quiso, incluso en la enfermedad; ha seguido siendo como era: un hombre normal.