Una carta, un amor y dos identidades perdidas en la historia

J. Monroy/Toledo
-

>Una reforma de la vivienda sacó a la luz una carta que se econdió para siempre. A pesar de las investigaciones, no se conoce dato alguno de la destinataria y del autor de la misiva de amor.

Una carta, un amor y dos identidades perdidas en la historia

«¡Mari Blanca, Mari Blanca, ya está aquí el tesoro, ya está aquí el tesoro!», vociferó Antonio, el albañil de la obra. «Menudo tesoro, estoy hasta las narices, ¿qué quieres ahora?», respondió alarmada Marina Riaño, la dueña de la casa. Porque entre escombros, gastos de albañiles y tierra y un presupuesto que se desbordaba, aquella reforma se había convertido en un auténtico infierno. Antonio murió hace un año, y Marina lo recuerda como «una persona extraordinaria, aparentemente bruto, pero de una delicadeza y de un saber de dónde daba el golpe de maravilla». Prueba de ello fue el tacto al detectar «el tesoro».

En una de las grietas que hace la madera al secarse, en plena viga, apareció la carta que casi tres siglos antes había escondido María de Sierra. La carta de su amor imposible, Alfonso de Bargas. María de Sierra había doblado, enrollado y atado con un hilo de costura la carta. Y con la ayuda de un tallo de espiga de centeno o de trigo la había escondido, en teoría para siempre, en lo más profundo de la herida de la viga.

 La culpa de todo la tienen las dos hijas de la familia, Marta y María. Sus padres las querían meter en una misma habitación alargada. Pero ellas, rozando la adolescencia, no querían otra cosa que un cuarto para sí solas. Así se amplió la reforma, se dividió la habitación y el cuarto de baño. El problema es que las dos necesitaban una entrada. Así que más allá del hueco original, hubo que hacer otro en un muro interior de piedra de cuarenta centímetros de grosor. Y trabajando allí, descubriendo la testa de una viga de castaño gallego que sujetaba el techo Antonio se encontró con «el tesoro».

 ¡Castaño gallego! Otra casualidad, porque Marina es hija de gallegos, y ha comido castañas toda la vida en el huerto de su abuela. Por lo tanto, tener una casa con un esqueleto de castaño gallego es, cuanto menos, poético. En cuanto que Marina tocó el hilo de la carta, se desvaneció. Allí había una epístola doblada y enrollada. Posiblemente, su dueña pensó que el escondite duraría para siempre, en lo más profundo de la herida de la viga, al fondo de una fisura de la pared. Marina comprobó que los siglos no pasaron en balde por el escrito. Así que lo primero que hizo al encontrar la carta fue meterla entre dos cristales, para evitar que se destruyera.

 Desde entonces, apenas se ha sacado unas veces de su guarda. Hoy la carta está perfectamente preservada y en un lugar oscuro, como la dejó su autora, para evitar que siquiera los rayos de sol la dañen.

Amantes secretos. Cuando su familia encontró «el tesoro», en 1987, María de Tena, la hermana pequeña, estudiaba ya en el instituto. Comprobar que todavía podían aparecer pergaminos antiguos, y que en todos los tiempos se habían escrito cartas de amor alimentó su bien nutrida imaginación. Recuerda que aquel año se organizaba el ‘Congreso joven de historia’, y un grupo de cuatro alumnos, tutelados por el profesor de historia, investigó la carta y ganó el premio regional.

Los adolescentes investigaron en el Ayuntamiento, el Archivo Histórico, archivos parroquiales y libro de milicias. Durante las vacaciones del instituto María trató de investigar en el Archivo Municipal la identidad de los dos amantes. Emocionada por la historia, la joven se pasó un verano muchas horas en compañía de la archivera, Esperanza Pedraza, consultando hileras de manuscritos en busca de don Alfonso. Pero se le acabaron las vacaciones, llegó el curso, y no pudo concluir la investigación.

 Se da la circunstancia de que hasta bien entrado el siglo XIX, no se censaba a las mujeres en Toledo. ¿Dónde se puede buscar entonces información de doña María de Sierra? Marina Riaño entiende que habrá que ir por vía parroquial. Y advierte que no será en Santo Tomé, porque por la situación de las aceras, esta casa pertenecía a la parroquia de San Cipriano.

 Pero tras estos años, Marina Riaño vano quiere investigar más. «Os dejo a vosotros, los jóvenes -comenta-, que lo estudiéis y lo miréis».