Un modelo para la recuperación del patrimonio musical

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inauguración. La Orquesta Barroca de Sevilla inauguraba en la tarde de ayer en la Catedral la tercera edición del festival de Música 'El Greco' bajo la dirección de Enrico Onofri

José María Domínguez* | TOLEDO

redacciontoledo@diariolatribuna.com

La Orquesta Barroca de Sevilla representa un modelo de gestión artística y recuperación integral del patrimonio musical exitoso y fácilmente imitable. El Premio Nacional de Música, que recibió en 2011, avala un proyecto de consolidada trayectoria con dos señas de identidad: la excelencia artística y la especialización en el repertorio de los siglos XVII y XVIII. Guiada por su director artístico Pedro Gandía, la Orquesta colabora con solistas españoles sobresalientes, como Raquel Andueza o María Espada, combinados con referentes internacionales, como el maestro italiano Enrico Onofri, que volvió a Toledo (en 2009 estuvo aquí con Sphera Antiqua) para dirigir el concierto de ayer. Complementariamente, el repertorio de los sevillanos se ha consolidado a través del proyecto Atalaya, fuente de varios programas sobresalientes de la agrupación. A través de la colaboración institucional e interuniversitaria, Atalaya pretende rescatar, poner en valor y difundir el patrimonio musical. Lleva funcionando varios años en Andalucía, una comunidad autónoma con un volumen de fuentes comparable al de Castilla-La Mancha. Implica la catalogación, reproducción, selección y edición crítica de partituras. La Orquesta interviene en la fase final de programación, grabación y difusión en conciertos y actividades didácticas, repetidos en diversas sedes.

Tras la cancelación por motivos de salud de la soprano Raquel Andueza, la Orquesta reajustó su programa para inaugurar la tercera edición del Festival ‘El Greco en Toledo’, que va asentándose gracias al buen hacer de su director artístico, Juan José Montero y el apoyo de la Fundación Toledo. El concierto, titulado «Fiesta y tragedia en la música instrumental del siglo XVIII» se basó en una inteligente selección de obras especialmente coherentes en la primera parte. Esta se centró en torno a un problema fundamental en la Historia de la Música: ¿cómo dotar de sentido a una estructura musical carente de texto cantado? Dicho de otro modo: desde el origen del canto gregoriano, los compositores basaron sus obras en textos cantados (litúrgicos o teatrales) que garantizaban la solidez formal de obras extensas. Sin embargo, cuando a partir del siglo XVIIse busca prescindir de la palabra, es necesario desarrollar una serie de estrategias orquestales, armónicas y temáticas para que la música tenga coherencia. El primer compositor que resolvió exitosamente ese problema fue Arcangelo Corelli, cuyo Concerto grosso op. 6, no. 1 (publicado en 1714) fue el eje de la primera parte del programa. En torno a él, una sinfonía instrumental de Antonio Vivaldi y, como colofón, otro Concerto grosso de Francesco Geminiani, homenaje a su maestro Corelli.

La segunda parte, sobre el argumento contrastante de la tragedia frente a la sonoridad festiva inicial, estuvo dedicada a recuperaciones de música del siglo XVIII: una obertura de Vicente Basset, un poco pobre en el contexto de tan geniales compositores, y una Sinfonía de Haydn en versión hispanizada por Domingo Arquimbau para la catedral de Sevilla:un arreglo sorprendente por el énfasis en el juego de sonoridades y efectos propios del siglo XVIII en España y al que la Barroca hispalense sacó todo su partido.

La amplia paleta de matices  lució ya desde Vivaldi, con un sonido nítido y cristalino en los pianísimos que volvió a destacar en el Adagio de la sinfonía de Haydn. En los fuertes, sin embargo, habría ayudado una mayor robustez de los graves, poco favorecidos por la acústica. A pesar de este detalle menor, el conjunto demostró su profesionalidad y su capacidad de adaptación a cualquier espacio, con un buen trabajo de las articulaciones, sobresaliente en los finales y en los tutti.

Dos notas caracterizaron las versiones de Corelli, Geminiani y  Haydn. Por una parte el virtuosismo extraordinario de Onofri, haciendo honor a su apodo «el mago del violín» y arropado por los otros solistas del concertino:un hábil Leo Rossi al violín segundo y una no menos extraordinaria Mercedes Ruiz al violonchelo. En segundo lugar destacó el sentido dramático, la acción que el maestro italiano imprimió a cada obra al conjugar, con una economía gestual eficaz, su papel como solista con la dirección del conjunto. Esto le ayudó a subrayar los contrastes  y enfatizar las vertiginosas secuencias y crescendi característicos del estilo corelliano.

Es muy probable que los toledanos del siglo XVII fueran de los primeros españoles que escucharon las novedades orquestales de Corelli. En 1679, una viajera francesa escribió tras su estancia en el palacio arzobispal que el cardenal Portocarrero «había traído músicos de Roma a los que daba buenas pensiones». El prelado sin duda había conocido la revolución musical impulsada por Corelli durante su estancia en la Ciudad Eterna. Los músicos que trajo debían de ser los tres o cuatro imprescindibles para tocar la música del genial compositor. Es suficiente para iniciar el proyecto de una Orquesta Barroca de Toledo.

*José María Domínguez (Toledo, 1981) es Director de Estudios del Máster en Musicología de la Universidad de La Rioja