Los deportes de El Greco

J.M.L./S.M./Toledo
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>Pasatiempos para todos. Los juegos de cañas, los toros, el ajedrez, el juego de la palma, la esgrima, la cabalgada y la caza en todas sus variantes fueron algunos de los entretenimientos que practicaron los españoles de los siglos XVI y XVII.

Los deportes de El Greco

Deportes en los siglos XVI y XVII. Haberlos, los había, aunque los términos más precisos para referirse a estas actividades lúdicas y recreativas serían los de juegos y entretenimientos. Y entre todos ellos había uno considerado como el rey, el llamado juego de cañas.

Juego de cañas

Este entretenimiento consistía en la recreación de una pelea de hombres a caballo armados con unas lanzas a las que se llamaban cañas. Estos espectáculos forjados en siglos anteriores no sólo no desaparecieron en tiempos de El Greco, sino que cobraron un auge aún  más extraordinario, a pesar de que su práctica se limitó a la nobleza. Tal vez, el aspecto más llamativo de estos torneos radicó en su traslado del campo a los núcleos urbanos, dando lugar a juegos específicos como la sortija o la quintana. Este fenómeno se extendió a otras disciplinas ecuestres.

En los juegos de cañas, la contienda empezaba con el desfile de una cuadrilla por la plaza, mientras que otras esperaban su momento para atacar, galopando a lomos de sus caballos y lanzando sus cañas contra el adversario, al que también se podía capturar. A veces el torneo crecía en violencia, derivando en peleas en las que no resultaba extraño que se sustituyeran las lanzas por venablos o espadas.

Cabalgada

Si el juego de cañas era uno de los grandes entretenimientos de la época, no se quedaba atrás la cabalgada en todas sus variantes. Entre ellas, además de las carreras a caballo, para las que las ciudades contaban con zonas habilitadas, destacaron la máscara, la encamisada o el estafermo, variedad esta última de las más llamativas.

Recibía el nombre de estafermo del muñeco que representaba a un hombre armado, contra el que el jinete intentaba impactar con su lanza en el escudo que tenía en uno de sus extremos. Después, el mecanismo giraba y el caballero debía esquivar el golpe que le ‘asestaba’ el saco de arena.

Ajedrez

Con todo, si hay un juego que dio un paso de gigante en su conversión de pasatiempo a deporte éste fue el ajedrez. En especial, en tiempos de El Greco, se dio un hecho significativo al considerarse a un español, el pacense Ruy López, como el campeón del mundo con carácter oficioso.

Tal hazaña se produjo en 1560, cuando este humanista de Zafra viajó a Roma por motivos eclesiásticos y allí se batió con los mejores ajedrecistas de la época ante los 64 escaques. Después de imponerse a los maestros de esta disciplina en Italia, se le consideró como el primer campeón del mundo oficioso de este deporte por los europeos.

Ruy López también escribió su ‘Libro de la invención liberal y arte del juego del ajedrez, muy útil y provechoso para los que de nuevo quisieren aprender a jugarlo, como para los que ya lo saben jugar’. Asimismo, profundizó en sus estudios sobre la apertura española, que lleva su nombre, y su aportación resultó clave para avanzar en la concepción del juego.

Empezó a cobrar importancia el factor tiempo y que el oponente perdiese movimientos en jugadas sin un objeto claro. Proliferaron entonces los gambitos, trampa en italiano y vocablo con el que Ruy López definió la maniobra que consiste en perder material a cambio de lograr una posición favorable respecto a la del contrario sobre el tablero, lo que hoy se conoce como desarrollo de las piezas.

En 1575, Felipe II celebró en El Escorial un torneo al que junto a Ruy López asistieron otros grandes ajedrecistas como el español Alfonso Cerón, el siracusano Paolo Boi y el italiano Leonardo da Cutri, quien venció tomando el testigo del pacense en el cetro mundial.

Esgrima

Las espadas son uno de los elementos que a menudo aparecen representados en los cuadros de El Greco y en la época en la que vivió el pintor se produjo uno de los hechos que han marcado la historia del arte de la esgrima en España.

Para entender el cambio que se iba a producir, conviene trasladarse a aquella época y analizar el predominio que habían cobrado las por entonces novedosas armas de fuego. Así, el uso militar de las espadas se fue reduciendo en favor de fusiles y pistolas, ni qué decir tiene que también de cañones, más efectivos para eliminar al enemigo en el campo de batalla y cuyo protagonismo fue creciendo según aumentaba su fiabilidad.

Las armas blancas y en concreto las espadas, si bien seguían empleándose en el ámbito militar, fueron reduciendo su influencia a un ámbito de carácter más ‘deportivo’, algo a lo que fueron contribuyendo diferentes tratados que profundizaron en el estudio del arte de la esgrima. Y, por encima de todos, uno de ellos marcó una época, un estilo.

Se trata de la publicación en pleno siglo XVI de ‘La Verdadera Destreza’, obra de Jerónimo Sánchez de Carranza que vio la luz en 1582. Hasta su aparición, se concebía la esgrima como un estilo de lucha con espada, pero es a partir de este tratado cuando se entiende como un sistema general para todas las armas: espada y daga, espada y capa, espada y escudo, espada y broquel, espadón y hasta armas de asta como la pica y la alabarda.

Los preceptos fundamentales de esta Verdadera Destreza se basan en el renacimiento humanista y la incorporación del uso de la razón y la geometría a los movimientos y guardias que se ejecutan durante la práctica de la esgrima. Asimismo, este sistema de combate se hallaba muy integrado con el ideal moral que se debía cumplir.

De esta manera, en su obra, Jerónimo Sánchez de Carranza aplica las matemáticas y la geometría en las explicaciones de los distintos movimientos y posiciones. Alcanza de esta manera un alto grado de precisión y se autoproclama como un sistema de combate racional, universal y absoluto. Poco a poco, este estilo novedoso fue ganando adeptos, lo que provocó que en el extranjero se acabase idéntificando de forma exclusiva a la Verdadera Destreza con la escuela española de esgrima.

Sin embargo, antes de este tratado, conviene señalar que había otra forma de practicar esgrima en España antes de esta Verdadera Destreza y que, incluso, coexistió más de un siglo con el sistema de Sánchez de Carranza.

De modo despectivo, en textos de la época se refieren a ella como la Destreza Vulgar o Común, un sistema antagónico al mencionado y con sus propias tretas, tanto para un arma como para armas dobles. Así, posee movimientos como la estocada de puño, tretas de espada y daga, manotada, zambullida, botonazo, tajo ascendente o revés. El Greco vivió la coexistencia de ambas escuelas y quién sabe si practicó alguna.

Juegos de toros

No sería descabellado pensar que El Greco pasase alguna vez por la Plaza Mayor de Madrid para ver los llamados juegos de toros, una mezcla de los actos de diversión que aún se pueden ver hoy en España y las corridas de toros. Aunque en la época del pintor cretense comenzaron a aflorar los primeros toreros de a pie, a finales del siglo XVI y principios del XVII la fiesta de los toros vivió momentos de auge y esplendor mantenidos hasta finales de la centuria.

Si bien, como es conocido, será en el reinado de Felipe IV cuando el interés, la intensidad y la espectacularidad rodearon y envolvieron a la fiesta taurina, que se sirvió de la protección de la monarquía y que contó con la decidida participación del estamento nobiliario. De sus filas surgieron afamados caballeros rejoneadores que practicaron el juego con el toro como prolongación natural de sus ejercicios preparatorios para la guerra, y que, incluso, escribieron sobre ello dando reglas de toreo.

Las plazas de las localidades se acondicionaban para acoger el espectáculo y la más representativa fue, sin duda, la Mayor de Madrid.

Los toros comprados por el ayuntamiento se transportaban, primeramente, desde su lugar de origen hasta la Casa de Campo, en las cercanías del Palacio Real, y, finalmente, en la madrugada o en la mañana del día en el que iban a ser lidiados, se procedía a su conducción o encierro hacia el coso donde se celebraba el espectáculo.

Juego de la palma

Los juegos de pelota también encontraron su cuota de popularidad en tiempos de El Greco, en especial con la proliferación de espacios habilitados para su práctica y la sencillez de sus reglas. De todos ellos, los más extendidos eran los precedentes de lo que hoy se conoce como tenis pero, además de los que utilizaban una raqueta, sustituida en el el siglo XVI por una pala de madera, hubo uno en el que los jugadores se servían de su propia mano desnuda.

Es el conocido como juego de la palma, en el que una cuerda dividía en dos partes el terreno en el que ambos jugadores se pasaban de lado a lado la pelota por encima de ella sin tocarla. Este elemento, por cierto, en España difería respecto al que se empleaba en otras partes de Europa, puesto que era ligeramente más grande, relleno de lana y de color negro para contrastar con las paredes blancas, contras las que también se jugaba.

En este juego eran frecuentes las apuestas y la cuenta que se seguía coincidía con la de Francia -15, 30, 45 y juego-. Como anécdota, Felipe III, rey gobernante en los últimos años de vida de El Greco, contaba con un campo de pelota particular y estaba unido al Alcázar mediante un pasadizo cubierto.

Caza

Si hubo en los siglos XVI y XVII un pasatiempo predilecto para los reyes, príncipes y nobles ése fue el de la caza. La razón, bien simple: era el único estamento que disponía de los terrenos adecuados para poder disfrutar de esta actividad.

Fueron varias las disciplinas cinegéticas presentes en la época, aunque una de las más representativas fue la montería, generalmente centrada en la caza del jabalí. Con todo, también se perseguían otro tipo de presas como venados, gamos, corzos, cabras, lobos, gatos monteses, liebres, conejos o aves.

Como armas, los cazadores se decantaban por las de proyectiles, como el arcabuz o la ballesta, que da nombre a una disciplina distinta denominada ‘ballestería’, aunque también era común emplear lanzas y venablos. Como auxiliares, se utilizaban otros animales como sabuesos, lebreles, caballos o, inluso, hurones.

Otra variedad cinegética muy extendida fue la denominada como cetrería, arte que se mantiene vigente en el día de hoy. Para llevarla a cabo, resultaba necesario criar previamente varias especies de halcones o aves de presa, entre las que destacaron también pájaros como azores, gavilanes, cernícalos, alfaneques, tagarotes o jerifaltes.

Si variados eran estos auxiliares, no menos diversas eran las presas cazables que perseguían surcando aquellos cielos vaporosos pintados por El Greco. Buitres, cornejas, faisanes, grajos, grullas, palomas, perdices, tórtolas, garzas, lechuzas, codornices, avutardas y frailecillos caían entre las garras de estas aves de presa antes de acabar en los zurrones de los nobles cazadores.

Tampoco se puede pasar por alto entre la variada actividad cinegética la denominada chuchería. Consiste, ni más ni menos, que en la captura de diferentes aves usando para ello ardides engañosos. Sin duda, la caza con perdiz imitando el sonido del reclamo con la boca, presente todavía en la actualidad, era uno de los divertimentos o ‘deportes’ predominantes de la época.