Auto contra la indiferencia

C.M
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La pieza incluyó sin apenas fisuras «la joya perfecta» del Auto de los Reyes Magos, el romancero del prisionero y el del alcaide de Alhama, y dos fragmentos del Auto del Hospital de los Locos de José de Valdivieso y del Auto de La vida es sueño de

Auto contra la indiferencia - Foto: Yolanda Redondo

El trazo de una cruz sobre una negra pared inició un recorrido escénico que auguraba dolor y desconcierto en una Catedral que, como en tiempos remotos -quizá no tan lejanos- se tornó cobijo de los que llegan sin nada a un paraíso, que no lo es -o tal vez sí-, que no sabe muy bien como recibirlos. La compleja, arriesgada (y terriblemente real) propuesta pergeñada por José Carlos Plaza y por Pedro Víllora logró que los allí presentes se vistieran el drama de quienes se guían en la oscuridad y enmudecen de tristeza.  

Un campo de refugiados en la Primada, la culpa de familias que no atisban un futuro sin tierra, las decisiones políticas de países que cierran sus fronteras, de Uniones Europeas que miran hacia otro lado, de niñas a las que hay que salvar... Contextos, situaciones y sentimientos que se encararon de frente y que, desde la escena, se lanzaron con la maestría de un equipo que habló por ellos, por las miles de personas a las que se silencia, hacina y obvia.

Por ello es digno destacar un trabajo que ahonda en una realidad cercana que parece no afectar a los ciudadanos -del ahora Primer Mundo- y, sobre todo, en la que la sociedad no se implica mientras, apreció uno de los actores, «el mundo se destruye» y el caos toma asiento. Esta pieza hizo carne el sufrimiento, la pérdida, el desconsuelo de los que todo lo pierden, de los que ven morir a sus madres, hermanos e hijos, de los son expulsados de sus casas mientras la comunidad internacional prefiere no actuar.

Auto contra la indiferenciaAuto contra la indiferencia - Foto: Yolanda RedondoDe ahí que los espectadores tuvieran que hacer un ejercicio de empatía -no se podía cambiar de canal o apagar televisiones o radios- con el padre protector, con el hijo sin madre y sin voz - «no vale la pena decir nada»-, con la joven violada, con el lector musulmán ensoñado, con la médica desbordada, con el educador esperanzado. Porque en medio del dolor se recitó a los antiguos para celebrar, a modo de bálsamo, que estando vivo se vence a los que los han expulsado de su tierra, de sus vidas.

Y se escuchó la guerra al cielo y a la tierra del Hospital de Locos de  Valdivielso, y al alcaide de Alhama, y se escenificó el agua, la tierra, el fuego y el aire de esa vida que es sueño en una apuesta que integró la contemporaneidad sobre los orígenes de la literatura dramática.

No fue sencillo, pero apenas incomodó el tránsito de la desesperanza y la injusticia -que destrozan la inocencia- a los textos que invitan a alimentar la esperanza de alcanzar algo de respeto, de aliento o, al menos, de calor humano. Este anhelo, pronunciado por el director José Carlos Plaza, se percibió en las escenas que dentro de la escena clamaban contra la indiferencia de una opinión pública que se inhibe, que aparta los ojos ante la mujer embarazada que cada día intenta saltar la valla. Esa es la realidad de miles de migrantes, hombres, mujeres, pequeños y ancianos que nunca pensaron en que un día tendrían que abandonarlo todo para llegar a un paraíso que lo es porque «lo que dejamos es el infierno».

Y de ahí a un cierre emotivo con las palabras de un Auto, el de los Reyes Magos -un anónimo del siglo XII basado en el Evangelio según San Mateo que es considerado como la primera obra teatral castellana-, dotado de un argumento cándido pero que ya plantea los temas del poder, la ciencia, la magia y las diversas interpretaciones que se dan a las anomalías de la naturaleza. Un texto, en definitiva, que alude a la ilusión y mantiene que, sea cual sea la circunstancia, existe la esperanza de poder creer en un futuro mejor.

No en vano, ‘El Auto de los inocentes’ logra acercase a los refugiados con el deseo de ofrecerlos un atisbo de ilusión. Así fue.