Manolo Vanegas: alma de torero, corazón guerrero

Mario Gómez
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El matador de toros venezolano Manolo Vanegas se recupera en el Hospital de Parapléjicos de Toledo de un grave percance sufrido en el campo. Afirma que la fuerza de voluntad, el positivismo y el deseo de volver a torear le impulsan cada mañana

Manolo Vanegas se recupera en el hospital de Parapléjicos. - Foto: Joaquin Romera

Poner azúcar en un café. Rascarse un ojo. Beber un vaso de agua. Acciones cotidianas sin mayor valor a priori para muchos de nosotros. Nadie piensa en no despertarse a la mañana siguiente o en no volver nunca más a casa después de la jornada de trabajo. Nadie cree hacer algo por última vez.

A pesar de todo, el ser humano es positivo por naturaleza. Suma, siempre suma. Sumamos años, momentos, experiencias, títulos… Contamos la vida por metas superadas, por vivencias adquiridas. Por norma general, no descontamos. No pensamos en las velas que nos quedan por soplar, ni en un reloj de arena, el de la vida, que a la vez que suma, descuenta.

No queremos pensar que estamos en el descuento de un partido, del que no sabemos exactamente cuánto es el tiempo añadido. La vida.

Vamos, venimos, salimos, entramos; vorágine completa de una sociedad casi virtual en la que vivimos a través de una pantalla y en la que dejamos los detalles humanos «para otro día», con la suposición plena de que llegará, pero sin la certeza completa.

Todo ello es una lección. Una superación constante como la vida misma. Un día vas y vienes y al siguiente necesitas que te lleven y te traigan. Lo importante es que si caes: te levantes.

Por encima de todo, amor a la profesión, al toro y a la vida. Manolo Vanegas (Táchira, 1994), es de esos soñadores, que a sabiendas que solamente quien lucha por algo es capaz de lograrlo, cruzó la inmensidad del Atlántico para desde Salamanca conquistar su meta.

Recuerda desde pequeño ir al campo con su tío César Vanegas (matador de toros), el labrarse una carrera con esfuerzo. Ir creciendo. Valorar cada tarde. Cada temporada.

De ahí, a Francia; donde siempre supieron valorar su toreo y lo acogieron como uno de los suyos. Vauvert, Lunel, Beaucaire, Carcassonne, Arles, Riscle, Beaucaire, Hagetmau, Lunel, Boujan-Sur-Libron, Alès, Aire Sur L`Adour, Vergèze, Samadet...

Hoyo de la Gitana, Saltillo, Dolores Aguirre, Raso de Portillo, Valdellán, Cuillé, Miura, Yonnet, Margé, así fue el camino de este joven que con 16 años llegaba a España para llegar a ser matador de toros en la «cuna de la tauromaquia». Bolsillos vacíos y una maleta de sueños.

Comenzó a destacar en la profesión hasta llegar a liderar el escalafón de los novilleros con caballos en 2016. Fue ahí cuando Manolo tuvo la opción de recibir la alternativa en una feria de renombre, con un cartel de campanillas; pero brotó el agradecimiento hacia las plazas que cuando otras le volvieron la cara, dieron la oportunidad a Vanegas de vestirse de torero, esas, en las que el público, por pura meritocracia, demandaba su presencia feria tras feria.

Así recibió el abrazo de Curro Díaz y el testimonio de Juan Bautista en la Feria de Pentecostés de Vic-Fezensac. Así, culminaba la etapa de novillero y se convertía en matador, otro peldaño, otro paso en el camino.

Después de esa tarde aún tuvo tiempo Vanegas de hacer 2 paseíllos más, cómo no en Francia. Dependía de si mismo y logró su primer gran triunfo como matador al desorejar un toro del Cura de Valverde en Orthez, y sumar otro apéndice más ante victorinos en Mont de Marsan.

Caía sobre la temporada y el letargo del invierno. Hacia Manolo Vanegas el camino inverso al habitual. Hacía patria del continente americano. Ya como matador de toros, indultaba su primer animal, el día de reyes; después se presentaba en su Venezuela natal.

Con una bonita temporada por delante, Francia le esperaba, en España también tendría su oportunidad, una veintena de tardes truncadas por una fatal voltereta en el campo, «el toro es toro, y tiene peligro siempre» nos reconoce.

Despertó en la UVI del Hospital de Salamanca, y pronto le trasladaron a Toledo; el torero empuja al hombre cada mañana a esforzarse; a ir recuperando la movilidad en los miembros, a que llegue el día en que pueda definitivamente cambiar la muleta de caminar por la de torear; sí Manolo lo tiene claro, quiere volver a torear.

Son muchas las muestras de cariño, los periodistas que le entrevistan, los aficionados que le demandan para sus blogs; su fuerza y positivismo asombran a todos, desde los aficionados a los médicos. Reconoce que es «lo más duro que le ha podido pasar», pero se muestra convencido de que también va a ser lo más bonito, porque «le permite valorar las cosas más sencillas de la vida».

Acaba la segunda temporada de Manolo como matador de toros. En estas fechas previas a las navideñas no ha faltado la comida con la cuadrilla, «soy torero y mi cuadrilla es mi familia, fue muy bonito volvernos a reunir», confiesa. La otra familia, la de sangre, aguarda en Venezuela que llegue el momento de volver a abrazar a Manolo, «me despedí de ellos tras mis compromisos en América y me vine para acá, llegó el percance y no he querido que vengan; es doloroso, pero quiero que cuando me vuelvan a abrazar, poderles devolver yo el abrazo», confiesa emocionado, cada vez el día está más cerca.

El amor propio le ha llevado hasta aquí, y ahora, una vez abandonada la de ruedas, solo mira a la silla que aguarda con un vestido de luces y cubierta con un capote de paseo, quién sabe si ese con la M y la V, Manolo Vanegas, bordadas en hilo de oro, reservado a los toreros.