La exposición toledana de 1982

latribunadetoledo.es
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Una decena de obras del Greco fueron INSTALADAs EN EL HOSPITAL TAVERA Y LA IGLESIA DE SAN PEDRO MÁRTIR como complemento a la gran colección reunida ese año en el Museo del Prado

Adolfo de Mingo Lorente

Toledo

Durante los primeros días de abril de 1982 apenas quedaba espacio para nuevas polémicas en las portadas de los periódicos españoles. El Alcázar hervía con el juicio a los responsables del 23-F, los servicios internacionales recogían la invasión de las islas Malvinas y la práctica totalidad de los medios lamentaba los constantes atentados por parte de la banda terrorista ETA. Paradójicamente, fue en ese frenético contexto cuando los reyes de España y el presidente estadounidense Ronald Reagan inauguraron en el Museo del Prado de Madrid la exposición El Greco de Toledo, considerada la más importante dedicada al pintor hasta ese momento. Estaba formada por casi setenta obras de primera magnitud, muchas de las cuales procedían de museos norteamericanos, y acompañaba por un gran catálogo en el que participaron especialistas de la talla de Jonathan Brown, Richard L. Kagan, Alfonso Emilio Pérez Sánchez y William Jordan. El acontecimiento quedaba complementado con una segunda muestra que sería inaugurada en Toledo un día después, El Toledo del Greco, repartida entre la iglesia de San Pedro Mártir y el Hospital Tavera, dos espacios que acababan de ser rehabilitados exprofeso gracias a una inversión del Ministerio de Cultura de diez millones de pesetas.

La recuperación de estas dos sedes habría sido un buen titular de prensa para subrayar el acontecimiento, pero no fue el escogido por los medios toledanos, especialmente las delegaciones de YA y El Alcázar. Sus responsables tampoco se decantaron por señalar la gran importancia global que poseía la exposición madrileña, a cuya inauguración, por cierto, se negaron a asistir los representantes de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Un amplio sector de la población, espoleado por estos medios locales, empezó a formularse la siguiente pregunta: ¿Por qué merecía Madrid, antes que Toledo, albergar una gran exposición de estas características? En las dos próximas páginas intentaremos analizar las respuestas.

Ante todo, es necesario manifestar que El Toledo del Greco fue una magnífica exposición, organizada por un historiador del arte de la altura de Alfonso Emilio Pérez Sánchez (1935-2010), entonces catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid y pronto nuevo director del Museo del Prado. Estaba formada por más de trescientas piezas, de las cuales alrededor de una decena eran pinturas y esculturas del Greco. Entre ellas destacaban dos atribuciones que se presentaban en público por primera vez: Una Santa Faz del Convento de Capuchinas de Toledo y una representación de busto del Salvador procedente del Convento de las Descalzas Reales de Valladolid.

La afluencia de público registrada fue de alrededor de un millar de personas al día durante las semanas posteriores a la inauguración, que tuvo lugar el 2 de abril. La ceremonia, presidida por la entonces ministra de Cultura y en la actualidad defensora del Pueblo, Soledad Becerril, tampoco contó con ningún representante de la Real Academia toledana, una institución que en 1981 había hecho pública una moción en la que exigía taxativamente que la gran exposición fuera instalada por completo en su ciudad, sin concesiones a la capital.

El origen de este descontento -«Toledo debe estar triste», apuntaba al YA uno de los miembros de la corporación, que deseaba permanecer en el anonimato- tiene su explicación. Todo comenzó en la década de los setenta, cuando el director del Museo de Arte de Toledo de Ohio, Roger Mandle, planteó la celebración de una gran exposición. Enterado el Ayuntamiento (el momento no podía ser más simbólico, puesto que 1977 coincidía con el cuarto centenario del establecimiento del Greco en Toledo), se mantuvieron algunas conversaciones. Era ministro de Educación y Ciencia Íñigo Cavero Lataillade (1977-1979). Sin embargo, las gestiones para que la exposición con algunas de las obras más representativas del Greco se instalara en Toledo no prosperaron. Encallaron ante la demanda de los prestadores de instalar los cuadros en un espacio que reuniera las suficientes garantías de conservación y seguridad, algo que no encontraron en la ciudad y que molestó a un amplio sector de la cultura local. Voces como la del pintor Cecilio Mariano Guerrero Malagón (1909-1996), a la sazón miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, expresaron firmemente su descontento. «Aquí, en Toledo, puede verse el Toledo del Greco -se expresaba quien sería futuro director de esa organización, Félix del Valle-; pero, con la exposición, al contrario que la de Madrid, no puede verse al Greco, que fue, sobre todo, un toledano».

El ambiente, por lo tanto, estaba ya enrarecido cuando llegó el día de la inauguración. El director general de Bellas Artes, Archivos y Bibliotecas, Javier Tusell, convocó a los medios de comunicación a primera hora de la tarde en el Palacio de Fuensalida para dar a conocer las claves de la muestra, que poco después inauguraría la ministra. «Ambas exposiciones -la del Museo del Prado y la de Toledo- forman un todo», fueron sus palabras, recogidas con cierta sorna por parte de La Voz del Tajo. La lectura del comunicado se realizó en presencia del alcalde de Toledo, Juan Ignacio de Mesa (primer edil democrático de la ciudad), el comisario de la exposición, Alfonso Emilio Pérez Sánchez, y el arquitecto responsable de la restauración de las sedes y montaje de la exposición, Francisco Partearroyo. Tusell insistió en subrayar el necesario desdoblamiento de las dos exposiciones puesto que los prestadores norteamericanos no permitían el traslado de los Grecos a Toledo. Sus explicaciones, sin embargo, no convencieron a los periodistas. Juan José Peñalosa las calificaría poco después en la edición toledana de El Alcázar de «aderezo», premio de consolación «poco convincente para los toledanos».

La inauguración de El Toledo del Greco tuvo lugar en el Hospital de San Juan Bautista de Tavera a las 18,30 horas. En la sacristía de su iglesia se habían instalado siete pinturas y cinco esculturas, acompañadas de una explicación del contexto que el Greco encontró a su llegada a la ciudad. Soledad Becerril no fue la única ministra presente en la ceremonia. También acudió el titular de Administración Territorial, Rafael Arias Salgado, que era diputado por Toledo. El embajador de Estados Unidos en Madrid, Terence A. Todman, fue el encargado de representar al presidente Reagan, que el día anterior había asistido a la inauguración en el Prado. La lista de autoridades civiles presentes en el evento fue larga. Acudieron el presidente de Castilla-La Mancha, Gonzalo Payo, y el gobernador civil de Toledo, Fernando Montero y Casado de Amezua, además del alcalde de la ciudad. Asistió asimismo el arzobispo de Toledo, cardenal González Martín. Dieron testimonio del acto informadores como un jovencísimo Félix Madero.

Tras unas declaraciones de la ministra sobre la identidad cultural, pronunciadas en plena configuración del Estado autonómico, los asistentes se desplazaron a San Pedro Mártir. Durante las obras de rehabilitación realizadas en este espacio había aparecido un fresco del siglo XVI que el pintor y académico Tomás Peces se apresuró a atribuir al Greco, algo que fue totalmente desmentido por el comisario de la exposición.

Alfonso Emilio Pérez Sánchez agradeció encarecidamente su colaboración a la Catedral y al resto de instituciones prestadoras. Manuel Martínez, desde las páginas de El País, destacó que quedaban fuera de estos agradecimientos los propietarios de la capilla de San José, el patronato entonces presidido por la condesa viuda de Guendulain, «que no han querido acceder a las peticiones de los organizadores de ambas exposiciones en Madrid y en Toledo para mostrar el cuadro del Greco que aún conservan, según todos los indicios, en su casa de Madrid».

Una vez inaugurada la exposición, Soledad Becerril presidió la apertura del simposio, que tuvo lugar en el Palacio de Fuensalida hasta el 4 de abril y en donde participaron especialistas en pintura renacentista y barroca, como la historiadora del arte Isabel Mateo Gómez, ya muy vinculada entonces a la investigación toledana.

Pese al aparente éxito, la opinión de los medios locales, espoleados tanto por la Real Academia como por la oposición socialista, no pudo ser más fría. «Decepción» (La Voz del Tajo), «lástima» (El Alcázar) y «ciudad en la que no se respira ambiente de gran exposición» (YA) fueron algunos de los titulares publicados. El Alcázar, a través de las columnas de opinión de Juan José Peñalosa (‘Mirador’) e incluso por medio de encuestas realizadas a los ciudadanos -‘La exposición del Greco debería estar ubicada solo en esta ciudad’, como conclusión-, fue el más combativo. La Agrupación Local del Partido Socialista emitió un comunicado en el que consideraba la exposición toledana «solo la frustración de un deseo» y en el que se criticaba desde la distancia entre las sedes del Hospital Tavera y San Pedro Mártir hasta la insuficiente señalización, pasando por la escasa promoción local y la ausencia de actividades culturales municipales (ellos proponían recitales poéticos, obras de teatro del Siglo de Oro y proyección de películas de corte histórico). La cifra de visitantes que acudían a contemplar El Toledo del Greco era uno de los principales caballos de batalla de los detractores: YA recogió el 14 de abril, dos semanas después de su apertura, que «en un día visitaron más personas el Prado que en diez la exposición de Toledo», alrededor de 11.000 (únicamente el sábado 6 de abril) frente a los 10.918 de la ciudad castellanomanchega. El diario, sin embargo, se vio obligado a señalar que las reservas hoteleras habían crecido notablemente.

El alcalde de Toledo -quien había reconocido lamentar que los Grecos procedentes de Estados Unidos no fueran expuestos en la ciudad y que sin embargo fue el principal valedor de la muestra instalada en el Hospital Tavera y San Pedro Mártir-, atacado desde los diarios, insistió en que El Toledo del Greco no era «un premio de consolación, sino un buen premio de la lotería, teniendo en cuenta las ventajas de rehabilitación, recuperación e incorporación al patrimonio de la ciudad de dos edificios y de obras de grandes pintores y artistas» (El Alcázar, 21 de abril).

En aquellos momentos, apenas se insistió en este punto: la importante recuperación de espacios y de pinturas. Obras como La Trinidad de Santo Domingo el Antiguo (Museo del Prado) fueron restauradas, así como La Sagrada Familia del antiguo Hospital de Santa Ana, conservada en el Museo de Santa Cruz y en la que acababa de aparecer un supuesto autorretrato del Greco en el rostro de San José. La iglesia del Hospital Tavera, cuyo sepulcro aún padecía los estragos ocasionados durante la Guerra Civil, fue otro de los espacios toledanos más beneficiados.

Han pasado más de treinta años desde entonces. Poco tienen en común a excepción del juego de palabras El Toledo del Greco con El Griego de Toledo, la exposición que la semana pasada abrió sus puertas en el Museo de Santa Cruz y en donde por fin es posible contemplar en la ciudad algunos de esos «Grecos americanos» que tan demandados eran en 1982, como la Vista de Toledo bajo la tormenta (Metropolitan de Nueva York), el San Martín del Oratorio de San José (National Gallery de Washington) y La Visitación de la iglesia de San Vicente (Colección Dumbarton Oaks, Washington).

¿Qué ha cambiado desde entonces? Habrá quienes opinen que las personas que criticaron aquella exposición y que ahora aplauden esta, y al revés, siguen siendo las mismas. Entre los preparativos para una y la celebración de la otra han transcurrido casi exactamente los mismos años que el Greco permaneció instalado en la ciudad. Tiempo más que suficiente para evolucionar y encontrar nuevos conflictos desde aquel agitado mes de abril en el que los Grecos cabalgaron sobre las Malvinas, el proceso al 23-F y los dolorosos atentados de la ETA.