Humor ante la vida que se marchita

I.P.Nova / Toledo
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La Zaranda representa El Grito en el Cielo una obra no apta para corazones sensibles en la que el público ser ríe de la muerte

 
irene.perez@diariolatribuna.com
 
Reírse de la muerte. Parece una expresión trillada o incluso que ha perdido su valor, pero todo aquél que ayer disfrutó en el Teatro de Rojas de La Zacaranda, con su espectáculo ‘El Grito en el Cielo’, sabe de lo que se habla. Resulta casi poético que hablar de la agonía del ser humano ante espera de su muerte sea un argumento sobre el que solventar una carcajada, pero así fue. Como las cenizas de un cadáver que abonan el campo fértil, el Teatro de Rojas vislumbró ayer la excepcionalidad de una compañía teatral cuando hablaba de algo tan decrépito y marchito como la muerte.
Dicen de Zacaranda que son los fundadores del ‘neoesperpento’, herederos de Valle-Inclán, y ellos dicen que no es para tanto. Pero verdaderamente ayer descubrieron cómo es posible reírse del fallecimiento. Argumentaron cómo las mentes marchitas de cuatro abuelos, condenados a su desaparición en un geriátrico, pueden recrear la genialidad del humor. Eso sí, una risa no apta para corazones sensibles, ni para quién acabe de tomar la decisión de internar a un familiar en un geriátrico porque, tal vez, la cercanía de los hechos conviertan la risa en recuerdos. 
Pastillas, gimnasia adaptada y cama. Así resumen estos genios del humor la vida en un geriátrico. Un grito al cielo, o tal vez a la tierra, en el que la ilusión de quien quiere seguir viviendo se encuentra de bruces con la inminente muerte de la que nadie quiere escapar pues, ya lo dicen ellos, «no conozco nadie que salga bien de una enfermedad mortal». 
En lo que respecta a la escenografía, son sólo cuatro las jaulas que usa la compañía sobre las tablas. Desde habitaciones de los internos hasta los pasadizos por los que escapan. Y es que, estos iluminados (y a su vez dementes) actores sólo quieren salir de la cárcel que llevan por vida. Aporta por ello lucidez no sólo el texto y las interpretaciones también el propio juego escénico. La iluminación es un continuo juego de contraluces que dibujan el asilo como un lugar oscuro en el que nunca brilla el sol y los tiempos se organizan por actividades mal coordinadas.
No ha sido el director Paco de la Zaranda el primero en denunciar la enfermedad que tiene toda aquella sociedad que abandona a quienes ya no le sirven; pero sí ha sido único en usar un lenguaje escénico tan especial e innovador que consiga que un completo Teatro de Rojas se ponga en pie tras acabar esta representación de la incineración social. 
Francisco Sánchez, Gaspar Campuzano, Enrique Bustos, Celia Bermejo  e Iosune Onraita demostraron anoche que la reflexión llega con la carcajada y que, como comenzaron recitando al principio del espectáculo, «estamos en la vanguardia, somos referente».