Lucidez abstracta

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Javier Sánchez exhibe, en 'Ar+51', un conjunto de obras que conjugan a la perfección las virtudes de lo cromático, lo expresivo, lo abstracto y lo geométrico.

En ocasiones, pocas veces, la obra acaba viajando con el que la contempla. No siempre, pero ocurre, el proceso de asimilación se completa en el recuerdo placentero de lo recibido en un primer momento. Esta evolución subjetiva requiere, en la mayoría de los casos, de un ‘flechazo’ inicial lanzado con acierto por parte de alguien que exhibe no para regocijo propio, más bien para deleite del que recibe. Pues bien, Javier Sánchez hace lo propio en un conjunto de piezas -‘La emoción abstracta’- que, estos días y hasta el 4 de marzo, se muestran en la galería de arte ‘Ar+51’.

El paisaje y la arquitectura conforman los pilares de una exposición que ahonda en la representación expresiva de horizontes abiertos y canales urbanos en los que los planos gestan nuevas realidades, dividen entornos y, lo mejor, generan múltiples visiones afortunadamente divergentes. Las mismas que surgen en las miradas curiosas, en las retinas que se niegan a ver lo unitario, que huyen de eso que llaman global.

Esta búsqueda encuentra acomodo en composiciones que conjugan a la perfección las posibilidades del color, de la geometría y, sobre todo, del magnífico tratamiento de los espacios. De los vacíos y de los colmados, de los surgidos y de los creados. Porque Javier Sánchez se convierte en esa suerte de demiurgo hacedor de perspectivas reinventadas, extraídas (con atiento y estética) del estado real objetivo, de ese al que se está tan habituado que ha dejado de ser importante. Y lo propicia con una forma de emprender dinámica y atenta a la versatilidad de un lenguaje que, en él, evoluciona libremente con cada impronta, con cada masa cromática, con la gestualidad del oficio plástico.

Es evidente, al recorrer esta recomendable muestra, que el autor no cede a los condicionantes de lo abstracto, más bien lo adecúa a sus usos geométricos pero, y es de destacar, fabricando materialidades altamente figurativas. Esto es, la frialdad no tiene cabida en su creación a pesar de que sus instrumentos, de partida, son herméticos y suelen acabar sometiendo.

Así, desde la cercanía y sin pretensiones fingidas, este autor rescata lo mejor de la contienda de matices, introduce la linealidad orgánica de la arquitectura urbana, y recrea la naturalidad de paisajes originarios, desprovistos de intervenciones. Todo con aparente sencillez, con la exhibición de un trabajo lúcido, calmado, sereno en ocasiones, atemporado a veces, explosivo en momentos.

Y es que Javier Sánchez demuestra, en el recorrido instalado en ‘Ar+51’, que el buen hacer nunca deja de estar de moda si el receptor cuenta con la capacidad necesaria como para deslindar barreras y descoser hechuras. Conforma un inmejorable ejemplo, esta muestra, de que la limpieza expresiva no tiene nada que ver con lo banal, con lo simplemente vacío. Quizá esté relacionado, el resultado final ofrecido por este creador, con la experiencia de un oficio que, al final, siempre regresa a lo esencial, a lo no contaminado.