«Trato de llenar agujeros negros de la historia»

J.F.
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Javier Sierra, escritor.

Javier Sierra durante una conferencia. - Foto: Ángel Ayala

Esta tarde, Javier Sierra presenta en la Biblioteca de Castilla-La Mancha, a las 19,00 horas, su última novela, La Pirámide inmortal, un relato que pretende responder a las incógnitas sobre la noche que Napoleón Bonaparte pasó en la Gran pirámide egipcia y que, como todos los anteriores, volverá a ser un puente entre éste y otros mundos.

¿Qué nos vamos a encontrar en este nuevo libro?

En esta ocasión nos encontramos con una alineación de elementos irresistible. Por un lado, un gran personaje histórico, como Napoleón Bonaparte, en un momento de su biografía que es fundamental, como es la expedición que organiza para conquistar Egipto en 1798, así que también tenemos un momento histórico impresionante. Pero el trasfondo de todo esto tiene mucho que ver con la búsqueda de Napoleón, que, de alguna manera, estaba obsesionado por convertirse en inmortal, y no se le ocurre otra cosa que conquistar el país en el que se inventa ese concepto de la inmortalidad. Él, que es un gran propagandista, considera que la manera que tiene de salir de Egipto convertido en una especie de semidiós, es asociarse personalmente a la Gran pirámide, y lo hace pernoctando en su interior en un momento en que la pirámide era vista como una especie de monstruo, un lugar hostil para la presencia humana, casi el territorio de los muertos. Aquel que fuera capaz de resistir su oscuridad y lo angosto de sus pasillos y emerger a la superficie era visto como un héroe. Y esto es lo que hizo, superando la prueba y consiguiendo seguir la estela de otros personajes como Julio César o Alejandro Magno.

Cómo debe enfrentarse el lector a un libro suyo, porque plantea una realidad ‘muy real’, pero no deja de ser una novela...

Lo que debe saber el lector es que yo no escribo novelas para entretener, sino que mis novelas tratan de resolver enigmas históricos. Los resuelvo en clave de novela porque falta documentación para presentarlo como un ensayo histórico, pero trato de llenar agujeros negros, que hay muchos, en el pasado. Por lo tanto, mi lector debe enfrentarse a ella con curiosidad y con la idea de que lo que va a encontrar es una ficción, pero plausible, porque podría haber sucedido así. En el caso de esta novela en concreto, lo que trato es de resolver por qué Napoleón quiso pasar una noche en el interior de la Gran pirámide en agosto de 1799. Que la pasó está fuera de toda discusión, y que algo le ocurrió también, porque cuando sale, comenta que no quiere hablar de lo que ha visto porque aunque lo contara, nadie le iba a creer, así que algo bastante perturbador le tuvo que ocurrir. Pero, a partir de ahí entra en juego mi imaginación, y lo que hago es reconstruir en base a las lecturas que sé que hizo en su juventud, a sus gustos, a sus amistades, a sus cartas, a toda la documentación que he podido reunir... dando una respuesta plausible, que no es la única, pero es la mía.

¿Quizás por este carácter personal que imprime llega tanto, y a tantos, con sus novelas?

No escribo pensando si los libros se van a vender o no. Cuando me pongo delante del papel, lo que me pregunto es si soy capaz de aportar algo que merezca la pena ser impreso. Y con esa decisión escribo. Para esta tuve que vivir una pequeña peripecia. Dado que Napoleón nunca contó lo que le ocurrió dentro de la Gran pirámide, me vi obligado a pasar mi propia noche allí para saber qué se sentía, qué clase de miedos te pueden venir a la mente, a qué olía... quería saberlo todo. La pasé, en 1997, y fue una noche muy perturbadora, pero que si no la hubiera pasado, probablemente esta novela no se hubiera escrito, porque no tendría nada original que poder ofrecer. Lo que yo cuento no lo puedes encontrar en una enciclopedia, porque forma parte de la experiencia de un individuo que 200 años después trató de imitar a Napoleón.

 Dos preguntas en una. ¿Por qué a la gente le gusta tanto el mundo de lo oculto y por qué le cuesta tanto creérselo?

El rechazo a creer en este tipo de asuntos está motivado en nueve de cada diez casos por el miedo. Rechazamos aquello que nos genera inquietud, y como muchos de los temas que trato están relacionados con el gran tabú de Occidente, que es la muerte, lo rechazamos, pero a la vez nos sentimos atraídos, porque, de alguna manera, nuestras células están programadas para acercarse a la muerte. Es algo que nos inquieta y que genera conversaciones y actos profundos. Así, se produce esa atracción-repulsión, pero creo que termina dominando la atracción porque el ser humano es curioso y necesita respuestas.

 ¿Qué opina de la frase ‘creer para poder ver’?

Sobre esa frase está construida nuestra realidad. Los antiguos hindúes hablaban de que la realidad no existe, que es ilusión, algo que refuerza esta frase. Vemos lo que queremos ver y hay muchas otras cosas que no queremos ver porque nos hacen sentirnos inseguros. Tenemos la falsa idea de que el mundo en el que vivimos es seguro, y no es verdad, porque no hay nada cierto. Y hemos construido esa falsa realidad basada en una creencia generalizada, pero hay otros temas de creencia y a mí me gusta estudiarlos e incorporarlos en mis novelas por el placer de desconcertar a mi lector y obligarle a pensar y hacerle descubrir que hay otros mundos, pero están en este.

 En su página web se dice que sus libros tienen el denominador común de ser un puente para ir a otros mundos. En este sentido, ¿ha vivido alguna experiencia en esos otros mundos?

Sin ir más lejos, aquella noche en la Gran pirámide me hizo sentirme casi en el más allá. En un momento determinado, en medio de la tiniebla, tuve la sensación de que me estaba disolviendo en la oscuridad y aquello me marcó muchísimo, pero cuando realmente la comprendí no fue dentro, donde estaba paralizado por mis miedos, sino cuando salí y por primera vez en mi vida descubrí que estaba vivo. Descubrir que uno está vivo no forma parte de una conciencia muy extendida; vivimos como autómatas. Pero hay que darse cuenta que estamos vivos y que la vida merece ser vivida.

En su novela El Ángel perdido habla de la existencia de los ángeles y de que están entre nosotros. ¿Cómo son?

La tesis no es sólo que los ángeles están entre nosotros, sino que somos nosotros, porque incluso en la Biblia se habla como los hijos de Dios y las hijas de los hombres engendraron una descendencia común de que la venimos nosotros. Así que, si nosotros somos hijos de esos hijos de Dios, también tenemos su esencia. Y es verdad que el hombre, y eso lo vemos en la vida cotidiana, puede ser ángel o demonio, y hay que elegir qué queremos ser.

La influencia de Egipto en su novela es notable. Pero estamos en Toledo y sobre la ciudad circulan muchos enigmas. ¿Está en su ruta de hoja un libro sobre Toledo?

No sé si exclusivamente, pero parcialmente seguro, porque hay un periodo de su historia, como el de la Escuela de Traductores, cuando Alfonso X decide volcar a su idioma todo el saber del mundo, y esa idea de un rey sabio, que casi no se veían desde la época del Salomón bíblico a mí me fascina mucho. Es un caso único en la historia de la Edad Media europea, y creo que antes o después terminaré escribiendo sobre ello.

Este año estamos celebrando el año de El Greco y sobre su figura hay mucho misterio. ¿Cree que también ‘bebió’ de lo oculto?

Sin duda. De hecho, hay varias de sus obras que están claramente inspiradas en un fraile que vivió en Madrid de apellido Orozco y que fue un visionario. Creía ver escenas bíblicas sobrenaturales, en clave mística, y de alguna forma sabemos que esos textos, cuando se ponen en relación con ciertas obras de El Greco, casan a la perfección. El Greco consiguió pintar lo que veían los místicos y eso me parece uno de sus grandes logros. Eso sin entrar a valorar muchos otros aspectos extraños de la vida del pintor, como sus creencias, su posible simpatía por el judaísmo y toda una serie de cosas que se han dicho y que aunque no están demostradas son una buena forma para juzgar su pintura.