La irrupción de la crisis económica en 2008 trajo la desconfianza del consumidor, que regresó al ahorro como medida de protección ante el riesgo, y una evidente ralentización de la demanda interna. El mercado español, destino habitual del flujo de venta de las empresas regionales, se vio afectado por la reducción de la renta disponible de los hogares y el temor que provocaba entre la clientela un desempleo entonces creciente.

Los problemas en el ámbito local obligaron a las empresas a mirar hacia afuera para poder sobrevivir. La economía de Castilla-La Mancha, tradicionalmente cerrada y con poca vocación exterior, fijaba su objetivo en mercados poco conocidos. Aunque el grueso de la relación de las empresas regionales se establece con países del mercado comunitario, tres cuartas partes de sus productos recalan en la Unión Europea, también han sido objetivo de interés Estados Unidos, China, Rusia y áreas emergentes del continente asiático.

La industria agroalimentaria ha sido una de las más pujantes en el despertar exterior, con el vino como gran bandera de la región. En 2017, las exportaciones de la región superaron la barrera de los 7.000 millones de euros y alcanzaron su récord histórico, según los datos ofrecidos por el Instituto de Exportación de Castilla-La Mancha (IPEX). El volumen de las ventas al exterior ha crecido un 30% en los tres últimos años. Respecto al 2016, la subida rebasó el 9% en términos interanuales. El aumento en la comunidad autónoma fue superior al del promedio nacional (9,3% frente al 8,9% en el conjunto de España).

También importante resulta el incremento en el número de empresas exportadoras en la región. La cifra habla de un tejido más denso, de una red más tupida que hace pocos años. Según los datos ofrecidos por la profesora de la UCLM Carmen Díaz-Mora, el total de sociedades que exportaba en 2008 desde Castilla-La Mancha, momento del comienzo de la crisis, era de unas 3.150; un decenio después, este guarismo ha crecido hasta las 5.500. La región ha superado su timidez fuera.